¿Qué dices?

El otro día, mi hija Blanca llegó corriendo al salón y, mirándome, me soltó: «¿qué dices, papá?». Yo, que no había dicho nada, me quedé en silencio mientras ella me sostenía la mirada esperando a que dijera algo.

Pensaba después en un amigo que acostumbra a saludar precisamente así. «¿Qué dices, Juan?», suele decir cuando nos encontramos. Y pensaba también en la potencia oculta de esa forma de saludar que interroga directamente a mi vida.

¿Qué digo? ¿Qué palabra tengo que ofrecer a quien me encuentro? ¿Tengo algo verdaderamente interesante que contar de mi verano? ¿Qué ha sucedido durante las vacaciones? ¿Qué palabra pronuncio frente a la tristeza y el cansancio? ¿Qué tengo que decir sobre el inicio de curso? ¿Me ha pasado algo hoy por lo que merezca la pena siquiera abrir la boca y gastar saliva? ¿Qué les digo a mis hijos? ¿Y a mis alumnos?

No un discurso, no algo aprendido: una palabra que haga partícipe al otro de la belleza que veo y escucho, de la verdad que ilumina mi vida, del bien que me arrastra.

Me pasa que cuando me suceden cosas bonitas quiero decirlas, contárselas a alguien. Muchas veces, contar las cosas es el único modo de hacerlas mías: no las vivo de verdad, no me han sucedido hasta que no las comparto. Vivir de verdad es, en cierto modo, contar lo que uno vive. Contar y cantar. Yo, que quiero que todo sea de verdad, quiero vivir cantando.

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