¿Puede nacer el agradecimiento de la nostalgia?

Pienso con frecuencia en lo obstinadas que son las fechas especiales, esos días marcados en el calendario, que traen a nuestro corazón un sinfín de recuerdos, alegres o nostálgicos, que de algún modo afectan a nuestro estado de ánimo. Sucede con las fiestas navideñas, con los aniversarios y otros días significativos en la vida de cada uno. Y en este mes de febrero es posible que San Valentín se lleve el premio al día más evocador sentimentalmente hablando.

Una tarde en Madrid, subí al metro. Una adolescente sostenía una preciosa rosa y un osito de peluche con un corazón rojo en su pecho, rodeado de lucecitas. Esa estampa llamaba mi atención poderosamente. En ese momento, caí en la cuenta: ¡Hoy es San Valentín!

Me sorprendí reviviendo recuerdos de otras épocas donde ese día era protagonista en mi vida. Todos en el vagón veíamos a esa joven con una sonrisa en la cara más potente que las lucecitas parpadeantes, pero… ¿por qué recordaba yo la alegría y la tristeza casi al mismo tiempo? y ¿por qué un día que entonces tenía un eco en mí, ahora con el paso del tiempo me lo tenía que recordar un osito de corazón rojo?  La respuesta se abría paso rápidamente: el anhelo de ser amada, propio de aquellos años convulsos que tienen lugar en la adolescencia, ya no necesitaba ser cubierto con una rosa, con unos bombones o con una tarjeta.

El deseo había ido madurando con la propia vida y con el amor incondicional de los que me quieren todos los meses del año. Ese deseo permanecía intacto en mí y recordarlo, gracias a esa adolescente feliz con su rosa, me llenó de profundo agradecimiento.