Perdóname, te ruego, esta reflexión amarga, nada estimulante. Pero es parte de la vida y no puedo sustraerme a la inquietud que me suscitan algunos acontecimientos.
Parece ser que las principales ciudades de Estados Unidos tienen una destructiva epidemia de consumo de fentanilo y que la administración de NY ha adoptado como solución el instalar en la vía pública unos dispensadores de pastillas que inhiben a corto los efectos letales de esta droga. Algo así como la píldora del día después.
En España conocemos desolados que tantos preadolescentes ejercen como pequeñas bestias un sexo grupal y violento. Dicen que la causa es que los niños consumen porno prematuramente. Al Estado se le ha ocurrido la idea de limitar este consumo juvenil de porno con aplicaciones que controlan la edad del usuario. También se enteran de quienes consumen qué a cualquier edad, claro está. Todo son ventajas.
Estas medidas, y tantas otras, son el Apiretal de los problemas. Palían la fiebre y no la enfermedad. Somos la sociedad del apiretal. Quítame la fiebre, pero no me pidas que aborde crudamente la raíz de los problemas, que ponga el dedo en la herida de la educación, en la obscena naturalidad con la que los críos ven vivir el sexo fácil en sus casas y en los medios.
Perdóname la crudeza de estos ejemplos, dos entre muchos. Bien sé que estas situaciones te resultan muy distantes, pero quédate con la analogía del Apiretal. ¿En cuantas situaciones más cercanas, mucho menos graves, no estamos acudiendo a minimizar el síntoma, a paliar la apariencia y renunciamos a enfrentarnos sincera y valientemente con la raíz del problema, de mi propio problema?