¿Por qué intentamos aparentar ser perfectos?

Voy a comenzar un encuentro con universitarios y me han hecho llegar sus preguntas anónimas a través de un código QR.

¿Por qué intentamos ser perfectos? Decir lo correcto, hacer lo correcto, agradar… ¿De verdad me pueden querer, aunque no sea perfecta?

¿Por qué razón poner delante de alguien nuestro límite, incluso nuestro mal? ¿Por qué merece la pena? ¿Y si no nos quieren con nuestro mal?

¡Qué profundo es nuestro deseo de ser aceptados y queridos! Ya no tengo la juventud de estos rostros, ni su fortaleza física y capacidad de aprender, pero veo en mí que la necesidad de ser amada permanece intacta. Y entonces, ¿es acaso mi límite una objeción?

Viajo hacia lo más profundo de mi corazón para buscar respuestas. ¿He tenido experiencia en mi vida de ser abrazada en mi error? ¿He sido corregida y ayudada con amor? ¿Puedo decir que guardo en mi memoria momentos bellos que rememoran el consuelo de saberme acogida cuando me sentía especialmente vulnerable? Pues sí. Verdaderamente mi SÍ es muy grande y agradecido. Y entonces ¿por qué es tan difícil abrir el propio límite, la herida, el mal? Quizá tenemos que aprender a ser sencillos, a identificar bien a las personas que nos quieren incondicionalmente, a salir de las máscaras y eslóganes de “imagen de éxito” que nos rodean, y hacernos como esos niños que corren a los brazos de sus padres después de haber pegado a un hermano o roto lo que no debían. ¿Hemos vivido esta experiencia? ¿Tenemos esos brazos a los que acudir? Encontrar esos brazos es el don más grande de la vida, y quizá el camino también pase por dejarnos conocer y aprender humildemente a pedir ayuda.

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