Perfeccionismo

Sophie Grimaldi

Profesora de Humanidades de la Universidad Francisco de Vitoria

Cuando en una entrevista de trabajo le pides a alguien que te diga un defecto suyo, algunos se creen muy listos respondiendo: “es que soy demasiado perfeccionista”. Parece que te han contestado a la pregunta y que a la vez se han echado flores. Suponen que significa “serio, detallista, excelente y que se toma muy en serio su trabajo”. Nada más lejos de la realidad… Primero, pensando que esta respuesta va a colar, la persona toma a su interlocutor por imbécil. Luego, si pretende haber confesado un “defectillo”, comete un error garrafal. El perfeccionismo es una plaga.  

¿Cómo es alguien perfeccionista? Cree que sólo vale si lo hace perfecto, (lo cual es imposible) y se habla internamente como a su peor enemigo. El pequeño fallo del conjunto es su punto de mira. Tampoco sabe confiar demasiado porque proyecta su sobreexigencia sobre los demás. Siempre está insatisfecho y nunca le parece suficiente. Es un infeliz existencial. 

“Las personas activas ruedan como rueda la piedra: con la necedad del mecanismo.” 

Lo dice Nietzsche en su obra Humano, demasiado humano la cual, sinceramente, no he leído. Es Byung-Chul Han quien la cita en su libro La sociedad del cansancio (que este sí y me ha encantado). Describe el paradigma actual del rendimiento. Hoy ya no hace falta que nos exploten, nos encargamos nosotros mismos: autoexplotación e hiperactividad constante. Corro luego existo.

Nos jactamos de ser multitarea, cuando Byung-Chul Han hace patente que el multitasking tiene más que ver con el estado de alerta del animal salvaje en peligro que con la concentración del ser humano civilizado. En esta lógica de la ansiedad, cuando ya no somos capaces de producir a un ritmo aún más rápido, caemos en el “autorreproche destructivo” y al final nos quemamos. Todo eso es el defectillo del perfeccionismo. 

Pues pensaréis que no tiene nada que ver, pero en el campus de la Universidad Francisco de Vitoria en el Motor & Sport Institute (MSI) vamos a tener capilla. Estoy muy agradecida con los que se han entregado para que esto suceda, pero, sobre todo, lo que pienso es: “menos mal”. Ya os imaginaréis que el defectillo no me es ajeno. Solo le he encontrado un remedio eficaz. Sentarme ante el sagrario. Cuando llego allí, Él no me exige, nunca me pregunta cuánto tiempo voy a quedarme, si llego tarde, si me voy pronto, o me saca la lista de las cosas sin hacer. Me siento allí y no hago nada. Nada. Y si empieza a rodar esa rueda del cerebro que casi nunca para, intento no pensar en nada. En nada. Sólo me quedo con Él y descanso de mí misma. ¿Cómo? Pues cuando me siento allí, sé que no soy más querida por conseguir algo, que Él me quiere porque sí. 

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