¿Otra vez lo mismo de siempre?

Eduardo Navarro

Director adjunto del Instituto Desarrollo y Persona de la UFV

Cada vez que volvemos de un periodo de vacaciones, pareciera como si mis hijos hubieran estado fuera más tiempo del que marca el calendario. Para ser sinceros, a mí me sucede lo mismo. Retomar la rutina tras un parón, a veces, nos cuesta tanto, que dan ganas de quedarse para evitar el esfuerzo del retorno.

Creo que la razón de esta nostalgia (literalmente, el dolor por el regreso) se debe a que durante esos días hemos podido dedicarnos a actividades que nos han permitido ver la realidad de otra manera. En ellos, el tiempo se vive de modo diferente, uno que ensancha la realidad, nos permite reconocer y renovar los vínculos importantes, nos conecta con la naturaleza y nos permite disfrutar junto a otros en comunidad, ya sean amigos o la familia ampliada.

Con la vuelta, parece que regresamos al imperio de ese modo de medir el tiempo que los griegos llamaban cronos. Es un tiempo geométrico, horizontal, medida del movimiento y donde cada instante sucesivo pesa igual que el anterior. Esta temporalidad, objetiva y matemática, tarde o temprano termina por vencer a la materia. Todo decae, se oxida y, finalmente, se desvanece.

Pero frente a ella, los griegos también descubrieron otra forma de experimentar el tiempo, el kairós. Es un tiempo subjetivo, que pasa volando cuando disfrutamos y se ralentiza cuando sufrimos o esperamos. Es el tiempo mismo de nuestra existencia: a cronos lo mide el reloj, el kairós es medido por la conciencia.

Así que aquí estoy, en cada regreso, añorando esos momentos de ocio que me recuerdan que la vida se renueva cuando el tiempo se entrega a las personas que amas y se dedica a actividades que no tienen más utilidad que su propia realización. Y eso me hace preguntarme si existe alguna manera de que el “tiempo ordinario” se convierta en “extraordinario”, de que el kairós entre en cronos, que tenga alguna escapatoria vertical.

Parece que la cultura griega, de nuevo, intuyó esta esperanza, visible en la palabra ephapax. Este término se suele traducir como “una vez”, pero en realidad significa “una vez y por siempre”. Es algo que, sucediendo una vez, tiene efectos permanentes.

Creo que recuperar una visión elevada de la cotidianeidad del cronos pasa por aprender a dar plenitud al kairós a través de estas experiencias de lo que permanece en el tiempo y nos hace capaces de prometer. Al prometer elegimos incluso lo que parece imposible cumplir por nuestras propias fuerzas. Pero lo hacemos porque el corazón intuye que es deseable, fiado de que, quizá, sea posible el “por siempre jamás” de los cuentos de hadas.

Por eso podemos prometer a alguien que le amamos y que siempre lo vamos a amar. Porque el amor puede trascender el cronos, elevar el kairós y hacernos experimentar que el ephapax es posible. Elijo quererte.

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