No soy cristiano, ¿a mí qué la Navidad?

Hace más de ochenta años (1940) que el ateo Sartre se enfrentó a ese desafío. Encerrado por el ejército nazi junto con otros quince mil soldados franceses en un campo de prisioneros se puso en juego con su existencialismo ateo y escribió Barioná, el hijo del Trueno, su primera obra de teatro, dirigida a sus compañeros de cautiverio. Un par de décadas después les autorizó para que reprodujeran ese texto con una nota inicial:

«Se trataba, simplemente, de acuerdo con los prisioneros, de encontrar un tema que pudiera hacer realidad esa noche de Navidad, la unión más amplia posible entre cristianos y no creyentes».

¿Es posible también hoy?

La Navidad no se trata de una teoría: interpela al corazón. Como no podía ser de otra forma, Sartre acogió el reto existencialmente, tanto con la escritura como con la puesta en escena. El zelote Barioná, que encarna el hastío, la pesadumbre, el abismo de un corazón desencantado y oprimido, recibe la réplica vital del rey Baltasar. No solo escribió ese duelo interior, lo encarnó asumiendo en el escenario el papel de Baltasar.

Un marxista contemporáneo proponía hace poco: «Tenemos que desertar de la reproducción de la especie». ¡Es la misma apuesta de Barioná!: «¡No más niños! ¡No queremos perpetuar la vida ni prolongar los sufrimientos de nuestra raza!». Es una clara y honesta decisión moral: no perpetuar la interminable agonía del mundo. ¿Y si resultase que no estamos llamados a la agonía y la desesperación? ¿No hay lugar para el don y la esperanza?

Aquí aparece Baltasar: «Tú estás más allá de tu sufrimiento. Todo tú eres un don gratuito a perpetuidad». La Navidad propone un sentido para el hombre, le hace descubrir que es capaz de dar forma con su libertad a la existencia. A aquellos soldados prisioneros, desconcertados por una guerra en la que el nazismo parecía que triunfaba, alejados de sus hogares, inmersos en un frío campo de lodo y piojos, Sartre les proclamó que existe la alegría y que contemplar al niño de Belén recién nacido, nos permite ser libres para aflojar nuestras manos agarrotadas por la rabia y acoger el don que somos para los demás. ¡El hombre es sagrado!

Frente a la amargura y la desesperación, la libertad

La amargura y la desesperación cierran el corazón, nublan la vista, atenazan la libertad, suprimen la alegría.

La Navidad, en cambio, nos ofrece la oportunidad de comprender que la creación no es un mundo fallido si la libertad del hombre se abre al sentido y a la entrega en vez de encerrarse en una agónica contemplación de sus límites, crímenes y mezquindades.

Levantar la mirada nos permite mirar al futuro y dejar de perpetuar el pasado mirando al suelo. Al contemplar esa revelación, aquel zelote rebelde contra Dios se afirma en una nueva rebeldía: la de descubrir un mundo lleno de posibilidades para una libertad que busca el sentido.

Compartimos la introducción que hizo José Ángel Agejas en la representación de la obra Barioná, el hijo del trueno, en la Universidad Francisco de Vitoria. 

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