Un geek en el paraíso

Últimamente, en casa, en vez de seis, parece que somos siete: nuestros niños, mi esposo, yo y el ChatGPT. Por impulso de mi querido esposo geek, toda la familia está envuelta en esta pasión arrasadora. Es tal el punto al que hemos llegado que nuestro hijo de 2 años, que tiene un vocabulario de unas 10 palabras, incluye «ChatGPT» entre ellas.

Dicho esto, es cierto que se está produciendo un cambio de paradigma. Como se podrían escribir libros enteros (que seguramente ya están en preparación), voy a centrarme en una única cosa que es la que nos interesa en el ámbito universitario: la enseñanza. Creo que tenemos dos posibles vías: seguir dando clases como si nada o adaptarnos. De todas formas, también apostaría a que el «como si nada» nos podría durar un par de años como máximo. En cuanto a la asignatura de antropología, estoy dando saltos. ¿De alegría? Sí, pero no solo eso, porque tengo claro que voy a tener que volver a rehacer gran parte de la metodología. Pero estoy encantada de que las grandes preguntas, a veces muy abstractas para los chicos, se vayan a concretar en una sola, muy actual: ¿Soy mejor que el ChatGPT o no? Se trata de decidir si en algún momento le dejamos el control de nuestras vidas a la máquina o si la podemos utilizar como una herramienta impresionante. Esto nos obliga a preguntarnos sobre nuestra identidad profunda y si es cierto que somos nosotros, los seres humanos, quienes tienen que «someter a la tierra», es decir, a la materia (Gn 1:28).

La inteligencia artificial es un regalo para las humanidades, ya que nos obliga a volver a los fundamentos: ¿Es mi cerebro mi capacidad de pensar o es algo más? ¿Tengo valor más allá de mis resultados? ¿Hay algo en mí que ninguna máquina podrá hacer o ser jamás? Es una gran oportunidad, ya que es la primera vez que los alumnos ven cómo estas preguntas, que parecían tan etéreas, les afectarán de forma muy práctica cuando accedan al mundo laboral. Gracias a esta realidad cambiante que están experimentando, es más fácil encontrarse con ellos y llevarlos un poco más allá.

Es cierto que la inteligencia artificial puede despertar muchos temores, y aquí viene la razón de mi titular, que de hecho no es mío. Últimamente, he estado leyendo biografías de Carlo Acutis, un joven de 15 años apasionado por la informática y…beato. Me tocó su nombre en la galleta de la suerte en la jornada de Santo Tomás. Uno de los libros tenía este título y me pareció muy adecuado. Oscilamos entre extremos frente a un falso dilema: el odio y miedo a la tecnología o su veneración. ¿Y si simplemente se tratara de una forma más del genio humano que hay que aprehender poco a poco para poder descubrir todas las posibilidades que nos ofrece sin negar los riesgos? Ojalá podamos tener el mismo entusiasmo que este adolescente por las nuevas tecnologías, con la vista puesta siempre en la meta final: el Paraíso. Así de apasionante.

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