Newman, mentor universitario

Tomás Baviera Puig

Profesor de la Universidad Politécnica de Valencia

Leer a John Henry Newman durante los años universitarios puede ser una experiencia transformadora. Al menos, esa fue mi vivencia. Conocí a Newman en 2º de Ingeniería cuando leí sus sermones universitarios, que la Editorial Encuentro había titulado como La fe y la razón. Dos años más tarde, Eunsa publicó la traducción de la primera parte del volumen The Idea of a University, con el título de Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria. Si los sermones me ayudaron a integrar fe y razón de un modo mucho más congruente que hasta ese momento, estos discursos me señalaron el camino que por entonces yo andaba buscando en clase y no encontraba. Gracias a esos textos de Newman sobre la universidad descubrí en qué consiste la auténtica formación intelectual. 

 Hace unos años regresé a las aulas universitarias como profesor tras un periodo de trabajo en la empresa privada. Una de las cosas que más me llaman la atención es la escasa capacidad de retención de conocimientos por parte de los alumnos. Al preguntarles por materias que ya han aprobado, no es infrecuente encontrarme con un encogimiento de hombros por respuesta. A veces he tenido la impresión de que algunos estudiantes conciben las asignaturas como una gymkhana, como una sucesión de pruebas que hay que superar para lograr un premio. Una vez vencida una prueba, se olvida y se dirige la atención a la siguiente. Pero un planteamiento así difícilmente permite “asimilar” lo estudiado. 

Newman tiene una idea muy diferente del efecto que el periodo universitario tiene que dejar en los estudiantes. Para él, la universidad debe ayudar a “expandir la mente”. No se trata solamente de acumular más datos o de ampliar el catálogo de recetas disponibles. “Expandir la mente” consiste para Newman en cultivar un intelecto capaz de desarrollar una visión que integre armónicamente los conocimientos que se tienen con los nuevos conocimientos adquiridos. Un intelecto así se afinará en la medida en que capte la influencia de unas realidades sobre otras. Un intelecto que crezca de esa manera comprenderá el conjunto creciente de conocimientos como un todo coherente.

“Comprender” es la palabra clave de esta formación intelectual. Cuando se comprende algo, se entiende lo que es y lo que no puede ser, y se relaciona con otras cosas. Una comprensión cabal permite diferenciar entre lo sustancial y lo vulgar, entre lo relevante y lo irrelevante. No es poco en los tiempos que corren.  

Un planteamiento así requiere trabajar contenidos humanísticos. Aquí es donde la “idea” de Newman de Universidad resulta más “realista”. Las humanidades sirven para cultivar unos hábitos de pensamiento y una disciplina intelectual que difícilmente pueden adquirirse con los saberes técnicos. Resolver ecuaciones, o cuadrar balances, o planificar procesos proporcionan habilidades y competencias para solucionar problemas reales. En cambio, leer buena literatura, o aprender de la historia, o disfrutar con la belleza contribuyen a considerar cuestiones importantes para la existencia personal. El intelecto se ve así estimulado a buscar respuestas consistentes para las grandes preguntas. Alcanzar esta disciplina intelectual requiere esfuerzo personal, pero también la ayuda de quien ha ido por delante en ese camino. 

Los actuales planes de estudio de la universidad apenas incluyen materias humanísticas. Sin embargo, Newman habló de dos elementos que pueden servir para cultivar este hábito intelectual de expandir la mente, incluso en un entorno como el nuestro en el que se priman los conocimientos técnicos y la orientación profesional.  

El primer elemento tiene que ver el modo con que Newman habla de las humanidades. Con frecuencia se refiere a ellas en sus discursos como una “educación liberal”. Con este calificativo Newman se refiere a aquellos conocimientos que son valiosos por sí mismos.  

Un estudiante que busque una educación liberal aborda esos contenidos de la forma más libre posible: no los elige por el resultado deseado o por las consecuencias esperadas, sino que los elige porque vale la pena estudiarlos. Los cultiva voluntariamente, con toda la implicación personal que eso supone, y les dedicará tiempo de calidad.  

Entender así las disciplinas humanísticas ensancha el horizonte universitario.  

El valor que aportan no proviene de la nota en el expediente, sino del poso interior que dejan. De esta forma se alimenta ese hábito intelectual que Newman considera como la misión más excelente de la universidad. 

El segundo elemento que Newman pone de relieve es la influencia personal. Hoy resulta mucho más necesario este aspecto que en el siglo XIX. La formación de un intelecto disciplinado, capaz de integrar coherentemente los nuevos conocimientos, requiere trato personal.

Hay que transmitir conocimientos en el aula, por supuesto, pero su asimilación solo será posible en la medida en que el estudiante contraste sus argumentos con el profesor, con otros compañeros y, sobre todo, consigo mismo. El diálogo sobre temas relevantes constituye un elemento ineludible si se desea formar en los estudiantes el hábito de pensar con precisión y de asimilar el conocimiento de forma duradera. 

El papel de un buen mentor resulta crucial para los estudiantes universitarios si desean adquirir una disciplina intelectual que realmente expanda su mente. Ese mentor sería alguien que dispusiera de un amplio bagaje de lecturas y que supiera aconsejar para desarrollar progresivamente esa visión de conjunto. Y si algún universitario –ya sea estudiante o profesor– no dispone de nadie que pueda mentorizarle en esta dirección, siempre podrá acudir a la lectura de Newman. Quizá no encuentre un mentor mejor para formarse intelectualmente. 

Esta publicación pertenece a una serie sobre John Henry Newman. Su nombre tiene el San delante desde octubre de 2019 pero nuestro Instituto lleva su nombre desde hace 20 años porque pensamos que merece la pena conocer a esta figura y entender por qué seguimos su huella en esta casa, la Universidad Francisco de Vitoria. De ahí que compartamos con vosotros cada mes un breve artículo o pieza audiovisual explicando la hondura de este personaje de la mano de profesores universitarios que admiran su inteligencia de la fe y su inteligencia de la realidad.

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