Sí, sí. Me caso. Nunca ha estado en mis planes ni en mis proyectos. Aunque cristiano, soy un posmoderno de libro y eso del vínculo para siempre, la exclusividad y los hijos, de forma abstracta, como idea, se me presentaba como una castración existencial. Pero la vocación no es una planificación mental, ni un To Do List, ni un esquema universal ni uniforme. La vocación es la respuesta a algo que está sucediendo, a un Tú que te encuentra en medio de tus quehaceres.
Así es como empezó todo hace un par de años. En un cumpleaños, entre cervezas, risas y anécdotas aparece alguien que te arranca la pregunta: “Pero, ¿quién es ésta que llena el espacio con su presencia?”. Ante alguien hecho de la misma pasta que uno, que en medio de la multitud es una más, se abre, sin esperarlo, la promesa de una compañía necesaria para la vida, para lo cotidiano, “una ayuda necesaria” para el día a día. Y cuanto más la conoces, más se ensancha la promesa y más “perfuma tu planeta”.
Ante ella, tan concreta (y tan bella), mi ideal posmoderno se esfuma. Ahora sí que quiero un para siempre, ser exclusivo y los hijos. Pero, este ideal me hace temblar, “¿cómo va a ser esto posible si…?” Y ahí pongo todos mis límites. La Iglesia, con un realismo aplastante y conocedora del profundo anhelo del corazón, me dice: “No temas porque eso que deseas se realizará porque para Dios no hay nada imposible”. Por esto me caso por la Iglesia, porque, para que se realice el Ideal que clama mi corazón, necesito ayuda de lo Alto.
Ahora sí. Con ella, sí. Me caso.
