Las huellas del hombre de Altamira

Hace unos días, mi hija mediana trajo la tarea de encontrar conexiones entre un vídeo y unas imágenes que les habían mostrado en clase. En el vídeo se observaba a una familia de elefantes aparentemente apenados  ante el cadáver de uno de los suyos. Las fotografías reflejaban las huellas de unas manos humanas en las cuevas de Altamira.

La reflexión provenía de la asignatura de Religión, lo que siempre da pistas a estos hijos: mitad nuestros, mitad de la fragmentación de los saberes.

Mi hija consultó por casa, nos explicó lo que creía que el profesor quería oír  y, después, lanzó su propia hipótesis.

La hipótesis de Candela

“Creo (argumentaba Candela), que intentan decirnos que los humanos no somos los únicos que entendemos la muerte, que los animales superiores e inteligentes  poseen sentimientos tan complejos como los nuestros y pueden llorar la pérdida de un ser querido”.

Efectivamente los elefantes del vídeo parecen llorar, segregan algo muy parecido a las lágrimas y creemos ver expresiones de sufrimiento no muy diferentes de las nuestras… ¿Qué tenían, entonces, de especial aquellos hombres de Altamira?, ¿Eran, somos, solo animales inteligentes, capaces de sufrir la pérdida y la separación?

La pregunta de su vida

Yo, por supuesto, tenía mi respuesta teórica, absolutamente estéril en este contexto y la omití, aunque no especialmente por prudencia, rasgo que no me caracteriza. Quería leer cómo resolvía Candela esta encrucijada.  Aunque el planteamiento de entrada me disgustaba (la cosa manida de comparar animales y humanos), reconocí el éxito de la iniciativa. Mi hija de 14 años, en plena batalla adolescente, se estaba haciendo la pregunta de su vida.

Un día después me llega al correo electrónico su ensayo. Rara vez quiere que lea algo suyo, rara vez envía un correo electrónico. Candela, como buena adolescente, es más de dejarme en la acera de enfrente de la puerta del colegio.

El título del trabajo

Su trabajo se titulaba: “La huella de Dios en el hombre “(SPOILER ALERT). Y comenzaba con esta frase: “Igual que el hombre ha dejado su huella en la piedra, Dios ha dejado su huella en el hombre”.  Definitivamente, aquella frase de mi hija dejó huella en mí.

Candela exploraba la hipótesis de que el elefante puede llorar la pérdida, pero no gozar la esperanza y que el hombre posee huella de Dios en su corazón, una huella que puede pasar desapercibida, permanecer dormida durante siglos, pero que es imborrable.

Las huellas más profundas de mi vida

No decía, aunque me hubiera gustado, que esa es la huella que hay que seguir. Los elefantes son majestuosos, inteligentes y dejan huellas enormes y visibles, pero las borrará el tiempo.

Mi vida está llena de elefantes y, sin embargo, las huellas más profundas las han dejado siempre los pies más pequeños (los de Candela y sus hermanos, el anillo que rodea mi dedo y la huella de Dios en mi corazón, esperando paciente ser redescubierta) … ojalá mirar un ratito el mundo con ojos de hija adolescente.

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