La ley del más débil

Juan Serrano

Profesor de Humanidades de la UFV.

Entre el ruido de los resúmenes del año y la ansiedad de los propósitos para el que viene, me detuve en seco ante una reflexión de Esteban Fernández-Hinojosa. Contaba cómo un hospital volcaba sus mejores recursos en curar a un hombre sin hogar y lanzaba esta sentencia:

«Se le ha dado lo mejor de nosotros sin exigir nada a cambio. Es la ley del más débil. Eso que define una civilización».

Estamos demasiado acostumbrados a la otra ley. La biología, y a menudo el mercado, parecen gritarnos que solo lo fuerte, lo eficiente y lo productivo merece perdurar. Sin embargo, algo en aquella frase brilla con una verdad distinta, más profunda. Una frase que fácilmente reconocemos como propia en cuanto bajamos la guardia.

Me vino a la memoria aquella respuesta de Margaret Mead a un estudiante. Cuando le preguntaron cuál consideraba el primer signo de civilización en la historia antigua, no habló de herramientas, ni de fuego, ni de códigos legales. Habló de un fémur de hace 15.000 años. Un fémur que se había roto y había sanado.

En el mundo animal, una fractura así es una sentencia de muerte: no puedes huir, no puedes beber, no puedes cazar. Eres carne de presa. Ningún animal sobrevive lo suficiente para que el hueso suelde. Un fémur curado es la huella física de que alguien más estuvo ahí. Alguien que no abandonó al herido, que cargó con él, que le llevó el agua y esperó a su lado. La humanidad comienza allí donde la misericordia y el amor vencen al instinto de conservación.

Es la misma lógica, misteriosa, que sostiene nuestros hogares. Pienso en el padre que se come la ración más pequeña, o lo que sobra en la cazuela, para que sus hijos coman primero. En la naturaleza estricta, el macho alfa come antes para mantener su fuerza; en nuestra naturaleza humana, el amor invierte el orden. El fuerte se hace servidor del débil.

Hace apenas una semana celebrábamos justamente esto: que el Misterio infinito abrazó esta «ley del más débil» hasta el extremo, haciéndose niño para servirnos. «Bienavenurados los débiles, porque el fuerte nos ha precedido». Quizás la verdadera civilización consista en aceptar que todos tenemos, de algún modo, el fémur roto; y que nuestra esperanza no reside en nuestra fuerza ni en nuestro mérito, sino en reconocer a Aquel que se ha detenido junto al camino para darnos de beber.

Tan importante ha sido este acontecimiento que contamos los años desde entonces. Feliz año 2026 desde que el Amor invirtió el orden.

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