Hay un olivo en mi ventana

Hay un olivo en mi ventana.

Es pequeño.

Tiene apenas 32 hojas, verdes y frágiles.

Es el hijo de un olivo grande, que ya no está.

Lo cogí del suelo, era apenas una nada que se intuía bajo su tronco.

Pensé: “A lo mejor consigo que reviva”.

Lo puse en una maceta y lo regué.

Durante varias semanas, las pocas hojas parecían mustias.

Miraban hacia abajo, como con ganas de morirse.

Yo lo regaba con fe.

Pero la verdad es que parecía imposible que no muriera.

Si hacía frío, pensaba que se llevaría consigo mi olivo.

El sol parecía que lo secaría del todo.

Pero hubo un día en que lo ví mejor.

Y luego otro.

Parecía decirme: “gracias”.

El pequeño tronco dejó de doblarse.

Y las hojas recuperaron la gravedad.

Surgieron brotes, primero pequeños y luego ciertos.

Luego me cambié de casa.

Me llevé mi olivo y lo puse en esta ventana.

Desde la que ahora me mira.

Vivo.

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