La vida por delante

Como todos los jóvenes, Pablo vino a llevarse la vida por delante. Le hizo caso a Gil de Biedma en la premisa del poema, mas no en su conclusión. El poeta vio pasar ante sí una vida infeliz y, con el alma agostada, concluyó que la verdad desagradable asoma, y que envejecer y morir eran los únicos argumentos de la obra.  

Pablo Alonso Hidalgo, un joven salmantino de 21 años, ha entendido mucho mejor y mucho antes que la verdad que asoma es alegre. El pasado 21 de junio se convirtió en carmelita, “in artículo mortis”. “Solo me sale dar gracias a Dios por este regalo tan grande”, dice quien, gravemente enfermo, sabe, por boca de los médicos, que muy probablemente le queden apenas unos meses de vida. Se ha convertido en el hermano Pablo María de la Cruz.  

Andábamos leyendo en clase a Jaime (Gil de Biedma) y resulta que el poeta, el verdadero poeta, era Pablo. Nos decimos y nos dicen, como deseo de buenaventura, “a ti aún te queda mucha vida por delante”. Y quien nos lo dice, con innegable buena intención, lo afirma porque, si cumplimos la media estadística, a muchos aún nos deberían quedar un buen puñado de años por vivir. Lo valiente, en cambio, es decirle a Pablo, con confianza, que también a él, y sobre todo a él, aún le queda mucha vida por delante. Eso es más que espera: es esperanza. Y lo inaudito, lo que hace trizas la cultura dominante, lo que pone patas arriba este mundo nuestro de tan escasas y tan líquidas certezas, es que sea Pablo, un bendito moribundo, el que nos lo diga a nosotros. A bocajarro, riéndose a carcajadas de la muerte, cantando “no tengo miedo de la libertad, no tengo miedo Señor de la Vida, me quiero entregar”.  

El asombroso amor de Pablo – porque el suyo, en su pequeñez, es un enorme acto de amor – nos sacude y zarandea a todos. Un joven es por definición un sujeto al que le queda casi todo por aprender, entre otras cosas porque no ha tenido tiempo para aprenderlo. Aparece entonces un Pablo que nos pega el revolcón, como joven que parece saber casi todo lo que importa. En ese momento, nos tiemblan las piernas, tal vez porque no lo hemos entendido del todo bien (si no, nos temblaría el cuerpo entero). Hemos creído que la máxima libertad es elegir y que, pobres de nosotros, por mucha fe que tuviéramos, no seríamos capaces de hacer lo que Pablo ha hecho. Erramos. Pablo no anhela el encuentro definitivo con Dios porque él haya elegido, sino porque fue elegido primero. Cuando eligió, lo que Pablo hizo fue ofrecerse para ser elegido. Y lo hizo en el mayor acto de libertad posible que es aquel en el que quien ofrece (él mismo) y lo que ofrece (a sí mismo y por entero) – oh maravilla – coinciden. Sólo quien se da a sí mismo, crea futuro. Y lo crea –muchas gracias Pablo- porque nos muestra, por la vía de los hechos, que, ahora que se acaba el curso, nos pase lo que nos pase durante el mes de agosto a cada uno de nosotros, en septiembre todos, sin excepción, tendremos mucha vida por delante. 

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