La monedita del alma

Si no están muy en el ajo de esto que llamamos, de manera un tanto cursi, “la actualidad”, es posible que no se hayan enterado de que el Papa Francisco ha estado por quinta vez en su pontificado en África y que, en las tierras desangradas de la República Democrática del Congo y de Sudán del Sur, ha clamado al Cielo. Estos viajes, ya se sabe, le son bastante molestos al mainstream. O sea, que son más difíciles de encontrar en los medios de comunicación convencionales que una aguja católica en el pajar de Netflix.  

África es un continente cargado de futuro. Y que siga ahí, en el futuro, que bastante tenemos nosotros con vivir en un presente en bucle. Pero hete aquí que las simas del olvido y del silencio mediáticos, se nos ha colado una imagen que, por mucho que miremos hacia otro lado, se nos va a quedar prendida de la memoria y del corazón durante mucho tiempo. Googleen un poco y conmuévanse, aunque sea con la lagrimita reseca de la distancia. Enamórense de ese niño que alarga su mano y le da una limosna al Papa. A la salida de la catedral de Yuba, un pequeñajo (acaso no tenga más de siete años) le da (acaso todo lo que tiene) un billete de 0,007 euros al Papa Francisco. Sudán es el país más pobre del mundo. El Papa les ha invitado a ser sal y luz, a pesar de las heridas, de la violencia que alimenta el veneno del odio, y la iniquidad que provoca miseria y pobreza. Les ha invitado a vencer el mal con el bien. Y ese niño sudanés lo ha entendido. Lo ha comprendido a la primera porque ese niño es un poeta. La poesía no explica el mundo, sino que da fe de su misterio. Ese niño, precisamente en su pobreza y tal vez por ella, es un poeta inmenso. Lo es aunque no haya leído a Machado cuando dice aquello tan quevedesco y tan resabido de que solo el necio confunde valor y precio. O aquello otro (no tan popular) de que moneda que está en la mano, tal vez se deba guardar, mas la monedita del alma, se pierde si no se da”.  

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