Hace poco hemos cambiado el tipo de interés del préstamo hipotecario que pesa sobre nuestra casa, esa especie de mascota que te acompaña toooda la vida. Sí, hemos pactado un tipo de interés fijo; nos suena como lo más razonable para nuestro futuro financiero, tras unos años en que los bancos parecían ong´s con intereses negativos. Esta decisión hace que sepamos el dinero que debemos reservar para seguir pagando la casa de forma clara, sin sobresaltos.
Saboreando aún ese momento, tuve la dicha de asistir a una boda hace pocas fechas entre los hijos de dos familias muy queridas para mí. Ya no es algo tan frecuente, y especialmente cuando son “jóvenes” para lo que se estila en estos tiempos. Pues bien, mientras escuchaba una espléndida homilía sobre los fundamentos de la unión que se estaba celebrando, me vino a la cabeza que su apuesta, la de esta joven pareja que tendrá que trabajar duro para salir adelante con unos precios muy altos en vivienda, inflación creciente, inseguridad laboral, tenía mucha similitud con el Euríbor que hasta hace poco me tenía preocupado: no sabes qué te va a pasar y duermes a veces regular.
Pero según fui atendiendo a lo que los novios decían, lo que les impulsaba a querer unir sus vidas para siempre (hasta la eternidad, dijeron), ese amor que se prometían con la entrega propia de cada uno al otro, la voluntad de ser fieles en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y la búsqueda incesante de su felicidad mutuamente propuesta, acabé maravillado al ver que no apostaban por un tipo de interés variable en la familia que comenzaban a formar, sino que habían volcado toda su existencia en un tipo fijo, en su confianza mutua en el Banco que les iba a ayudar siempre ante cualquier dificultad. Buff, casi lloro de emoción. Como ahora.