¿Es una provocación construir un templo en la universidad?

Es una provocación consciente colocar un templo dentro de una universidad en estos tiempos en los que el ser humano cree atesorar suficiente ciencia como para responder a todas las grandes incógnitas, que no misterios de la vida. El científico e intelectual de nuestro tiempo rechaza la idea de lo sobrenatural porque se niega a admitir límites al alcance de su conocimiento. “Si no lo comprendo no existe o no es verdad”. Yo y la revisión por pares de mis iguales somos el patrón de medida de la realidad. Y si hubiera límites será el tiempo y más ciencia humana o artificial quien los desvele, sin preguntarse necesariamente cómo se estableció previamente el orden tan perfecto y equilibrado que tanto está costando desvelar. El templo está ahí para provocar esas preguntas primeras obviadas por desconcertantes, a quien no se las hizo y a quien cree saber la respuesta.

Cuando uno pretende acceder al conocimiento completo de la verdad se encuentra inevitablemente con sus propias limitaciones, salvo que se conforme con saberes escuetos y algo irrelevantes para el devenir profundo de su vida. Incluso si la ciencia pudiera explicar cosas tan misteriosas como el origen del cosmos y la vida, al resto de los humanos no nos quedaría más remedio que hacer un acto de fe científica, porque no llegaríamos a comprender la explicación, que a su vez es indemostrable según el método científico. Pero incluso eso resulta irrelevante frente a descubrir el sentido de esa vida o saber lo que acontece después de ella sobre lo que la ciencia empírica nada puede aportar.

Colocar un templo, conectado por un simbólico camino de luz con una gran biblioteca en una universidad, es invitar y desafiar a maestros, alumnos y personal de administración y servicios a que exploren y amplíen la ciencia disponible y se pregunten sin miedo por el sentido de su existencia, allí donde se busca la verdad con rigor, honestidad y humildad. Es ofrecer un punto de encuentro alrededor de las dudas que nos unen a todos independientemente del saber que más nos ocupe y dominemos. Es reconocer en voz alta nuestras limitaciones compartidas. Es entender que cada ciencia tiene su frontera infranqueable a partir de la que el diálogo y la búsqueda o cambian de formato o enmudecen. Es entender por qué Pasteur recorrió ese camino de ida y vuelta para acabar concluyendo que “La poca ciencia aleja de Dios, mientras que la mucha ciencia devuelve a Él”. Es entender al Nobel de física Max Planck cuando afirmaba que “a partir de lo que la ciencia nos enseña, en la naturaleza hay un orden independiente de la existencia del hombre, un fin al que la naturaleza y el hombre están subordinados. […] Para los creyentes, Dios está en el principio y para los científicos al final de todas las consideraciones”. El templo nos vincula con el origen de lo existente y la biblioteca es el espacio para encontrarse y sumar a lo que el ser humano ha conseguido desvelar de ello.

Un templo en la universidad provoca e interroga a quien se deja desafiar intelectualmente al máximo nivel, complementa e ilumina la sabiduría, estimula el hambre de saber; acoge la duda de los que creen y los que no y abre puertas a su respuesta, fomenta la generación de comunidad, no es pieza decorativa final, es piedra angular, origen de coordenadas y epicentro del camino para sus pasos más transformadores. El templo a lo largo de la historia y a lo ancho del planeta es la edificación que ha escenificado la inquietud aristotélica del ser humano por conocer.

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