–¿Sabe por qué se escondió allí, Blithe?
–Porque estaba asustado.
–Todos lo estamos… (se coloca bien el fusil) Se ocultó allí porque cree que aún hay esperanza. Pero, Blithe, la única esperanza que le queda es aceptar el hecho de que ya es un cadáver.
Y así pisa el soldado el barro, cadavérico antes de probar el plomo, habiendo olvidado probablemente el día en que se presentó voluntario para formar parte de la compañía Easy.
¿Y qué más da por qué se alistara? Para nosotros es irrelevante, porque ninguno de nosotros elegimos estar aquí y tener que tomar la decisión de seguir aferrándonos a la esperanza o aceptar que la muerte es ya un anuncio de todo lo que nos espera en esta vida.
Formo parte de una generación de náufragos que tratan, como pueden, de avanzar sin la certeza de una vida mejor. Somos hijos del parricidio, de la particular versión occidental de la Revolución Cultural. Nadie sabe exactamente qué se espera de nosotros ni qué es razonable esperar, o si tan solo lo es.
Dicen que somos la primera hornada en siglos que sabe casi seguro que vivirá peor que sus padres. Nos toca apechugar y seguir estudiando, hincar los codos con fiereza a la espera de que la próxima crisis económica no nos tumbe a quienes hemos salido de esta con los dos pies en el suelo. Dimos un salto, dejando atrás los viejos tótems de nuestros abuelos, y encontramos que no había cielo ni tierra bajo nuestros pies.
Nadie nos pide ya que amemos, sería una crueldad. Nuestros padres, en muchos casos, no fueron capaces de mantener el intento y pocos inconscientes quedamos para sostener todavía la esperanza de algo que sea de verdad.
Cuento esto porque tuve una conversación, hace algún tiempo, con un amigo de un amigo al que no he vuelto a ver. Fue una de esas ocasiones en las que los prejuicios mutuos eran tan evidentes que no tenía sentido mentir, así que fuimos sinceros.
Resultó que los dos deseábamos amar del mismo modo, solo que yo era un loco por esperarlo. ¿Quizá un cobarde?
Como él, muchos otros de mi generación (apenas entrada en la madurez) han dado ya un paso al frente y han asumido, como el capitán Speirs de ‘Band of brothers’, que lo máximo a lo que es razonable aspirar es a un día más.
Pero ¿qué ocurre si no basta? ¿qué pasa si me niego a hundir las botas en el barro y aguantar lo que tenga que venir? ¿Es posible amar como un cadáver, compartir día a día la promesa de un final seguro?
Diálogo con Baltasar
La única esperanza es que el mundo sea don, garantía de cumplimiento en lugar de promesa sin cumplir.
La esperanza es que, como anuncia el Baltasar de Sartre, “para aquél que espera, todo serán sonrisas y el mundo le será dado como un regalo“. “Sufres y, sin embargo, tu deber es esperar. Tu deber de hombre”, recuerda al desesperado.
¿Y qué espera el que espera?
El que espera –y de nuevo cito al Baltasar que el propio Sartre encarnó en el campo de concentración– lo hace en el “asombro de existir en pleno corazón de Dios”.
¿Y qué cambia eso?
Cambia que, igual que el niño en brazos de su madre, me atrevo a mirar con confianza al extraño, al que no soy yo. Cambia que, entonces, soy capaz de entregarme por entero a la infinitud del otro, de ese otro que, de un modo misterioso, es para mí (¡y yo para él!). Y es una entrega en la que no puedo perderme. Y ese otro tampoco. Y puedo mirarle a los ojos y decir con absoluta esperanza: “tú no morirás“.
–BARIONÁ: Me desborda la alegría como una copa rebosante. Soy libre, tengo mi destino entre mis manos. Voy contra los soldados de Herodes y Dios está a mi lado. Soy ligero, Sara, ligero. ¡Ah, si supieras cuan ligero soy! ¡Oh, Alegría, Alegría! Llora de alegría, Sara. Adiós, mi dulce Sara. Levanta la cabeza y sonríeme. Tenemos que estar felices: te quiero y el Cristo ha nacido.