El paso de Jesús de Nazaret por nuestro mundo no solo dejó documentos escritos que atestiguan su veracidad y pretensión sino también restos arqueológicos que han dejado huellas en la historia a lo largo de los siglos.
La tumba que se encontraba vacía aquella mañana de domingo era aquélla en la que se había colocado el viernes anterior el cuerpo de Jesús. Las mujeres no se equivocaron de tumba porque, al haber seguido a José de Arimatea, sabían muy bien dónde estaba enterrado. El rumor de que los apóstoles robaran aquel cuerpo es más improbable… Dado que ni ellos ni nadie esperaba la resurrección, no habría tenido ningún objeto fingirla. Pero al final, considerados y sopesados todos los argumentos, la única conclusión aceptable para un historiador ha de ser que las opiniones tanto del ortodoxo como del simpatizante liberal y del agnóstico crítico (e incluso quizás de los mismos discípulos) son sólo interpretaciones del único hecho desconcertante: que las mujeres que fueron a honrar por última vez a Jesús no encontraron, para su consternación, un cuerpo, sino una tumba vacía.
Geza Vermes, “Jesús el Judío”. Muchnik Editores, 1984.