Hace apenas un mes nos deseábamos en este Faro vivir las vacaciones como adelanto de cómo nos gustaría vivir el resto del año. No era una llamada a dejar el fuerte y hacer de la vida una caravana o una casa rural, sino a vivir el curso, la cotidianidad, con la misma actitud de confianza, sorpresa, deseo y gusto con la que vivimos habitualmente el mes de agosto. Y nos preguntábamos quién nos impide vivir así. Esta cuestión se actualiza hoy 4 de septiembre ¿Podemos vivir así nuestras circunstancias y labores? La misma razón por la que vivimos en vacaciones nos espera ahora en nuestra casa y en nuestro trabajo. Esa razón suele tener nombre y rostro propio.
Comenzar viene del término latino cominitiare, “dar principio”. Si bien es cierto que más que principio lo que hacemos es retomar lo que dejamos, “volver a agarrar algo con la mano”. Y es curioso que nuestra amiga la IA nos apunta sin preguntárselo que se conjuga igual que el verbo acertar.
Efectivamente me parece un acierto que volvamos con esa conciencia: volver al principio de nuestra vocación y misión, retomar con fuerza lo que siempre ha estado, lo que está cuando volvemos, lo que somos. Hacer nuevo lo que siempre es antiguo.
Dice Higinio Marín que uno puede peregrinar porque tiene casa donde volver. Hacemos camino si volvemos, si no hay vuelta es porque o estamos desarraigados o hemos muerto. Y ninguna de estas opciones se nos hace apetecible incluso en septiembre.
Volver solo se puede volver a casa, el lugar donde nos esperan, donde no nos dejan caer en el olvido, donde si no aparecemos la luz no se apaga, la vigilia en la noche se instala. Volver solo se puede volver al principio, donde nos regeneramos. Si perdemos “el dentro” (el hogar, la mesa de despacho, los amigos de siempre, el hábito de cada día…) ya no hay donde salir, ni malditas ganas que tendríamos.
Nosotros podemos caminar porque hay una casa donde ir. Bienvenidos.
