¿Comemos juntos?

Ante el horror de lo que ha sucedido en los kibutz y la desesperación de la población civil atrapada en Gaza, sólo puede salir una respuesta radical. La cuestión es, ¿puede haber otra que la del odio y la escalada de la violencia? Porque está claro que las palabras empalagosas en estas circunstancias no son bienvenidas. Esta mañana me contaron una noticia. El cardenal Pizzaballa, Patriarca católico de Jerusalén, se ha ofrecido a cambio de unos niños rehenes de Hamas. Para poder vencer el mal con el bien, el mundo está muy necesitado de este tipo de radicalidad.

Tuve una comida familiar la semana pasada. Somos cinco hermanos y tengo una cuñada musulmana y un cuñado judío. Uno de los principales temas sobre la mesa fue el conflicto palestino-israelí. Y en ese momento, en la medida de nuestras posibilidades, estábamos construyendo la paz. Percibí cómo a veces nos callábamos o afinábamos nuestras respuestas, no por miedo a no ser políticamente correctos, sino porque nos queremos. Porque somos familia. No se trata de negar los desafíos: partimos de puntos de vista a veces opuestos y que están enraizados en creencias religiosas. Pero somos familia.

Al final, como explicaba el historiador Arnold J. Toynbee, las minorías creativas son esas comunidades que, con gestos en apariencia sencillos, permiten que acontezcan los grandes cambios históricos. Quizás también en una comida familiar se pueden desarraigar muchos odios ancestrales. Al fin y al cabo, ¿no es pedagogía cristiana sentarse a comer con el extraño? Porque compartiendo el pan se acercan los corazones.

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