¿Quién no desea amar la vida y tener días felices?

Los intelectuales dicen que desear la felicidad es cosa de bobos pero yo, ¿qué quieren que les diga?, quiero ser feliz.

Es cierto que la felicidad, ese momento en el que nos parece que la vida alcanza cumbres asombrosas, es como una nube que después de cubrirnos ligeramente se perdiera a velocidad vertiginosa hacia un horizonte que siempre está un poco más allá. Puede que esa extraña alegría, ese asombro, esa fascinación ante la grandeza de la realidad esté tan íntimamente relacionada con los efluvios emotivos que su carácter efímero resulte inevitable.

Un corazón insaciable

Bien, ¡claro!, todo esto lo compro. Estoy de acuerdo con que identificar la felicidad con el incremento de la dopamina nos lleva a una búsqueda constante de experiencias que terminan dejando arenilla en el corazón, porque no son suficientes, porque tras la efusividad viene la resaca, el bajón.

Todas esas experiencias, esos instantes maravillosos, no consiguen dejarnos satisfechos si no están recorridos por un sentido que nos llegue al corazón, que nos bañe por completo.

Hace unos años pasé por una tormenta de estrés que acabó por ponerme patas arriba. Recuerdo de entonces una angustiosa sensación permanente de estar siempre donde no tocaba, como si nunca tuviese los pies sobre la tierra que en ese momento estaba bajo las suelas de mis zapatos. Hiciera lo que hiciese siempre pensaba que tenía que estar haciendo otra cosa, en otro lugar, ocupándome de otro asunto. De esta manera nunca estaba en mí mismo, en mi presente, y desde luego mantenía una relación muy tibia con la realidad que tenía delante.

Encontrar nuestro camino

Sin embargo, cuando encontramos nuestro camino, cuando finalmente sabemos qué es lo que queremos y descubrimos qué hacer con nuestra vida, la cosa cambia. En mi caso esto sucedió al eliminar la pretensión de conseguirlo todo mediante mi propio esfuerzo. Sencillamente, acepté cómo era, lo que deseaba y cómo quería vivir la vida. No fue una genialidad, sino la profundización consciente de un encuentro singular: el encuentro con Alguien, Cristo, que transformó mi existencia dotándola de la tranquilidad de saberme hijo, cuidado, amado.

Sé que esto no es una receta y no tengo la intención de convencer a nadie de nada. Es mucho más sencillo y es lo que puedo decir: si antes no veía ahora veo. Tal vez las circunstancias hayan mejorado, pero no se trata de eso. Es un cambio en la mirada que me permite respirar incluso en las situaciones más difíciles y ver en cada momento el regalo que es la vida.

Las cosas han cambiado, pero sobre todo lo he hecho yo, de forma radical y preciosa. Todo es igual y todo, a la vez, se ha vuelto completamente distinto.

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