Ante el desarrollo que acabamos de hacer surge una pregunta pertinente y seguramente la más relevante, cuya respuesta ordena y prioriza el resto de cuestiones que pueden hacerse a la Iglesia: ¿Puede la Iglesia ser la presencia de Jesús para el hombre contemporáneo? Es decir, ¿puede la Iglesia darnos a Cristo?
No se trata de una pregunta moral o social solamente, sino de la pregunta más adecuada al recorrido que hemos hecho hasta ahora. La Iglesia es una institución coetánea a todas las épocas desde hace dos milenios, eso provoca que los hombres y mujeres de cada tiempo puedan interrogarla sobre aspectos que tocan la vida cotidiana de los pueblos. Es legítimo. Pero se nos antoja que hay una pregunta previa que tiene más pertinencia a la pretensión que tiene la Iglesia y por la que podemos juzgarla con rectitud: ¿La Iglesia da a Jesús hoy y ahora? Porque si no lo da, ya puede ser una estructura intachable humanamente, pero será un fraude a la promesa que hizo Jesús y que creyeron seguir los primeros cristianos. Y si, por el contrario, esta Iglesia está llena de defectos y daños graves, pero sigue teniendo y dando la presencia de Cristo, entonces cumple la primera misión. Luego ya se le podrá exigir el resto de peticiones justas.
Es decir, podemos dedicarnos a “interrogar” a la Iglesia sobre cuestiones de muchas índoles, pero se “escapará” entonces de aquella que verdaderamente la pone contra las cuerdas de la verdad. ¿Por qué es tan poco común que se trate a la Iglesia con esta exigencia y, sin embargo, se le exijan otras cuestiones? Lo veremos en el siguiente punto.
Juan Pablo II:
Audiencia Juan Pablo II 22 junio 1988: Jesús fundador de la estructura ministerial de la Iglesia «…yo dispongo un reino para vosotros» (Lc 22, 29)
Audiencia Juan Pablo II 13 julio 1988: Jesús fundador de la estructura sacramental en la vida de la Iglesia
Audiencia Juan Pablo II 23 julio 1988: Jesucristo transmite a la Iglesia el patrimonio de la santidad (Ef 5, 25b-27)
Benedicto XVI:
Audiencia Benedicto XVI 15 marzo 2006: La voluntad de Jesús sobre la Iglesia y la elección de los Doce
Audiencia Benedicto XVI 22 marzo 2006: Los apóstoles testigos y enviados de Cristo
Audiencia Benedicto XVI 29 marzo 2006: El don de la comunión
Comisión Teológica Internacional 7 de noviembre de 1985:
En la actualidad la Iglesia está prácticamente fuera de la conversación pública y hay que reconocer que ha hecho daño la incapacidad que ha tenido para afrontar algunos perjuicios graves en su historia. En otras ocasiones, su lejanía o rechazo no es tanto por un mal como una incomprensión de su mensaje. Pasamos a ver algunos de esos temas “legítimos” sobre los que se quiere normalmente interrogar a la Iglesia. Los traemos en este aparte porque entendemos que son análisis que se hacen en paralelo a la línea que este Seminario quiere proponer, que no es otra que ver la pertinencia que tiene la Iglesia de existir todavía hoy a partir de la legitimidad que le da su origen, es decir, Jesús de Nazaret. Sabemos que los temas conflictivos son: opacidad, fallos de comunicación, división de los cristianos como causa del ateísmo contemporáneo, errores en la historia, pederastia, moral sexual, escándalo, riqueza de la Iglesia…
«Estoy convencido de que, en la medida en que seamos fieles a la voluntad de Dios, los tiempos de purificación eclesial que vivimos nos harán más alegres y sencillos y serán, en un futuro no lejano, muy fecundos. «¡No nos desanimemos! El señor está purificando a su Esposa y nos está convirtiendo a todos a Sí. Nos permite experimentar la prueba para que entendamos que sin Él somos polvo. Nos está salvando de la hipocresía y de la espiritualidad de las apariencias. Está soplando su Espíritu para devolver la belleza a su Esposa sorprendida en flagrante adulterio. Nos hará bien leer hoy el capítulo 16 de Ezequiel. Esa es la historia de la Iglesia. Esa es mi historia, puede decir alguno de nosotros. Y, al final, a través de tu vergüenza, seguirás siendo un pastor. Nuestro humilde arrepentimiento, que permanece en silencio, en lágrimas ante la monstruosidad del pecado y la insondable grandeza del perdón de Dios, es el comienzo renovado de nuestra santidad».
Carta del Papa Francisco a los sacerdotes en el 160 aniversario de la muerte del cura de Ars (4-8-2019)
La Iglesia y las culpas del pasado. Comisión Teológica Internacional, bajo la dirección del cardenal Ratzinger. Oración de petición de perdón de Juan Pablo II en el año 2000.
Gaudium et Spes sobre la división de los cristianos (n. 92).
Abusos contra menores. La respuesta de la Iglesia: documentos pontificios, Comisión Pontificia para la protección de los menores, encuentro «La protección de los menores en la Iglesia» (21-24 febrero 2019), modificaciones introducidas en las Normae de gravioribus delictis y otros documentos de interés.
Los bienes de la Iglesia. Por la Conferencia Episcopal Española: inmatriculaciones, registro de la propiedad, devolución de bienes, IBI y fiscalidad.
La moral sexual como objeto de debate público: carta del cardenal J. Ratzinger a los obispos de la Iglesia. A esto se añade el Responsum de 2021 y la Declaración Fiducia supplicans de 2023.
Hemos hecho un recorrido por la fundación y los primeros pasos de la Iglesia. Parece razonable pensar que Cristo quiso la Iglesia, pero aceptar que la pretensión de la Iglesia es poder ser Cristo hoy es algo asombroso o escandaloso. Esta sería la primera petición que deberíamos tener con la Iglesia, que sea lo que dice ser. Pero esta exigencia a veces se pone en segundo lugar, o incluso desaparece, en favor de un requerimiento más urgente: que sea una institución honrada y buena. No siempre lo ha sido o lo es, es cierto. De ahí que surjan las siguientes paradojas para el que se acerca a ella con sincero interés.
La Iglesia presenta a los ojos del observador, incluso no creyente, un conjunto de rasgos paradójicos que profundizaremos y que podemos resumir en santidad-pecado, división-unidad. Estos contrastes entre su ideal y su realización concreta amenazan su credibilidad e incluso su misma existencia. Es una provocación por la existencia simultánea de rasgos aparentemente incompatibles a los ojos de la experiencia y de la historia humanas, y sin embargo armonizados en ella, la Iglesia evoca algo de las grandes paradojas de la presencia de Cristo en el mundo: sencillez y autoridad, humildad y pretensión de ser el salvador de los hombres. La Iglesia, como Cristo, es un misterio por descifrar, que atrae y crea rechazo.
La mayor paradoja de la Iglesia es la coexistencia en ella del pecado y de la santidad. Es también la que plantea más preguntas, incluso entre los creyentes, ya que para muchos es piedra de tropiezo, escándalo, auténtico sinsentido.
Ya las cartas de Pablo atestiguan que había en las comunidades primitivas faltas de fe y de caridad, envidia, mentiras, codicia, impureza. Los pecados de los miembros de la Iglesia afectan a la misma Iglesia a lo largo de toda su historia.
De este modo, la Iglesia es una comunión de pecadores y de santos. Según la expresión tan sugestiva de los padres de la Iglesia, la Iglesia es una casta meretrix, una «casta prostituta». Esta es la paradoja. Se plantea entonces la cuestión: ¿Cómo una Iglesia manchada por el pecado puede seguir siendo signo expresivo de la salvación que anuncia?
No se puede negar que la Iglesia es una comunidad visible, cuyo testimonio asume una forma no solo personal, sino también comunitaria. La calidad de los miembros de esta comunidad afecta a la imagen que presenta ante el mundo. Si esta comunidad vive del Evangelio es transparencia de Cristo. De aquí resulta una imagen fiel a Cristo y a su Espíritu. Por el contrario, el pecado establece entre los miembros de una comunidad unas relaciones interpersonales oscuras y viciadas. Una comunidad que tiene a sus miembros divididos, que son egoístas, crueles, recelosos, inmorales, mentirosos y ladrones, es justamente calificada de pecadora. Si presenta un cuerpo y un rostro de pecado constituye un antisigno de la salvación, ya que contradice al Evangelio que anuncia.
No es posible silenciar o reducir la importancia de este aspecto de la Iglesia. Porque, en definitiva, es la imagen que la Iglesia presenta al mundo la que la convierte en signo expresivo y contagioso o en signo negativo de la salvación que predica.
Dicho esto, y junto a lo expuesto, hay manifestaciones visibles de santidad que siguen manteniendo viva y buena a esta comunidad ¿cuáles son estas manifestaciones visibles que pueden seguir atrayendo a los hombres y mujeres de este siglo? He aquí algunos de estos hechos:
La Iglesia ha ido acogiendo e incorporando a lo largo de los siglos a muchedumbres humanas. Esta pertenencia a la Iglesia establece entre todos los miembros de la Iglesia, aunque se desconozcan entre sí y estén aislados en el espacio y en el tiempo, una verdadera «comunión».
Es una comunión compleja y exigente. Comunión hecha de un encuentro con la misma persona de Jesús, se pertenezca al siglo I o al XXI. Es también una unidad de exigencia, que invita al hombre a someter a la palabra de Cristo no solo sus actos exteriores, sino incluso sus pensamientos más secretos, sus deseos más íntimos.
Esta comunión convoca a todos los hombres de la tierra. Intenta construir, por encima de la geografía terrena, una geografía nueva, que reúna a todos, sin distinción de lengua, de color, de raza, de institución. Se trata de una expansión que va acompañada de una transformación profunda del espíritu y del corazón a partir de una opción libre, obtenida no por la fuerza de las armas, sino por una seducción de amor: el amor de Dios en Jesucristo.
La unidad de la Iglesia está siempre por rehacer, ya que siempre está amenazada: interiormente por el escándalo de los católicos o la división entre hermanos creyentes, y fuera por la persecución o la indiferencia glacial. La tarea de reunir a los hombres en la unidad de la caridad parece abocar continuamente al fracaso. Su unidad es precaria. La Iglesia no se cansa, no desespera jamás, no cede nunca al escepticismo, a pesar de estar siempre comenzando de nuevo debido a la persecución, la pereza o la traición de los hombres. Ha tenido cien veces motivos para desesperar y abandonar. Contradicha, rechazada, expulsada, pisoteada, aplastada, la Iglesia vuelve a comenzar y se empeña, por los mismos caminos del amor y con una obstinación paciente, en seguir edificando el cuerpo de Cristo.
Todo esto constituye una paradoja, un misterio:
En este camino de búsqueda se inventa el movimiento ecuménico. Las tensiones enunciadas sintéticamente pertenecen al fenómeno de la Iglesia, todas son observables y están sometidas a la mirada de los testigos. Una sola de ellas bastaría para perder toda credibilidad o la misma supervivencia, sin embargo, continúa trabajando por la unidad, y no fenece. De Cristo decían: ¿Quién es este hombre?; de la Iglesia se puede decir: ¿Quién es esta?
De esta manera, el fenómeno de la Iglesia se presenta como un misterio por descifrar, que no deja de ser el mismo misterio que rodeaba la vida de Jesús para sus coetáneos. Este misterio surge sobre todo ante la pretensión de que un acontecimiento nos salve la vida, ya hoy y ya aquí; porque el cristianismo es tan solo esto: el anuncio de la venida de Cristo, es decir, del hecho de que Dios haya entrado en la historia de los hombres. La Iglesia propone como explicación de ella misma que todo su ser y su obrar proceden de este punto, de la irrupción de Dios en la tierra hace dos mil años y de lo que Jesús hizo y dejó mandado hacer.
Por tanto, el misterio ya no es inaccesible, sino que es el ser que sostiene todas las cosas y se nos ha enseñado a través de los gestos de Jesús, de sus palabras y de su rostro; de su forma de vivir y de la nuestra cuando vivimos como Él, esto sería la Iglesia: la comunicación y la vivencia de lo que dijo e hizo Jesús y un gran órdago, que Jesús sigue en ella presente y actual. La Iglesia es la continuidad del acontecimiento de la Encarnación en la historia, lo que le permite al ser humano de hoy estar en contacto con Cristo, conocerle como lo hicieron Juan y Andrés. Volver a escuchar “Ven y verás”.
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