Dos mil años es mucho tiempo para saber que en la historia del cristianismo hay aspectos que superan lo ordinario y dificultan su credibilidad. Es casi inevitable preguntarse: ¿De verdad eso pasó así o el relato es una bella leyenda? Si esa historia no sucedió los Evangelios serían un relato legendario apoyado únicamente en un vago y remoto recuerdo. De aquí que la historicidad del relato y la solidez de sus fuentes sean clave para una fe que no anula, sino que supone la razón. Tomarse demasiado a pecho una leyenda y elevarla a la categoría de fe religiosa no es algo razonable, hay que anular la razón para poder hacerlo.
No se puede ignorar que existen muchos ambientes en los que no se acepta el valor histórico de los Evangelios porque tienen un contenido extraordinario, sobrenatural. En otros casos, no hay un rechazo frontal, pero se soslaya el problema de su historicidad para estudiar los Evangelios como un mero mensaje de vida, interpretable arbitrariamente. Por eso, es conveniente detenerse a estudiar las fuentes que permiten conocer la historicidad de la vida de Jesús de Nazaret, tal como ha llegado a la actualidad, porque el cristianismo pretende ser un acontecimiento histórico que tiene que ver con nuestra vida.
Para analizar la historicidad de un acontecimiento de hace más de 2.000 años puede ayudarnos conocer la siguiente clasificación. Acercarse a las realidades importantes del pasado remoto permite una especie de clasificación que nos posibilita comprender que una realidad mitológica no tiene la pretensión de historicidad, sino de simbolismo, una leyenda eleva a una categoría superior un hecho concreto del que se tiene muy poco conocimiento histórico y, por último, un hecho histórico es aquel suficientemente conocido y documentado.
Mito: se trata de la creación narrativa que da significado simbólico a una realidad. Es decir, lo que se cuenta no se sabe si ha sucedido, pero aporta una explicación simbólica de una realidad importante. Es verdadero en el sentido de que esconde las esencias de la vida, el fundamento de las cosas, pero no es histórico.
Por ejemplo, Sísifo es un personaje de la mitología griega que fundó el reino de Corinto. Fue testigo del secuestro de una ninfa por parte del dios Zeus y decidió guardar silencio, pero cuando Zeus se enteró le condenó a subir una enorme roca a una alta cima; cuando estaba cerca de alcanzarla, el peñasco volvía a caerse y debía subirlo de nuevo sin descanso. Con ello, Sócrates no pretende decirnos que un hombre carga con una piedra, sino que la vida es dura, da un significado simbólico.
«En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierte en su destino, creado por él, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando.
Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. Él también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada fragmento mineral de esta montaña llena de oscuridad, forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso».
A. Camus, «Obras», vol. I, pp. 328-329
Muchas veces los dioses mitológicos y sus hazañas pudieron provenir de la veneración creada en el recuerdo por hombres de extraordinario valor humano, caudillos o héroes de pueblos antiguos. En estos casos no existe noticia ninguna de que ellos mismos hubiesen pretendido el honor divino y la adoración, sino que los pueblos los alzaron a sus altares por su gloriosa memoria.
Leyenda: se trata de un relato creado a partir de un acontecimiento con un cierto trasfondo histórico poco conocido, pero con fuerte significado simbólico. Puede ser débil o parco, o algo más matizado, en todo caso insuficiente para fundamentar la potencia del relato. Por ejemplo, sobre el Rey Arturo hay una vaga referencia de Beda El Venerable en su «Historia Eclesiástica del Pueblo Inglés» (731 d.C.).
Hecho histórico: se trata de un acontecimiento documentado y conocido según las categorías propias de la investigación histórica, un hecho identificado en la historia. Por ejemplo, la historia de los césares romanos.
Si el cristianismo no tuviera ningún rasgo histórico sería un mito, si los tuviera confusos sería una leyenda, pero si son verificables es histórico, como resalta José Miguel García en su obra «Los orígenes del cristianismo»:
«Los Evangelios son relatos testimoniales de hechos que tuvieron lugar en un país y tiempo precisos. Es verdad que hablan de un acontecimiento único: que Dios se hizo hombre en Jesús de Nazaret. Un acontecimiento imposible de inventar por la razón humana; incluso hoy todavía la razón se resiste a aceptarlo. Ciertamente con su testimonio los evangelistas quieren favorecer el encuentro salvífico con Jesús. Pero esta peculiaridad de los Evangelios no supone en sus autores una ausencia de interés por la historia».
José Miguel García, «Los orígenes del cristianismo», p. 44
Si quieres seguir profundizando en estos conceptos consulta estas fuentes:
Guardini, Romano (1948). El Mesianismo en el mito, la revelación y la política (V. García Yebra, Trad.). Biblioteca del Pensamiento Actual: Madrid.
Carrón, J. (1998). Jesucristo: ¿Mito, reliquia o verdad? Ponencias del Congreso Universitario (Recomendación: pp. 54-86). Pastoral Universitaria: Madrid.
Eliade, Mircea (2014). Lo sagrado y lo profano. Paidós Ibérica: Barcelona.
Análisis del profesor de La Sorbona, Jean Guitton, sobre las características de los relatos míticos.
The problem of myth in the New Testament – James D.G. Dunn
El cristianismo es un acontecimiento documentado. Existen fuentes de distinta procedencia que lo versan y lo dan a conocer desde su prisma. Presentamos aquí una selección de fuentes grecorromanas y judías (para después presentar las cristianas). En todas ellas se da por supuesta la existencia de Jesús de Nazaret y de sus seguidores. Puesto que existen estas fuentes el cristianismo no puede ser un mito.
«Para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos, aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no solo por Judea, origen del mal, sino también por la Ciudad, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas».
Tácito (ANN. XV, 44, 2-3)
Tácito (55-118 d.C.) fue uno de los más grandes historiadores romanos que narró en los «Anales» (entre el 115 y 117 d.C.) la historia de Roma desde la muerte de Augusto hasta Nerón. Para su redacción utilizó documentos de carácter oficial conservados en los archivos, memorias privadas de personajes significativos y fuentes historiográficas, es decir, obras de otros autores, la mayoría de las cuales se han perdido. Al contar el incendio de Roma alude al intento de Nerón de culpar a los cristianos, con tres afirmaciones importantes:
«¿Qué ventaja obtuvieron los atenienses cuando mataron a Sócrates? Carestía y destrucción les cayeron encima como juicio por su crimen. ¿Qué ventaja obtuvieron los hombres de Samo cuando quemaron vivo a Pitágoras? En un instante su tierra fue cubierta por arena. ¿Qué ventaja obtuvieron los judíos cuando condenaron a muerte a su rey sabio? Después de aquel hecho su reino fue abolido. Justamente Dios vengó a aquellos tres hombres sabios: los atenienses murieron de hambre, los habitantes de Samo fueron arrollados por el mar, los judíos, destruidos y expulsados de su país, viven en la dispersión total. Pero Sócrates no murió definitivamente: continuó viviendo en la enseñanza de Platón. Pitágoras no murió: continuó viviendo en la estatua de Hera. Ni tampoco el rey sabio murió verdaderamente: continuó viviendo en la enseñanza que había dado».
Serapión (Syriac MS. Additional 14658). Epistula ad filium
Mara bar-Serapión (50 d.C.) era un filósofo estoico de la provincia romana de Siria. Escribió una carta a su hijo, estudiante en Edessa, para animarle a buscar la sabiduría. Muy probablemente sea algo posterior al año 73, ya que contiene la noticia de la fuga de unos ciudadanos de Samósata, entre los que se halla el propio escriba, y en ella refleja la esperanza de que los romanos les permitieran volver. Las circunstancias históricas a las que alude encajarían con la anexión del reino de Commágenes, cuya capital era Samósata, provincia de Siria, entre los años 72-73. No parece que el escritor sea cristiano por su forma de hablar de la pervivencia de Cristo y por situar en el mismo plano a Cristo y a los filósofos griegos.
«Su error [el de los cristianos] había consistido en la costumbre de reunirse determinado día antes de salir el sol, y cantar entre ellos sucesivamente un himno a Cristo, como si fuese un dios, y en obligarse bajo juramento, no a perpetrar cualquier delito, sino a no cometer robo o adulterio, a no faltar a lo prometido, a no negarse a dar lo recibido en depósito. Concluidos estos ritos, tenían la costumbre de separarse y reunirse de nuevo para tomar el alimento, por lo demás ordinario e inocente».
Plinio el Joven (Epistulae X, 96, ad Traianum Caesarem)
Contemporáneo de Tácito fue el historiador, estadista e intelectual Plinio el Joven (61-114 d.C.). Educado por su tío Plinio el Viejo (23-79) en el humanismo latino, ejerció la abogacía, militó en las legiones romanas y su amistad con Trajano le valió el nombramiento de gobernador de Bitinia al final de su vida. Escribió numerosas cartas que reflejan su espíritu humanista y las vicisitudes de su época. En una de ellas alude a Cristo. Escrita en torno al año 110, está dirigida al emperador Trajano y le formula una consulta por un caso de gobierno. De la carta se infiere que existía una legislación contra los cristianos, de cuyos crímenes al parecer todos hablaban, pero nadie había comprobado. Por eso, antes de condenar a varios reos denunciados como cristianos, Plinio abrió una investigación para que se tuviera claro en qué consistían sus delitos. Del resultado informa al emperador y acto seguido le pregunta cómo debe proceder para actuar con justicia.
«Expulsó de Roma a los judíos, autores de continuas revueltas bajo la instigación de un tal Cresto».
C. Suetonio, «Vita Claudii Caesaris» 25, 4
El historiador romano Cayo Suetonio Tranquilo (69-125) no tomó parte activa en la vida política, durante cierto tiempo fue secretario del emperador Adriano (hacia el 119-122). Su historiografía no es severa y razonada como la de Tácito, pero sí documentada. En su «Vida de Claudio» hay un texto célebre, aunque no de evidente interpretación, en que reconoce la existencia histórica de Cristo y le atribuye la inestabilidad del judaísmo.
La identificación de Cresto con Cristo puede ponerse en duda por el propio nombre y por el hecho de que para Suetonio ese Cresto parece un subversivo que está vivo y es contemporáneo de los hechos. No obstante: el Cresto de Suetonio no es un pagano, sino, en todo caso, un hebreo, dado que el tumulto afecta tan solo a la comunidad judía; ahora bien, aparte de que en los epitafios de las catacumbas hebreas de Roma no aparece nunca semejante nombre no consta noticia de alguna expulsión de judíos de Roma acaecida por motivos políticos de sublevación antirromana.
Este suceso, del que tenemos noticia en Hech 18, 2 tuvo lugar el 49 d.C. El tumulto fue de naturaleza religiosa. El político, militar e historiador romano Dión Casio en el siglo II-III (Hist 60, 6, 6) da la misma noticia sin nombrar a Cresto, pero sí habla de reuniones y asociaciones judías. Desconocemos de dónde tomó Suetonio la información sobre este hecho, pero él creyó presente el tal Cresto en Roma, como jefe de la revuelta, cuando en realidad era el motivo. No se expulsó a todos los judíos, sino a unos específicamente. Los judíos en Roma, a mediados del siglo I, estaban subdivididos al menos en cinco comunidades o “sinagogas” autónomas (sobre las once actualmente atestiguadas). El emperador, en respuesta a disturbios surgidos en una de las “sinagogas” romanas con motivo de un tal Cresto, expulsó a los participantes en el tumulto, y por temor a ulteriores consecuencias políticas, retiró a los demás miembros de esa “sinagoga” el derecho a reunirse; más aún, disolvió asimismo otras asociaciones.
El propio Suetonio, más adelante, en su «Vida de Nerón» habla de las consecuencias que para los cristianos tuvo el incendio de Roma:
“Los cristianos sometidos a tormentos, género de hombres pertenecientes a una superstición nueva y maléfica”.
C. Suetonio, «Vita Neronis Caesaris» 26, 2
“Los cristianos, reclutando desde los lugares más bajos hombres ignorantes y mujeres crédulas que se dejan llevar por la debilidad de su sexo, han constituido un conjunto de conjurados impíos, que, en medio de reuniones nocturnas, ayunos periódicos y alimentos indignos del hombre, han sellado su alianza, no con una ceremonia sagrada sino con un sacrilegio […]. Se reconocen por señales ocultas y se aman entre ellos, por así decir, antes de conocerse […] Tengo entendido que ellos, no sé por qué estúpida creencia, adoran, después de haberla consagrado, una cabeza de asno […] Y quien dice que un hombre castigado por un delito con la pena suprema y el leño de una cruz constituyen la lúgubre sustancia de su liturgia, no hace sino atribuir a estos bribones sin ley el ritual que mejor les pega, es decir, indica como objeto de su adoración justo lo que ellos merecerían”.
Marco Cornelio Frontón (en «Los orígenes del cristianismo»)
“Es más: incluso desde ciertas ciudades de Asia llegaron enviados de las comunidades cristianas para socorrer, defender y consolar a nuestro hombre [Peregrino]. Porque es increíble la rapidez que muestran tan pronto se divulga un hecho de este tipo. Y es que –para decirlo con sus propias palabras – no tienen bienes propios. Y ya tienes que va a parar a los bolsillos de Peregrino –procedente de manos de esta gente –una gran suma de dinero en razón de su condena; con ello le ayudaron, y no poco, monetariamente. Y es que los infelices creen a pies juntillas que serán inmortales y que vivirán eternamente, por lo que desprecian la muerte e incluso muchos de ellos se entregan gozosos a ella. Además, su fundador les convenció de que todos eran hermanos. Y así, desde el primer momento en que incurren en este delito reniegan de los dioses griegos y adoran en cambio a aquél sofista crucificado y viven según sus preceptos. Por eso desprecian los bienes, que consideran de la comunidad, si bien han aceptado estos principios sin una completa certidumbre, pues si se les presentan un mago cualquiera, un hechicero, un hombre que sepa aprovecharse de las circunstancias, se enriquece en poco tiempo, dejando burlados a esos hombres tan sencillos”.
Luciano de Samósata (Obras, II -bilingüe-, CSIC, Salamanca 1992, p. 133)
“Luego por pasión de ánimo uno es capaz de comportarse así frente a tales cosas y por hábito los galileos”.
Epícteto (en «Los orígenes del cristianismo»)
“¡Qué índole la del alma dispuesta tanto a separarse, si es preciso, del cuerpo, como a extinguirse o disiparse o a persistir! Pero que este estar dispuesto proceda de la propia decisión, no de la mera terquedad como en el caso de los cristianos, de un modo reflexivo y digno, que convenga a los demás, sin teatralismo trágico”.
Marco Aurelio (en «Los orígenes del cristianismo»)
Como observamos, hay fragmentos del orador romano Marco Cornelio Frontón (100-168) o del dramaturgo griego Luciano de Samósata (125-192), que en su obra «La muerte de Peregrino» (De morte Peregrini, pp. 11-13) ridiculiza a los cristianos y se burla de «su fundador crucificado», así como brevísimas referencias en Epícteto (55-135) y en Marco Aurelio (121-180; emperador del 161 al 180).
En casi todos los casos, los autores de estos textos sienten reservas y animadversión contra los cristianos e incluso odio. Con todo, ninguno de ellos niega la existencia de Jesús de Nazaret, ni su juicio por parte de la autoridad romana, ni su muerte en cruz, ni la estela cada vez más numerosa de discípulos que le siguen y le creen Dios. Lejos de negar nada de esto lo toman como verdadero, como un hecho necesario para explicar los acontecimientos posteriores ya sea el incendio de Roma o las revueltas de los judíos o la crisis del mercado de carne o la justificación de una sátira. Por eso, aunque sus referencias sean muy breves y a veces nebulosas resultan capitales: certifican, desde fuera de la fe cristiana, que el origen de esa fe es un judío crucificado en tiempos de Poncio Pilato.
“En aquel tiempo apareció Jesús, un hombre sabio, [si verdaderamente se le puede llamar hombre] porque fue autor de hechos asombrosos, maestro de gente que recibe con gusto la verdad. Y atrajo a muchos judíos y a muchos de origen griego. [Él era el Mesías].
Y cuando Pilato, a causa de una acusación hecha por los principales de entre nosotros lo condenó a la cruz, los que antes le habían amado, no dejaron de hacerlo. [Porque él se les apareció al tercer día vivo otra vez, tal como los divinos profetas habían hablado de estas y otras innumerables cosas maravillosas acerca de él].
Y hasta este mismo día la tribu de los cristianos, llamados así a causa de él, no ha desaparecido”.
Antiquitates Iudaicae 18, 63-64
Flavio Josefo (37-100 d.C.) escribe “Las antigüedades judías”, en las que cuenta, a su manera, la historia del pueblo judío. En este libro, escrito en el siglo I por un personaje absolutamente próximo a los hechos, bien informado e interesado en los avatares del que fue su pueblo, aporta una información sobre Jesús que se conoce como el “Testimonio Flaviano”.
Sacerdote judío ejemplar, por nombre Josef bar Matatías, participa en el levantamiento del siglo I de los judíos contra Roma. El sanedrín le encarga la resistencia en Galilea. En el sitio de Jotapata, los romanos toman la ciudad después de una heroica resistencia. Josef, con otros defensores se esconden en una cisterna vacía. Antes que entregarse a los romanos, deciden quitarse la vida. Josef se las apaña para ser el último y cuando todos sus compañeros están muertos y le toca el turno de suicidarse sale de la cisterna y se entrega a los romanos. Para evitar que le maten afirma tener una importante profecía que comunicar al general Vespasiano, comandante de las legiones romanas contra el levantamiento judío. Cuando le llevan a su presencia le dice a Vespasiano que en muy poco tiempo va a llegar a emperador. Este decide conservarle en vida hasta ver en qué para esa profecía. La profecía no era descabellada porque era evidente que Nerón podía ser derrocado en cualquier momento y, al no haber un sucesor, era muy probable que el ejército elevase a emperador a uno de los generales. Vespasiano era uno de ellos. En efecto, poco después el ejército le proclama emperador. Entonces Flavio Vespasiano adopta como hijo a Josef por lo que este toma el nombre de Flavio Josefo por el que es conocido.
Los críticos del texto están divididos en tres grupos. Unos creen que es un añadido hecho por algún cristiano que creía dar un espaldarazo a su causa. Aducen que supone una profesión de fe por parte de Flavio Josefo de la que no hay la más mínima constancia. Otros piensan que es auténtico porque los tres párrafos aparecen así en las tres copias manuscritas griegas que se conservan y en todos los manuscritos en latín, árabe, siríaco, eslavo, etc., y además el vocabulario y la gramática son muy del estilo de Josefo. Otros, por último, creen que solo las frases entre corchetes son añadidos. El texto, después de quitar las frases entre corchetes, se llama el texto “neutral” y es el que tiene más adeptos. Pero en 1971 Shlomo Pines, erudito judío de la Universidad Hebrea de Jerusalén, descubrió una versión del testimonio en la Historia Universal de Agapio. Este texto se parece bastante al llamado texto “neutral”. Dice así:
“En aquel tiempo apareció un hombre sabio, llamado Jesús. Su conducta fue buena y tuvo fama de virtuoso.
Atrajo a muchos judíos y a muchos de origen griego que se hicieron sus discípulos. Y cuando Pilato lo condenó a la cruz, sus discípulos no abandonaron el discipulado.
Contaban que se les había aparecido tres días después de su resurrección y que estaba vivo. Según eso él era quizás el Mesías sobre quien los profetas habían contado maravillas».
Pines, Shlomo (1971). An Arabian Version of the Testimonium Flavianum and its implications (pp. 14 y 16). The Israel Academy of Sciences and Humanities: Jerusalem
El hecho es que un historiador judío como Flavio Josefo, que había vivido en primera línea los avatares de su pueblo, instruido, conocedor de las intrigas de la política local y que escribe su libro hacia los años 90, afirma sin lugar a dudas la existencia de Jesús, su pretensión de ser el Mesías, su condena a la cruz por Pilato y la existencia de unos discípulos que afirmaban que estaba vivo.
PARA PROFUNDIZAR
Sobre Flavio Josefo – J.P. Meir. Un judío marginal
«Se ha enseñado: la víspera de Pascua colgaron a Jesús. Y un heraldo salió delante de él por cuarenta días [diciendo]: Será apedreado, porque practicó la brujería y ha desviado a Israel. Quien sepa algo en su favor que venga e interceda por él. Mas, no habiendo encontrado a nadie en su favor, lo colgaron la víspera de la Pascua. [El rabino] Ulla decía: ¿Crees que él hubiera merecido una defensa? Fue un idólatra y el Misericordioso ha dicho: ¡No tendrás misericordia de él ni encubrirás su culpa!».
Sanhedrín 43 a, Talmud de Babilonia
El excelente estudio de David Instone-Brewer, investigador de Tyndale House Cambridge, titulado «El juicio de Jesús de Nazaret en el Talmud sin censura», trata a fondo la historicidad de b.San.43ª. Lo resumimos en estas afirmaciones y recomendamos su lectura pausada para ver sus fuentes y su sólida argumentación:
Descarga el texto original Jesus of Nazareth’s trial in the uncensored Talmud
Se trata de un estudio muy serio sobre las fuentes que hablan de la historicidad del Tratado del Sanhedrin, una referencia segura sobre la credibilidad del Talmud, que profundizaremos en la segunda parte del Seminario cuando hablemos de los milagros en la pretensión de Jesús de Nazaret.