Las primeras fuentes cristianas son los Evangelios (Marcos, Mateo, Lucas y Juan) y el resto del Nuevo Testamento: Pablo y otros autores cristianos de los primeros siglos. Todas esas fuentes componen la historia concreta de Jesús. Además, en el análisis de la credibilidad de cualquier fuente antigua hay dos cuestiones. En primer lugar, está la crítica textual, es decir, el estudio de los documentos en sí mismos y cómo han llegado a nosotros. Puesto que no tenemos ningún original y han pasado siglos desde que fueron escritos podrían haberse introducido alteraciones que restaran fiabilidad al documento. La segunda cuestión tiene que ver con el contenido mismo del documento: si tiene pretensión de relatar algo sucedido, si lo contextualiza histórica y geográficamente de manera verificable y si presenta con realismo los hechos y los personajes.
Si los textos son tan posteriores a los acontecimientos y/o se les han introducido tales alteraciones que no sabemos qué escribió el autor no puede haber fiabilidad desde el punto de vista histórico. Bien lo sabía David Strauss, uno de los padres de la teoría de que el cristianismo es un mito forjado por generaciones posteriores. En su libro «La Vida de Jesús», pensando como la mayoría de los académicos de la época que los Evangelios y el Nuevo Testamento habían sido escritos a finales del siglo II, afirmó que si fuera cosa de testigos sería irrefutable:
«La historia evangélica sería inatacable si se probara que había sido escrita por testigos oculares o, al menos, por personas que estaban cercanas a los acontecimientos».
«Si bien, es verdad que, por vía de los testigos oculares mismos, se pueden introducir errores, y por consiguiente falsos relatos: sin embargo, la posibilidad de errores no premeditados (el engaño premeditado se reconoce, por lo demás, fácilmente), se halla reducida a límites mucho más estrechos que cuando el narrador, separado de los acontecimientos por un intervalo mayor, se ve obligado a recibir sus informes de labios de otras personas».
David Strauss, «La Vida de Jesús» (1835). En J. Guitton, «El problema de Jesús», p. 52.
Por eso, nuestro análisis de la credibilidad de las fuentes cristianas parte de la referencia primaria que son las cartas de Pablo porque son los escritos cristianos más antiguos, redactados entre los años 50 y 60.
Los documentos más antiguos del Nuevo Testamento son las cartas de Pablo de Tarso, de ahí su valor como fuente histórica. Fueron escritas en los años 50-60 (Corintios, Romanos, Gálatas, Filipenses, Colosenses, Efesios).
El autor usa conceptos cristológicos que no explica porque supone comunidades capaces de entenderlos, lo cual indica que existe una comprensión de Jesús como hombre y como Dios ya desarrollada 20 años después de su muerte.
Estas dos décadas son el tiempo necesario para empezar a enseñar, explicar, repetir y hasta fijar los términos de uso común. Este hecho es relevante porque Pablo cita textos que circulaban antes de que él escribiera sus cartas que las comunidades manejaban en sus asambleas. Es por esto que el epistolario paulino es una fuente de valor histórico incalculable, dada su cercanía al hecho de Jesucristo.
Tras analizar las cartas de Pablo seguimos profundizando en el Nuevo Testamento y su fiabilidad. Como hemos mencionado, hay que ver la crítica textual (los textos en sí mismos, cómo han llegado a nosotros puesto que no tenemos ningún original y han pasado siglos desde que fueron escritos) y el contenido de los escritos (qué dice el relato, si el documento tiene pretensión de historicidad y si aporta suficientes datos para hacerlo creíble). Tomaremos en cuenta de un modo más extenso el número de copias, dado que es crucial para reconstruir la totalidad del texto, lo más cercano posible a los textos originales y, también, nos centramos en las fechas; a mayor lejanía del texto con el hecho, mayor posibilidad de error o manipulación.
Dado que los textos originales que escribieron los apóstoles se perdieron, el estudio del número de copias es de suma importancia: a mayor número de copias, mayor fiabilidad en la reconstrucción de los textos. También es importante analizar las fechas de los mismos en relación con su momento de composición, ya que a mayor cercanía con el hecho que se relata, se reducen las posibilidades de error, olvido o manipulación.
A continuación, presentamos un cuadro comparativo en el que se analiza y detalla en número de copias de cada texto antiguo, sus fechas y la evidencia de la precisión en su transmisión:
También ofrecemos un cuadro comparativo de Geisler Norman y William Nix con el número de copias del Nuevo Testamento de los Padres de la Iglesia Justino, Ireneo, Clemente Alejandro, Orígenes, Tertuliano, Hipólito y Eusebio:
Fuente: Geisler Norman y William Nix. General Introduction to the Bible
Es verdad que entre tantos documentos existen muchas variantes, por errores u omisiones de los copistas, pero combinando todas las copias disponibles es posible reconstruir con altísima fiabilidad el original de cualquier texto antiguo, también el Nuevo Testamento.
Por otro lado, hay que recalcar que en el caso de que no existiera ningún original ni copia cercana al hecho, también podría reconstruirse prácticamente todo el Nuevo Testamento a partir de las citas de los autores cristianos de los primeros 300 años (36.289). Todo esto hace que desde el punto de vista material sea muy creíble.
Ahora analizaremos las fechas de composición. Cuando se estudia la veracidad de los documentos antiguos es fundamental considerar el tiempo transcurrido entre los sucesos narrados y la historia que da cuenta de ellos. Los expertos confían en la historicidad si median dos generaciones o menos, ya que consideran que en ese lapso no puede inventarse o distorsionarse un acontecimiento significativo por dos motivos:
El profesor Sherwin-White es un historiador especializado en Historia Antigua de Grecia y Roma. En sus 8ªy 9ª Sarum Lectures a la comunidad de profesores de la Universidad de Oxford hace un análisis comparativo entre diversos grandes historiadores de la antigüedad (Herodoto, Tucídides) y el Nuevo Testamento en cuanto a la pasión con que se redacta y el tiempo requerido para forjar leyendas de grandes personajes o hechos (batallas, etc). Muestra que dos generaciones (80/90 años) son un arco de tiempo demasiado corto para convertir la historia real en leyenda y borrar la solidez de los hechos históricos. Al comparar esto con lo que conocemos de la redacción de los Evangelios y Hechos de los Apóstoles sostiene que su fiabilidad histórica es igual o mayor que la de cualquiera de las fuentes antiguas clásicas cuya historicidad está fuera de duda:
“En cuanto a los Hechos (de los Apóstoles), la confirmación histórica es abrumadora… Cualquier intento de rechazar su historicidad nos parece absurdo. Los historiadores de Roma hace tiempo que la dan por válida”.
Sherwin-White (2000), Roman Society and Roman Law in the New Testament, pp. 188-191
¿Cuántos años transcurrieron desde la muerte de Jesús hasta su redacción? Marcos estaría escrito entre los años 64 y 70, situándose Mateo y Lucas entre los 70 y los 80, y Juan en los 90. Hay estudiosos que sostienen fechas de composición previas que se acortarían considerablemente, llegando a situar fragmentos originales en arameo en la década del 30 al 40, poco después de la muerte de Jesús. Los Evangelios actuales y sus fuentes fueron escritas de 10 a 50 años de los acontecimientos narrados, o sea, menos de dos generaciones.
El Nuevo Testamento refiere que 20-30 años atrás, un artesano judío de personalidad excepcional mostró una nueva mirada sobre Dios y la vida humana que cautivó a muchos, se hacía pasar por Dios encarnado y fue crucificado, muerto y sepultado, resucitó y subió al cielo. Era un personaje encuadrado en un tiempo, espacio y circunstancias verificables, tratado por las autoridades romanas y judías, con parientes y conocidos todavía vivos.
Es importante subrayar que los escritos del Nuevo Testamento, en su redacción definitiva, contienen citas y/o sustratos de textos anteriores a ellos, cinco años anteriores. El historiador José Miguel García, profesor de Sagrada Escritura en la Facultad de Teología San Dámaso y en el Instituto de Ciencias Religiosas de Madrid, aporta más información sobre los años que transcurrieron en la escritura del Nuevo Testamento:
«Ahora bien, los estudios de este último siglo y medio han dejado fuera de duda las fuentes que utilizó Lucas para componer su evangelio, identificadas como la fuente Q, el evangelio de Marcos y otras fuentes propias. Estas fuentes debieron existir ya en griego en la década del 40 al 50. Pero sometiendo estas fuentes a un concienzudo estudio de filología bilingüe, queda fuera de toda duda el dato de que las tres fuentes que utilizó para el ministerio público, pasión y resurrección fueron compuestas en arameo. Todas ellas, por tanto, debieron nacer para cristianos de habla aramea, es decir, de Palestina o regiones cercanas en las que ciertos moradores no habían asimilado aún la lengua griega. Por tanto, es necesario concluir que los originales semíticos de las fuentes de Lucas se escribieron en la primera década después de la muerte de Jesús, del 30 al 40».
J.M. García, «Los orígenes históricos del cristianismo», p. 54
A principios del siglo II, tras dos generaciones, surgió una corriente de literatura que es conocida como «apócrifa» en la que los primeros cristianos no se reconocieron ya que añadía datos o argumentos que no eran ciertos, con añadidos fantásticos y copias de otras religiones (los apócrifos gnósticos). Un ejemplo es el evangelio apócrifo de San Pedro donde puede verse el relato de una resurrección fantástica, llena de detalles, que no aparece en los Evangelios canónicos:
“Pero durante la noche del amanecer del domingo, mientras los soldados montaban guardia por turnos, de dos en dos, resonó en el cielo una gran voz y se vieron los cielos abrirse, bajaron de arriba dos hombres, en medio de un gran resplandor, y se acercaron al sepulcro. La piedra que estaba apoyada en la entrada rodó fuera y se colocó a un lado, se abrió el sepulcro y entraron los dos jóvenes… Vieron a tres hombres salir del sepulcro: dos de ellos llevaban a otro y les seguía una cruz. Las cabezas de aquellos dos llegaban hasta el cielo, mientras la del Hombre que llevaban de la mano sobrepasaba los cielos. Oyeron desde los cielos una voz que decía: “¿Has predicado a los que duermen?”. Y desde la cruz se escuchó esta respuesta: Sí”.
Evangelio apócrifo atribuido a San Pedro (ca. 150, Siria, corriente docetista)
Uno de los mayores expertos en el estudio de los apócrifos, H. Klauck, previene de la “ingenua curiosidad” del narrador y abre la posibilidad a una “falsificación intencionada” que podemos investigar en películas como El Código Da Vinci o Stigmata.
“Con respecto a una parte de los llamados apócrifos, especialmente los redactados en una fecha más tardía, hay que atribuir la debida importancia a un factor que llevó a su composición, a saber: los escritos neotestamentarios sirvieron como criterio; los autores de los apócrifos intentaron completarlos, desarrollarlos y llenar las supuestas lagunas; a veces la intención era hacer valer las ideas teológicas del autor, allí donde se diferenciaban del Nuevo Testamento. (…) Las narraciones de los evangelios canónicos entran de este modo en una fase de oralidad nueva, secundaria, en la que quedan expuestas a una reformulación libre y, sobre todo, a una asimilación armonizadora de las diferentes versiones. De este modo se explica que los evangelios canónicos pudieran ejercer una influencia indirecta en la composición de los textos apócrifos. (…) No se puede mantener que todos los apócrifos compuestos en la Edad Media fueron fruto de lo que Bauer llamaba ‘ingenua curiosidad’. Tenemos que contar con la posibilidad de la falsificación intencionada, justamente en este periodo tardío… Esta es la oscura sombra que se cierne en adelante sobre la composición de nuevos apócrifos. (…) No existe una secuencia cronológica bien definida en la que la ortodoxia reemplace a la herejía. Más bien, ambas coexistieron durante un tiempo con fronteras variables, de modo que es difícil asignar una clasificación exacta a muchos textos, tanto a los que pasaron a ser apócrifos como a los que entraron a formar parte del canon”.
Klauck, Hans-Joseph (2006). Los evangelios apócrifos. Una introducción (pp. 14, 16, 318, 320)
También puedes consultar el texto de Johann Michl: Libros apócrifos del Antiguo y del Nuevo Testamento o leer «Los papiros de la tumba de Jesús» (2021). Después de novelas como «El secreto de María Magdalena», «La piedra sagrada», «La conspiración del Templo», «El testamento de los siglos», «El peregrino del tiempo»… Carlos Pineda sortea la influencia gnóstica para relatar los pasajes del Evangelio contados por los que vivieron al lado de Jesús.
Para cerrar este apartado recordamos la síntesis que hace Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret”:
«Solo si ocurrió algo realmente extraordinario, si la figura y las palabras de Jesús superaban radicalmente todas las esperanzas y expectativas de la época, se explica su crucifixión y su eficacia. Apenas veinte años después de la muerte de Jesús encontramos en el gran himno a Cristo de la Carta a los Filipenses (cf. 2, 6-11) una cristología de Jesús totalmente desarrollada, en la que se dice que Jesús era igual a Dios, pero que se despojó de su rango, se hizo hombre, se humilló hasta la muerte en la cruz, y que a Él corresponde ser honrado por el cosmos, la adoración que Dios había anunciado en el profeta Isaías (cf. 45, 23) y que solo Él merece.
La investigación crítica se plantea con razón la pregunta: ¿Qué ha ocurrido en esos veinte años desde la crucifixión de Jesús? ¿Cómo se llegó a esta cristología? En realidad, el hecho de que se formara en comunidades anónimas, cuyos representantes se intenta descubrir, no explica nada. ¿Cómo colectividades desconocidas pudieron ser tan creativas, convincentes y, así, imponerse? ¿No es más lógico, también desde el punto de vista histórico, pensar que su grandeza resida en su origen, y que la figura de Jesús haya hecho saltar en la práctica todas las categorías disponibles y solo se la haya podido entender a partir del misterio de Dios? Naturalmente, creer que precisamente como hombre Él era Dios, y que dio a conocer esto veladamente en las parábolas, pero cada vez de manera más inequívoca, es algo que supera las posibilidades del método histórico. Por el contrario, si a la luz de esta convicción de fe se leen los textos con el método histórico y con su apertura a lo que lo sobrepasa, estos se abren de par en par para manifestar un camino y una figura dignos de fe. Así queda también clara la compleja búsqueda que hay en los escritos del Nuevo Testamento en torno a la figura de Jesús y, no obstante, todas las diversidades, la profunda cohesión de estos escritos».
Benedicto XVI, «Jesús de Nazaret», p. 18
Podría argumentarse que las fuentes cristianas no son del todo fiables porque los que las han escrito fueron seguidores de Jesús y, por tanto, los primeros interesados en transmitir su mensaje. No obstante, las fuentes cristianas tienen muchas coincidencias con fuentes no cristianas, cuestión que permite aceptar razonablemente la historicidad de las fuentes cristianas. Hay algunos aspectos clave, fechados y contextualizados, tanto por historiadores judíos como paganos, que son la base de la creencia y práctica religiosa de los primeros cristianos y que se ha prolongado a lo largo de los siglos:
En definitiva, de estas fuentes se desprende que Jesús fue un maestro que predicó y tuvo seguidores, hizo obras fuera de lo ordinario, murió en un tiempo y lugar muy precisos, y después de su muerte los suyos se reúnen para cantarle himnos como a un Dios.
Hemos analizado hasta ahora, en favor de la credibilidad de las fuentes históricas del cristianismo, el número de documentos y la cercanía de estos con las fechas de lo narrado. Unido a esto está la coincidencia de las fuentes cristianas con las que no lo son en las cuestiones importantes del relato. Aportamos otros rasgos, considerados secundarios, que apoyan la historicidad de las fuentes cristianas y que se centran en el estilo narrativo que tienen. Veamos algunos:
Jesús fue un maestro o rabino autorizado que entrenó a sus discípulos para que fueran sus aprendices. De acuerdo con las prácticas de su cultura de orientación oral eran capaces de memorizar con precisión cantidades masivas de material. Los discípulos de Jesús tuvieron mucho cuidado de memorizar sus enseñanzas y hechos (es posible que también hayan escrito parte del material), y vieron su responsabilidad como guardianes de la tradición. Su función era transmitir la tradición de manera fiel y sustancialmente inalterada. Los Evangelios, por lo tanto, son en gran medida los resultados escritos de un proceso de manejo de la tradición que preservó su exactitud. La tradición de Jesús fue formada conscientemente por los mismos principios que gobernaron la formación de la tradición oral judía en general.
La relación de Jesús con sus discípulos era similar a la de los rabinos judíos con sus alumnos. Los Evangelios surgieron principalmente en un medio judío donde había respeto por la tradición sagrada y la transmisión oral. Esto explica el papel de un apóstol y su autoridad, tal como se presenta en el Nuevo Testamento, es decir, como un guardián autorizado y testigo presencial de la tradición. Se ve en cómo los escritores del Nuevo Testamento se refieren a su propia visión de la forma en que manejaron la tradición acerca de Jesús (1 Co 15, 3-8; Ga 2, 1-10; Col 2, 7; 1 Tes. 2, 13), dicen que ellos «entregaron» a otros exactamente lo que «recibieron». Estos términos son los que se usan en la tradición oral judía para describir la forma en que se transmitía tal tradición.
Parece, entonces, que los primeros discípulos de Jesús escribieron algunos de sus dichos y hechos, memorizaron gran parte de sus enseñanzas (eran capaces de hacerlo en esa cultura) y las transmitieron con precisión.
Las prácticas rabínicas en el año 200, estudiadas por la Escuela de Uppsala, seguramente fueron influenciadas por prácticas anteriores. Y las mismas prácticas del Nuevo Testamento dan evidencia de que la entrega precisa de la tradición recibida era una práctica cultural y religiosa en los tiempos del Nuevo Testamento. Además, cuando se comparan los Evangelios sinópticos entre sí hay una mayor concordancia palabra por palabra en las palabras de Jesús que en los detalles incidentales de la narrativa histórica circundante. Esto es lo que se esperaría si el material fuera manejado como una «tradición sagrada».
Los autores del Evangelio quieren narrar un hecho histórico, algo que realmente ha sucedido:
«Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido. Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel».
Lc 1, 1-15
En ningún momento Lucas muestra una intención literaria o sapiencial en su escrito, sino un deseo de hacer constar que está narrando un acontecimiento histórico:
«En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados».
Lc 3, 1-3
Y como Lucas, el resto de los textos del Nuevo Testamento contienen numerosas referencias concretas:
Personajes históricos: Augusto, Tiberio, Herodes el Grande y Antipas, Claudio, Festo, Berenice, Pilato, Gamaliel, Anás, Caifás…
- “Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria” (Lc 2, 1-2).
- “Cumplido un bienio, Porcio Festo sucedió a Félix, y este, queriendo congraciarse con los judíos, dejó preso a Pablo” (Hch 24, 28).
- “Se levantaron el rey, el gobernador, Berenice y los que estaban sentados con ellos y, cuando se retiraron, decían entre ellos: Este hombre no está haciendo nada digno de muerte o de prisión. Agripa dijo a Festo: Este hombre podía ser puesto en libertad si no hubiera apelado al César” (Hch 26, 30-32).
- “Pero un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, respetado por todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín, mandó que sacaran fuera un momento a aquellos hombres y dijo: Israelitas, pensad bien lo que vais a hacer con esos hombres” (Hch 5, 34-35).
- «Hermanos israelitas y padres: escuchad la defensa que hago ahora ante vosotros. Al oír que les hablaba en lengua hebrea, guardaron mayor silencio. Y continuó: Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad; me formé a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la ley de nuestros padres; he servido a Dios con tanto celo como vosotros mostráis hoy” (Hch 22, 1-3).
Grupos sociales: romanos, judíos, galileos, griegos, prosélitos, comerciantes, artesanos, sacerdotes, esclavos y siervos, prostitutas…
- «En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto?” (Lc 13, 1-2).
- «Después de dos días, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado: «Un profeta no es estimado en su propia patria». Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta” (Jn 4, 43-45).
- “Por su parte, los fariseos se dijeron a sí mismos: Veis que no adelantáis nada. He aquí que todo el mundo le sigue. Entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: Señor, queremos ver a Jesús” (Jn 12, 19-21).
- “Y puesto que, en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación para salvar a los que creen. Pues los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados —judíos o griegos—, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1, 21-24).
- “Así pues, ya comáis, ya bebáis o hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo ni a judíos, ni a griegos, ni a la Iglesia de Dios; como yo, que procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propia ventaja, sino la de la mayoría, para que se salven” (1 Corintios 10, 31-33).
- “Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo: ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua” (Hch 1, 6-10).
- “Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel” (Mt 2, 3-6).
- «¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre? Contestaron: El primero. Jesús les dijo: En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis” (Mt 21, 31-32).
Lugares: Jerusalén, Betania, Emaús, Belén, Galilea, Cafarnaúm, ríos, lagos, montes…
- “Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados” (Jn 2, 13-14).
- “Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando. Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo” (Jn 1, 28-30).
- “Algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían: Este es de verdad el profeta. Otros decían: Este es el Mesías. Pero otros decían: ¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?” (Jn 7, 40-42).
- “Al día siguiente, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: Sígueme. Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret” (Jn 1, 43-45).
- “Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose” (Jn 4, 46-47).
Edificaciones: Templo, piscinas, pórticos, casas, sinagogas, murallas…
- “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra” (Mt 2, 11).
- “Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos” (Jn 5, 2-3).
- “Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois vosotros. Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio” (1 Corintios 3, 17-18).
- “Y entran en Cafarnaún y, al sábado siguiente, entra en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas” (Mc 1, 21-22).
Partidos políticos/ religiosos: fariseos, saduceos, herodianos, publicanos, zelotes, doctores de la ley, escribas…
- «Le enviaron algunos discípulos suyos, con unos herodianos, y le dijeron: Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias» (Mt 22, 16).
- “Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión” (Mt 3, 7-8).
- “Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 46-48).
- “Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Simón, llamado el Zelote” (Lc 6, 13-15).
- “Al oírlo la gente se admiraba de su enseñanza. Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?» (Mt 22, 33-36).
- “Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como sus escribas” (Mt 7, 28-29).
Fiestas judías: Pascua, Pentecostés, Tabernáculos y Dedicación del Templo.
- «Cuando acabó Jesús todos estos discursos, dijo a sus discípulos: Sabéis que dentro de dos días se celebra la Pascua y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado” (Mt 26, 1-2).
- “Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados” (Hch 2, 1-2).
- «Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas. Le decían sus hermanos: Sal de aquí y marcha a Judea para que también tus discípulos vean las obras que haces, pues nadie obra nada en secreto, sino que busca estar a la luz pública. Si haces estas cosas, manifiéstate al mundo» (Jn 7, 2-4).
- «En esos días se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús andaba por el templo, en el pórtico de Salomón» (Jn 10, 22).
Si los autores quisieran haber convencido de algo irreal pondrían más énfasis en lo llamativo y excepcional, hubieran buscado buenas plumas entre ellos para estar a la altura de la grandeza del mito. Sin embargo, los textos que nos encontramos no parecen dominar el lenguaje: tienen pobreza de sintaxis, vocabulario reducido, carencia de adjetivos e imágenes alegóricas, abundancia de semitismos en el griego, etc. No subrayan ni una sola vez la bondad del protagonista ni la maldad de sus perseguidores. No hay una descripción de Jesús, sino una mera constatación de hechos y palabras con relatos escuetos.
De esta manera, nos topamos con un lenguaje creíble por la desproporción que tiene entre lo contado y su estilo directo. Por un lado, hay un estilo sencillo, objetivo, franco, en comparación con los evangelios apócrifos u otros escritos religiosos llenos de fantasías. Por otro, la grandeza del mensaje y su síntesis es difícilmente concebible en un lenguaje tan directo por unos hombres tan poco formados.
Comparativa entre la narración del nacimiento de Buda y el de Jesús:
- «Entonces Maya-Devi, rodeada de 84.000 carros tirados por caballos, de otros 84.000 arrastrados por elefantes engalanados por ornamentos de toda clase, defendida por un ejército de 84.000 soldados valerosos, hermosos y perfectos, armados de escudos y corazas; precedida de 60.000 mujeres de los Cakya, protegida por 40.000 familiares del Rey Couddhodana nacidos de las familias del ramo paterno, viejos, jóvenes y de edad madura; rodeada de 60.000 personas del apartamento íntimo del Rey Couddhodana, cantando y haciendo resonar un concierto de voces e instrumentos de toda especie, cercada por 80.000 hijas de los Naga, de otras 80.000 de los Gandhavar, de 80.000 más de los Kinnara, de 80.000 hijas de los Asoura, después de disponer todos los preparativos y ornamentos, cantando himnos y alabanzas de todas clases; seguida (de este cortejo) descendió la reina del palacio. Todo el jardín de Loumbini, regado por agua perfumada se llenó de flores divinas; y todos los árboles, en el más hermoso de los jardines, aunque no era todavía la estación, produjeron hojas y frutos. Y los dioses adornaron este jardín tan bien como lo habían hecho con el jardín de Micraka.
Entonces Maya-Devi, entrando en el jardín de Loumbini y descendiendo de su magnífico carro, rodeada por las hijas de los hombres y de los dioses, iba de árbol en árbol, hasta que llegó al Plakcha, el más hermoso de los árboles… Inmediatamente el árbol Plakcha, por influjo de Bodhisattva, se inclinó en señal de saludo. Entonces Maya-Devi tomando una rama y lanzando una mirada al cielo y un suspiro quedó inmóvil. En este momento, de los dioses Kamavatchara 60.000 Aspsara, acercándose a servirla le dieron escolta de honor. En compañía de una potencia sobrenatural semejante, Bodhisattva entró en el seno de su madre.
Después de 10 meses completos salió del costado de su madre, dotado de memoria y ciencia, sin ser tocado por las manchas del seno materno, cosa que no puede decirse de ningún otro. En el mismo momento Cakra, el señor de los dioses, y Brahma, el señor del Saha, aparecieron de pie junto a él. Los dos con el más profundo respeto, recordando y reconociendo en su cuerpo y en las partes de su cuerpo el Bodhisattva envuelto en un vestido divino de Kaci, lo acogieron (en sus brazos). Y el palacio que Bodhisattva había habitado cuando estaba en el seno de su madre, Brahma, el señor de los Saha y los hijos de los dioses Brahmakayika lo transportaron al mundo de los Brahma para hacer de él un Tchaitya y para honrarlo. Bodhisattva no fue tocado por ningún ser humano, sino que fueron las divinidades las primeras que lo recibieron».Lalita-Vistara, c.VII
- «Mientras estaban allí, se cumplió el tiempo del parto, y dio a luz su hijo primogénito: lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en el alojamiento».
Lc 2, 6-7
Algunos conceptos no parecen ser de interés para la Iglesia primitiva, pero se preservan por venir de Jesús mismo, como si en ese momento no captaran su importancia, pero supieran que la tiene por venir de quien viene. Por ejemplo, las expresiones “el Reino de Dios” e “Hijo del hombre” casi no se usaron en todo el Nuevo Testamento y, sin embargo, tienen mucha importancia en los Evangelios. El título “Hijo del hombre” es el que más usa Jesús en los Evangelios sinópticos para hablar de sí, a veces en lugar de “yo”.
La Iglesia no puso en la tradición sinóptica material que habría ayudado mucho durante el periodo en que la tradición se transmitía oralmente. La ausencia de discursos de Jesús para satisfacer estas necesidades apremiantes muestra moderación en el manejo de los materiales del Evangelio.
Algunos ejemplos son la circuncisión, los dones carismáticos, el bautismo, las leyes alimentarias, las misiones a los gentiles (Pablo no podía apelar a un dicho del Jesús histórico para justificar su misión a los gentiles), varios ministerios del Espíritu Santo, las reglas que rigen las reuniones de asamblea y la Iglesia-Estado. Sin embargo, quizás la omisión más significativa es la de las declaraciones paulinas. Las cartas de Pablo abundan en declaraciones que fácilmente podrían ser transferidas a Jesús y presentadas al mundo como oráculos del Señor. Parece un poco extraño que, si la historia de Jesús fue la creación de la comunidad cristiana, no se debería haber hecho uso de los admirables materiales ofrecidos por uno de los miembros más capaces, activos e influyentes de la comunidad cristiana.
Si un documento contiene características que son vergonzosas o contraproducentes para el propósito para el que fue escrito, entonces tiene una alta probabilidad de ser histórico. No habría razón suficiente aparte de su facticidad para incluir tales características. Por poner algún ejemplo, las actitudes de Jesús hacia el legalismo, el ayuno, el divorcio, los pecadores y las mujeres eran radicales y algo vergonzosas. Varias características del carácter de Jesús fueron piedras de tropiezo, incluidas sus demostraciones de ira, su bautismo, su muerte en una cruz y el hecho de que era un carpintero de Nazaret. A esto podría agregarse la oposición a Jesús por parte de su familia. Además, la representación de los discípulos es a menudo vergonzosa (por ejemplo, cuando son incrédulos, muestran cobardía o tienen dificultades con las enseñanzas de Jesús). En Mt 23, 8 «Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar rabbí, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos» Jesús parecería condenar la propia práctica de las iglesias de tener maestros oficiales.
Las fuentes a las que podemos acudir no son solo escritas. Existe un rastro arqueológico importante en la llamada «Tierra Santa», aquellos lugares en los que vivió Jesús y pasó gran parte de su vida. Ahí sucedieron acontecimientos significativos relacionados con su pretensión. A continuación, mostraremos las fuentes arqueológicas que nos parecen más significativas, sabiendo que podríamos abarcar muchas más.
Aunque Tierra Santa está sembrada de documentos arqueológicos, hablaremos de la Basílica de la Anunciación de Nazaret, las excavaciones en Cafarnaún donde estaba la casa de Pedro, la Basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén, una lápida con una orden imperial inscrita en griego sobre la inviolabilidad de las tumbas, y el llamado cuadrado mágico o palíndromo Sator Arepo que escondía todo un credo cristiano.
Uno de los lugares de Nazaret más importantes es la gruta de la Anunciación que se halla excavada en la roca. Según la tradición, sería el lugar donde el arcángel Gabriel anunció a María la Encarnación del Hijo de Dios. En este sentido, cuenta con sólidos fundamentos arqueológicos y escritos a favor de su autenticidad y coherencia. La presencia de algunos grafitos dan un alto porcentaje de probabilidades sobre la existencia de la casa de María. Las excavaciones llevadas a cabo por los franciscanos, dirigidas por el padre Bagatti en los años 60, representan un momento muy importante. Tanto el templo como las inscripciones son anteriores al siglo III. En una de ellas está escrito «Ave María» en griego. En otra se habla del «lugar santo de M». Los últimos estudios de datación apuntan incluso hacia finales del siglo I, comienzos del II.
En el siglo V se construyó una iglesia bizantina que los cruzados encontrarían en ruinas en el XI. Pese a ello, hoy podemos encontrar fragmentos de mosaico bizantino en el recorrido. Y de nuevo los cruzados levantaron una basílica sobre la cueva (por orden del caballero Tancredo, que era entonces príncipe de Galilea) y esta fue destruida por el imperio otomano bajo mandato del sultán Bibars en 1263. En el año 1620, sin embargo, los franciscanos reciben el permiso del emir para comprar las ruinas de la basílica y la gruta. Y un siglo después, en 1730, logran la autorización para construir una nueva basílica. Lo que vemos hoy es fruto de todos estos estratos históricos más la ampliación de 1877, que fue demolida totalmente en 1955 para construir la actual edificación (obra del arquitecto Giovanni Muzio), inaugurada en 1969. Actualmente, tiene dos niveles, el superior sigue el contorno de la catedral cruzada del siglo XII y el inferior conserva la gruta bizantina. La nueva basílica fue consagrada en 1964 por el Papa Pablo VI durante su visita a Tierra Santa. Consulta este punto en aleteia.org
También puedes ampliar la información acudiendo a estas dos guías que citamos:
Las excavaciones arqueológicas en Cafarnaún han demostrado que la localidad existía desde finales de la época helenística y han sacado a la luz viviendas de piedra basáltica, tiendas y mobiliario de un poblado pesquero de la antigua Galilea, a orillas del lago Tiberíades, durante el primer periodo romano. Es lo que se conoce como “la ciudad de Jesús” pues varios sucesos importantes de su vida ocurrieron ahí: la llamada de los discípulos, la curación de la suegra de Pedro, el milagro del paralítico, la curación del siervo del Centurión, la resurrección de la hija de Jairo…
Desde 1968 hasta 2003 se redactaron una serie de informes sobre las 23 campañas de excavaciones efectuadas en la propiedad franciscana iniciadas en 1838. En una de estas campañas se descubrió una importante basílica octogonal bizantina, construida sobre lo que fuera la humilde casa de Pedro, de la que se conserva toda la planta, y que posteriormente se convirtió en la “Domus Ecclesia” para veneración y culto de la primera comunidad cristiana. La casa de Pedro no fue solo residencia de Jesús, sino también lugar donde Jesús impartía enseñanzas particulares a los suyos.
De 1968 a 1986, fue el P. Virgilio Corbo quien dirigió 19 campañas arqueológicas que le permitieron alcanzar cuatro objetivos: trazar la historia de Cafarnaún, desde el periodo de la Edad del Bronce al periodo árabe, precisar la datación de la sinagoga en los siglos IV-V, descubrir bajo la monumental sinagoga trazos de la sinagoga del tiempo de Jesús y sacar a la luz los restos de la Casa de Pedro.
La tradición cristiana ha considerado siempre que esa Iglesia se alza sobre el lugar de la tumba de Jesús de Nazaret. De hecho, no parece que nadie lo haya puesto en duda antes del siglo XIX, pero hacia final de ese siglo algunos sostuvieron que tal emplazamiento no era el adecuado, ya que los textos hablaban de una tumba fuera de la muralla y próxima al Calvario. Así, en 1883 el general británico Charles G. Gordon identificó, fuera de las murallas y cerca de la Puerta de Damasco, una peña que podía parecerse a un cráneo, y a su lado una tumba en un espacio abierto que podía ser un huerto o un jardín. En su momento causó gran sensación y todavía algunos evangélicos visitan la “Garden Tomb” como el sepulcro de Jesús. Lo que ocurre es que, al estudiar más de cerca el lugar, los arqueólogos han hallado que se trata de una tumba que en el tiempo de Jesús llevaba ya unos ocho siglos excavada, lo que no cuadra con la descripción que hacen las fuentes de una tumba nueva, donde nadie había sido enterrado todavía.
En cuanto a la tumba que encierra el Santo Sepulcro, en primer lugar, la Iglesia se encuentra dentro de la muralla del siglo XVI, pero en el tiempo de Jesús ese espacio estaba próximo a la muralla, fuera de ella. Pocos años después de la muerte de Jesús, Agripa edificó una muralla que situó la tumba intramuros. Lo que el visitante ve hoy allí es fundamentalmente una iglesia cruzada del siglo XII, que venía a remodelar la reconstrucción bizantina del siglo anterior sobre las ruinas de otra basílica también bizantina del siglo VII, que era a su vez la reconstrucción de la basílica levantada por Constantino en el siglo IV en el espacio que desde el siglo II había ocupado el foro de Adriano y que, a su vez, había sido edificado nivelando un espacio irregular que incluía una peña, una antigua cantera abandonada, la ladera de una colina y una terraza. En el siglo XX, debido a diversas obras de remodelación, los arqueólogos han descubierto, además de vestigios de los estratos anteriores, una admirable coincidencia con los relatos del Evangelio: hay restos de una peña, el espacio vacío de lo que fue una cantera, convenientemente rellenado de tierra para hacer un huerto y tumbas de tipo kokhin, propias del siglo primero de nuestra era.
Se trata de una lápida de mármol de 60 x 37,5 centímetros y 22 líneas, encontrada en Nazaret, inscrita con un decreto del Emperador Claudio (41-54) que indicaba que tocar las tumbas o mover los cuerpos estaba penado con la muerte. Fue adquirida por la Colección Fröhneren 1878, Cabinet des Médailles, París, con un tipo de escritura que permite su datación entre el año 15 y 100 de nuestra era (concretamente 41 d.C. Cumont, Billington–Northwestern College, 1930). Dice lo siguiente:
«Edicto del César. Sabido es que los sepulcros y las tumbas, que han sido hechos en consideración a la religión de los antepasados, o de los hijos o de los parientes, deben permanecer inmutables a perpetuidad. Si, pues, alguno es convicto de haberlos destruido, de haber, no importa de qué manera, exhumado cadáveres enterrados, o de haber, con mala intención, transportado el cuerpo a otros lugares, haciendo injuria a los muertos, o de haber quitado las inscripciones o las piedras de la tumba, ordeno que ese sea llevado a juicio, como si quien se dirige contra la religiosidad de los hombres lo hiciera contra los mismos dioses. Así pues, lo primero es preciso honrar a los muertos. Que no sea en absoluto a nadie permitido cambiarlos de sitio, si no quiere el convicto por violación de sepultura sufrir la pena capital”.
Varo, F. «Rabí Jesús de Nazaret», pp. 3-5
Una explicación plausible es que Claudio, habiendo conocido la doctrina cristiana sobre la resurrección y sabiendo de la tumba vacía de Jesús, al investigar las revueltas del año 49, decidió no permitir que tal cosa volviera a suceder. Esto tendría sentido a la luz del argumento judío de que el cuerpo había sido robado (Mt 28, 11-15). Es un primer testimonio de la creencia fuerte y persistente de que Jesús había resucitado de entre los muertos.
En Dura Europos, guarnición romana en territorio sirio, se encontró un palíndromo conocido como el cuadrado mágico por sus llamativas características. Se conocían muestras suyas en diferentes lugares y épocas, pero esta tenía el valor de ser la más antigua conocida, del siglo III d.C. Si después de admirar sus simetrías se observa el contenido hay una información totalmente inocua sobre la habilidad de un campesino. ¿Tanto ingenio para decir tan poco? Por eso, los arqueólogos buscaban durante largo tiempo un significado oculto. En 1925, Félix Grosser y Sigurd Agrell sorprenden al anunciar, cada uno por su lado, que han descifrado el criptograma. Permitían ver que eran los cristianos los que habían escondido una confesión de fe en Cristo crucificado, Alfa y Omega de la creación (como se cita en el Apocalipsis), y maestro de oración que enseñó el Padrenuestro. Todo un pequeño credo cristiano guardado en ese cuadrado.
En Pompeya (sepultada en el 79 d.C.), en noviembre de 1936, se encontró un cuadrado mágico grabado en una columna frente al anfiteatro con un triángulo encima (símbolo de la Santísima Trinidad). Justo al lado del jeroglífico hay tres letras seguidas: la N (centro de la cruz), flanqueada de la A y la O, que deben situarse fuera. El dato arqueológico permite concluir que el culto a la Cruz y la simbología de las letras son anteriores al 79. Es decir, existía una traducción latina del Padrenuestro y había un culto a la Trinidad en la península itálica. No ha pasado una generación y en Pompeya los cristianos veneran al crucificado como hombre y Dios trinitario.
SATOR AREPO TENET OPERA ROTAS
(El sembrador Arepo guía con destreza las ruedas [de su carro])
Se ha argumentado que la divinización del Mesías tiene que realizarse fuera de Judea, en ambiente claramente helenista. Desde el siglo III a.C. Judea había sido sometida a un proceso de helenización muy intenso, a pesar de la resistencia de los Macabeos y de las tendencias nacionalistas. Pero hay un punto en el que en el judaísmo resultó inflexible: la concepción de Dios. Ninguna secta judía, ni dentro ni fuera de Judea, ni siquiera en la helenística y culta ciudad de Alejandría, admitió jamás la más remota semejanza del Dios de Israel con ningún culto pagano.
Puede verse muy claramente en el caso de Filón, el sabio judío, contemporáneo de Jesús, que explica en Alejandría la Torá con el procedimiento de los filólogos griegos en categorías muy próximas a la filosofía; ni siquiera Filón es capaz de renunciar al monoteísmo radical de Israel, sino que, por el contrario, lo afirma con toda contundencia. Puede verse incluso en la consideración de idolátrico que tuvo el templo construido en Egipto tras la ruina del año 70, a pesar de ser sus sacerdotes de la casa de Aarón y tener la misma fe de antes. Todo esto muestra cómo cualquier judío que tuviera un planteamiento religioso era completamente refractario a todo tipo de influencia religiosa pagana.
La helenización del mismo territorio de Judea muestra que no es necesario acudir al contexto helénico de Pablo de Tarso para poner en él el origen de una helenización del Mesías judío: si esa hipotética helenización era posible, lo era en el territorio mismo de Judea y en el tiempo mismo de Jesús. No es necesario que sea Pablo quien tenga que mezclar la idea del Mesías judío con la de los mitos paganos si puede operarla directamente el propio Jesús. Y si Jesús no puede porque repugna a la mentalidad de un judío monoteísta, entonces tampoco podría hacerlo Pablo, que era tan monoteísta como Jesús, además, explícitamente fariseo y en una distancia tan corta de tiempo respecto de la muerte de Jesús.
El mesianismo de Jesús supone una continuidad y una ruptura en el contexto de la religión de Israel, y una espiritualización y divinización de esa esperanza solo puede justificarse en el propio Jesús. En eso coinciden sus discípulos, a pesar de que procedan de aquellos diversos grupos judíos. La diversidad de origen de sus discípulos marcará, sin duda, acentos diversos en la forma de expresar la fe cristiana y también tensiones que recoge el Nuevo Testamento de forma explícita o entre líneas. Por detrás hay un denominador común: el reconocimiento de Jesús, muerto y resucitado, recibido como Kyrios-Dios. Dentro de la mejor tradición judía (Is 60), Pablo descubrió que esa salvación no podía referirse solo a Israel y su mérito consistió en llevarla a los demás pueblos. Lejos de helenizar el cristianismo, comenzó la cristianización del helenismo.
Julián Carrón explica la influencia del helenismo en su libro «Jesucristo: ¿Mito, reliquia o verdad?» (1998).
A lo largo de este capítulo se ha insistido en la historicidad de los relatos evangélicos y del Nuevo Testamento, pero es importante precisar en qué sentido se entiende esa historicidad. Esta no radica aquí, en su composición biográfica, ni en el sentido moderno de su concepción. Para ser histórico no es condición ineludible seguir una línea del tiempo bien marcada o tener todos los datos asépticamente referenciados, sin ausencia de ninguno o sin repeticiones de los señalados. Por eso, en este apartado vamos a analizar primero cómo nacieron estos textos, cómo cuentan la historia y qué tipo de historia es. De esta manera podemos indicar las dificultades que se suscitan al ser leídos como narraciones de hechos históricos.
Seguimos para este punto a la Comisión Pontificia para Estudios Bíblicos que nos ayuda a reparar en el origen de los textos que ahora conocemos. Como ya hemos visto, primero hay una fuente, el propio Jesús, que tiene el empeño de hacer comprender sus palabras, junto a los hechos que realiza. Esto es recibido por un grupo de discípulos que no solo no olvidan lo recibido, sino que de alguna manera lo comprenden a fondo y contextualizan cuando el maestro ya les ha dejado. Y este proceso es lo suficientemente exhaustivo como para que puedan dar el salto de dejarlo por escrito. Veámoslo detenidamente en el siguiente texto:
«Cristo escogió a los discípulos (cfr. Mc 3, 14; Lc 6, 13), que lo siguieron desde el comienzo (cfr. Lc 1, 2; Hch 1, 21-22), vieron sus obras, oyeron sus palabras y pudieron así ser testigos de su vida y de su enseñanza (cfr. Lc 24, 48; Hch 1, 8; 10, 39; 13, 31; Jn 15, 27). El Señor, al exponer de viva voz su doctrina, siguió las formas de pensamiento y expresión entonces en uso, adaptándose a la mentalidad de sus oyentes, haciendo que cuanto les enseñaba se grabara firmemente en su mente, pudiera ser retenido con facilidad por los discípulos. Los cuales comprendieron bien los milagros y los demás acontecimientos de la vida de Cristo como hechos realizados y dispuestos con el fin de mover a la fe en Cristo y hacer abrazar con la fe el mensaje de salvación.
Los apóstoles anunciaron ante todo la muerte y la resurrección del Señor, dando testimonio de Cristo (cfr. Lc 24, 44-48; Hch 2, 32; 3, 15; 5, 30-32), exponían fielmente su vida, repetían sus palabras (cfr. Hch 10, 36-41), teniendo presente en su predicación las exigencias de los diversos oyentes (cfr. Hch 13,16-41 con Hch 17, 22-31). Después que Cristo resucitó de entre los muertos y su divinidad se manifestó de forma clara (Hch 2, 36; Jn 20, 28), la fe no solo no les hizo olvidar el recuerdo de los acontecimientos, antes lo consolidó, pues esa fe se fundaba en lo que Cristo les había realizado y enseñado (Hch, 2, 22; 10, 37-39). Por el culto con que luego los discípulos honraron a Cristo, como Señor e Hijo de Dios, no se verificó una transformación Suya en persona “mítica”, ni una deformación de su enseñanza. No se puede negar, sin embargo, que los apóstoles presentaron a sus oyentes los auténticos dichos de Cristo y los acontecimientos de su vida con aquella más plena inteligencia que gozaron (cfr. Jn 2, 22; 12, 16; 11, 51-52; 14, 26; 16, 12-13; 7, 39) a continuación de los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la iluminación del Espíritu de Verdad (cfr. Jn 14, 26; 16, 13). De aquí se deduce que, como el mismo Cristo después de su resurrección les interpretaba (Lc 24, 27) tanto las palabras del Antiguo Testamento como las Suyas propias (cfr. Lc 24, 44-45; Hch 1, 3), de esta forma ellos explicaron sus hechos y palabras de acuerdo con las exigencias de sus oyentes. “Asiduos en el ministerio de la palabra” (Hch 6, 4), predicaron con formas de expresión adaptadas a su fin específico y a la mentalidad de sus oyentes (1 Cor 9, 19.23), pues eran “deudores de griegos y bárbaros, sabios e ignorantes” (Rm 1, 14). Se pueden, pues, distinguir en la predicación que tenía por tema a Cristo: catequesis, narraciones, testimonios, himnos, doxologías, oraciones y otras formas literarias semejantes, que aparecen en la Sagrada Escritura y que estaban en uso entre los hombres de aquel tiempo.
Esta instrucción primitiva hecha primero oralmente y luego puesta por escrito —de hecho muchos se dedicaron a “ordenar la narración de los hechos” (cfr. Lc 1, 1) que se referían a Jesús— los autores sagrados la consignaron en los cuatro Evangelios para bien de la Iglesia, con un método correspondiente al fin que cada uno se proponía. Escogieron algunas cosas; otras las sintetizaron; desarrollaron algunos elementos mirando la situación de cada una de las iglesias, buscando por todos los medios que los lectores conocieran el fundamento de cuanto se les enseñaba (cfr. Lc 1, 4). Verdaderamente de todo el material que disponían los hagiógrafos escogieron particularmente lo que era adaptado a las diversas condiciones de los fieles y al fin que se proponían, narrándolo para salir al paso de aquellas condiciones y de aquel fin. Pero, dependiendo el sentido de un enunciado del contexto, cuando los evangelistas al referir los dichos y hechos del Salvador presentan contextos diversos, hay que pensar que lo hicieron por utilidad de sus lectores.
Verdaderamente no va contra la verdad de la narración el hecho de que los evangelistas refieran los dichos y hechos del Señor en orden diverso y expresen sus dichos no a la letra, sino con una cierta diversidad, conservando su sentido».
La verdad histórica de los Evangelios. Comisión Pontificia para Estudios Bíblicos (Roma, 21 abril 1964)
La comprensión moderna de la historia se centra en una preocupación por la documentación en que se apoya, por la exactitud del relato en todas sus partes. Es un enfoque más científico que en la antigüedad. La historiografía antigua en ocasiones no duda en retocar las fuentes recibidas, sin pretensión de alterar su historicidad en la mayoría de los casos, para resaltar lo que interesa al autor. Cuando se trata de contar la vida de una persona ilustre se produce una biografía, con todos los requerimientos de historicidad (lo que se cuenta sucedió) y de exactitud (sucedió tal como se cuenta), se muestra la documentación que sustenta las afirmaciones contenidas en el relato.
En el caso de los Evangelios, como escritos que son de hace 20 siglos, encontramos la historicidad, pero en muchos casos no la exactitud. Pongamos algunos ejemplos que nos ayudan a ilustrar este punto:
Si se estudia en detalle la cronología de la vida pública se verá que hay lagunas significativas que no nos permiten saber lo que pasó en esos meses, por lo tanto, el conocimiento de lo que fue realmente la vida pública de Jesús es muy fragmentario. De los 37 años aproximadamente de su vida solo se nos cuenta muy poco de los primeros y algo más de los últimos tres.
Es obvio que con esto no puede hacerse una biografía del personaje en sentido moderno (consulta “The History of Jesus and the Eyewitnesses” del historiador Martin Hengel). Pero si se tiene en cuenta la intención de contarnos algo que pasó, aunque con poca atención al cómo o al cuándo pasó ni a contar todo lo que pasó, podemos reiterar la fiabilidad histórica de estas fuentes, sin pedirles que sean biografías actuales, ni dudar de su fiabilidad porque no lo sean.
Los Evangelios no son crónicas o informes meticulosos de la vida de Jesús, sino libros que quieren dar a conocer el mensaje excepcional del personaje y ayudar a la liturgia y a la predicación en las comunidades nacientes. Son “biografías” al estilo de la época, se puede acceder a través de ellos a la sustancia de una vida y de un mensaje.
Puedes ver un resumen sobre la historicidad de las fuentes en la conferencia de Salvador Antuñano, Catedrático de Filosofía Antigua y Medieval.
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