No se busca el sentido de la vida, sea la forma que sea en su formulación, como se buscan otras cosas. Cada pregunta tiene su enfoque, marca su camino hacia la posible respuesta. No es lo mismo preguntarse por la lealtad de un amigo que por la posibilidad de pagar una hipoteca en el futuro.
Si respetamos el tipo de pregunta, de mirada buscadora sobre la realidad, encontraremos que el tipo de certeza necesario para la respuesta es diferente. Para saber si puedo pagar la hipoteca la certeza viene de mirar mi cuenta bancaria, para saber si puedo confiar en un amigo leal la certeza me viene de la memoria de mi relación con él.
Hemos hablado de la búsqueda de sentido, de dónde venimos, a dónde vamos. La certeza que podemos adquirir frente a unas y otras cuestiones dependerá de la naturaleza de las mismas. A cada realidad se da un acercamiento según es esa realidad y la seguridad de conocerla es diferente. Importa tener certeza de la verdad o falsedad de lo que se vive, se cree o se afirma en todos los órdenes de la vida.
En otras palabras: para comprender a una persona sería irracional querer entenderla como se entiende una ecuación o se resuelve un problema de laboratorio. En estas cuestiones del sentido la certeza que se puede tener es una certeza personal, existencial, moral, no científica o matemática. El tipo de certeza que sostiene la vida, aunque no resuelva problemas prácticos.
El “laboratorio” donde se consiguen estas certezas es el de las relaciones humanas, con su falsedad o autenticidad. Equivalen en su orden, a lo que son, en el suyo, las demostraciones y los experimentos científicos. Más aún, esta vía es la única que facilita el acceso a un cierto orden de realidad: el orden de las personas. Las vidas auténticas, con un sentido patente, son la mejor vía de acceso a las certezas sobre el sentido de la vida.
En la cultura clásica la fe era una forma de conocimiento. El homo sapiens ha desarrollado una sociedad en la que es imposible vivir sin confiar cotidianamente en un factor externo que escapa a su control: el arquitecto del edificio en el que vive, el conductor del autobús en el que se mueve… Esto supone una manera de conocer propia del comportamiento humano, pues no habría tiempo material para ser invadidos por certezas empíricas: no comeríamos, llegado el caso, si cada vez que llega la hora de comer montamos un «laboratorio» para comprobar que la comida no está envenenada. Por eso, en la siguiente parte del Seminario veremos si la fe cristiana parte de un testimonio fiable para que sea razonable fiarse y si incluye todas las dimensiones humanas, sobre todo, en lo que respecta a su aspecto relacional.
Puedes profundizar en estas premisas viendo la siguiente conferencia:
En cuanto a los modos de conocer, sabemos que la estructura de la razón humana se manifiesta en tres actos: la aprehensión, el juicio y el raciocinio que, a su vez, se expresan en términos (claros cuando son inteligibles), proposiciones (verdaderas cuando se corresponden con la realidad) y argumentos (válidos cuando la conclusión se deduce de las premisas). Siguiendo estas reglas esenciales de la razón, el deseo de felicidad estaría dentro del primer modo de conocer, y como percepción también puede ser fuente de conocimiento pese a no ser tangible, hay más cosas cognoscibles aparte de lo tangible. Por irracional que parezca puede ser razonable algo que no se ve, sería el caso, por ejemplo, del amor de una madre.
Hay varios tipos de certeza.
Cuando comprobamos por nosotros mismos que una cosa es como pensamos o como nos dicen, adquirimos una certeza empírica. Pero si, como expresó el científico Bertrand Russell, solo pudiéramos fiarnos de aquello que se puede probar, no tomaríamos en consideración la mayoría de cosas que suceden en nuestra vida:
«Podemos saber aquello que podemos probar y aquello que no puede ser probado no es digno de ser considerado».
Bertrand Russell, «Why I Am Not a Christian», pp. 46-47 (traducción propia)
El ser humano, buscador de la verdad, es también aquel que vive de certezas. Certeza es esa seguridad subjetiva que tenemos de que una realidad es como la percibimos o afirmamos. La certeza «obedece» a la evidencia, esta es la realidad que se impone objetivamente. En el mundo científico las evidencias tienen sus propias leyes o condiciones de demostrabilidad. En el mundo de las personas las certezas no se adquieren de esa manera, se les llama certezas morales o existenciales porque proporcionan a las personas la paz o la seguridad necesarias para aceptar esa realidad. Así es como llegamos a la “conclusión” de que una persona es fiable, un amigo es leal, una autoridad es digna de crédito.
La certeza existencial es la base de la vida y de las cosas más importantes, es de la que se trata aquí. El acercamiento a la figura histórica de Jesús de Nazaret y su pretensión tiene su propio método de búsqueda y su propio tipo de certeza correspondiente, una certeza existencial. Dicho de otra forma, una certeza de la cabeza y del corazón.
¿Puede ser una certeza de la razón y de la fe al mismo tiempo, o una excluye la otra? La encíclica Fides et Ratio de Juan Pablo II desarrolla esta colaboración entre la razón y la fe que permite descubrir certezas existenciales:
«El hombre no ha sido creado para vivir solo. Nace y crece en una familia para insertarse más tarde con su trabajo en la sociedad. Desde el nacimiento, pues, está inmerso en varias tradiciones, de las cuales recibe no solo el lenguaje y la formación cultural, sino también muchas verdades en las que, casi instintivamente, cree. De todos modos, el crecimiento y la maduración personal implican que estas mismas verdades puedan ser puestas en duda y discutidas por medio de la peculiar actividad crítica del pensamiento. Esto no quita que, tras este paso, las mismas verdades sean «recuperadas» sobre la base de la experiencia llevada que se ha tenido o en virtud de un razonamiento sucesivo. A pesar de ello, en la vida de un hombre las verdades simplemente creídas son mucho más numerosas que las adquiridas mediante la constatación personal. En efecto, ¿quién sería capaz de discutir críticamente los innumerables resultados de las ciencias sobre las que se basa la vida moderna?, ¿quién podría controlar por su cuenta el flujo de informaciones que día a día se reciben de todas las partes del mundo y que se aceptan en línea de máxima como verdaderas? Finalmente, ¿quién podría reconstruir los procesos de experiencia y de pensamiento por los cuales se han acumulado los tesoros de la sabiduría y de religiosidad de la humanidad? El hombre, ser que busca la verdad, es pues también aquel que vive de creencias».
Juan Pablo II, «Fides et Ratio» n. 31
Se trata, por tanto, de utilizar la razón en sentido amplio, conociendo y profundizando en todos los datos e interpretaciones que nos parezcan más razonables, fiándonos de lo que otros con su autoridad intelectual y/o afectiva han pensado y visto y así llevar estos argumentos hasta sus últimas consecuencias.
Puedes leer aquí la reflexión del influyente pensador Thomas Merton (1915-1968) sobre la estrecha relación que existe entre fe y razón.
Las certezas empíricas le corresponden a la ciencia, las existenciales a la filosofía y a la religión.
Planteamos que ciencia y filosofía son dos modos de conocer y el diálogo no sería tanto entre científicos y filósofos porque sus métodos son distintos, sino del científico consigo mismo y del filósofo consigo mismo porque cada uno conoce de dos modos.
Puedes ver la conferencia de Leopoldo Prieto para profundizar en este punto:
Mostramos algunos ejemplos concretos:
“La poca ciencia aleja de Dios, mientras que la mucha ciencia devuelve a Él”.
Dr. Louis Pasteur (1892), A biography
“Pero la ciencia solo puede ser creada por quienes están profundamente imbuidos del anhelo de verdad y comprensión. La fuente de estos sentimientos proviene, sin embargo, de la esfera religiosa. A ella pertenece también la fe en la posibilidad de que las normas que rigen al mundo de lo existente sean racionales, esto es, accesibles por medio de la razón. No puedo concebir a un auténtico científico que carezca de esa profunda fe. Todo esto puede expresarse con una imagen: la ciencia sin la religión está coja, y la religión sin la ciencia, ciega”.
A. Einstein (nov. 1930), «Religion and Science», New York Times
«Ante estos problemas tan dramáticos, razón y fe se ayudan mutuamente. Sólo juntas salvarán al hombre. Atraída por el puro quehacer técnico, la razón sin la fe se ve avocada a perderse en la ilusión de su propia omnipotencia. La fe sin la razón corre el riesgo de alejarse de la vida concreta de las personas».
Carta Encíclica «Caritas in veritate» (2009, p. 49)
“La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo”.
Carta Encíclica «Fides et Ratio» (14 septiembre 1988)
Llegados a esta frontera se plantea seriamente la cuestión del misterio.
No es raro encontrar que el término misterio y el término enigma se usan como sinónimos. Pero cuando se entra en un uso más apropiado, suelen distinguirse ambos términos. Un enigma es una cuestión sin resolver, pero dentro de un horizonte de razonable esperanza de encontrar su solución. La curación de la tuberculosis era un enigma y ya no lo es, la curación del cáncer es un enigma que dejará de serlo con el avance de la oncología. En cambio, un misterio es algo que tampoco se comprende, pero por su complejidad o amplitud o trascendencia, se intuye que la respuesta está y estará siempre fuera del alcance de la razón humana y sus métodos de investigación.
Entonces, hablando con propiedad, no toda cuestión sin resolver o incomprensible es un misterio. Un enigma no es un misterio. En cambio, ¿qué hacemos en la vida?, ¿para qué nos ha sido concedida? Es algo que no se sabe y que no se logrará saber del todo con el músculo de la razón. Se intuye que las respuestas a tales preguntas nos trascienden, es así como nos asomamos al misterio religioso. La pregunta del misterio es diferente a la del enigma, en una está en juego el sentido de la vida y en la otra no, por muy importante que pueda ser la medicina o la astronomía. Enigma es lo que resolvía Sherlock Holmes, misterio es lo que movía a la Madre Teresa de Calcuta.
El misterio es algo que nunca termina de comprenderse porque está más allá de la capacidad humana de comprensión, en este sentido, es trascendente. Aceptar adentrarse en el misterio es razonable, pero no irracional. Irracional sería aceptar como verdadero lo contradictorio o lo absurdo, como que un círculo es cuadrado o que dos y dos son cinco. En el misterio se puede adentrar la razón, pese a que siempre caminará a tientas, apoyándose en una instancia, si es que existe o está a la mano. A eso es lo que el lenguaje religioso llama revelación divina.
Ponerse delante de la persona de Jesús como revelador y adentrarse en ese camino constituye un desafío que no anula la razón, sino que invita a una nueva apertura, a un tipo especial de certeza en estos asuntos.
«Por cierto, mi definición de religión es igual a la que ofreció Albert Einstein (1950), y que dice lo siguiente: ‘Ser religioso consiste en haber encontrado una respuesta a la pregunta ¿cuál es el sentido de la vida?’. Y hay todavía otra definición, propuesta por Ludwig Wittgenstein (1960), que dice lo siguiente: ‘Creer en Dios es comprobar que la vida tiene un sentido’. Como ven, Einstein, el físico, Wittgenstein, el filósofo, y yo, como psiquiatra, hemos propuesto definiciones de religión que se solapan unas a otras».
Viktor Frankl, «El hombre en busca de sentido», p. 204
“El Misterio siempre está fuera del alcance del hombre, por ser cualitativamente distinto de todos los demás objetos de la ciencia humana; pero al mismo tiempo tiene relación con el hombre: nos pertenece, obra en nosotros, y su revelación ilumina nuestras ideas sobre nosotros mismos. Para alcanzarnos y para revelársenos tiene que tener un aspecto que se pueda captar».
De Lubac, «Paradoja y Misterio de la Iglesia», pp. 37-39
A continuación, nos hacemos eco del misterio sobre la religiosidad del ser humano que busca algo más. Estudiaremos las religiones monoteístas como expresión de esa necesidad de encontrar a Otro que dé respuesta a la pregunta por el sentido de la existencia.