Isidro Catela, doctor en Ciencias de la Información y profesor de la Universidad Francisco de Vitoria, nos trae un poema de Miguel D´Ors en el segundo día de reflexión #Retoviral.
PEQUEÑO TESTAMENTO:
Os dejo el río Almofrey, dormido entre zarzas con mirlos,
las hayas de Zuriza, el azul guaraní de las orquídeas,
los rinocerontes, que son como carros de combate,
los flamencos como claves de sol de la corriente,
las avispas, esos tigres condensados,
las fresas vagabundas, los farallones del Maine, el Annapurna,
las cataratas del Niágara con su pose de rubia platino,
los edelweiss prohibidos de Ordesa, las hormigas minuciosas,
la Vía Láctea y los ruyseñores cumplidos.
Os dejo las autopistas
que exhalan el verano en la hora despoblada de la siesta,
el Cántico espiritual, los goles de Pelé,
la catedral de Chartres y los trigos ojivales,
los aleluya de oro de los Uffizi,
el Taj Mahal temblando en un estanque,
los autobuses que se bambolean en São Paulo y en Mombasa
con racimos de negros y animales felices.
Todo para vosotros, hijos míos.
Suerte de haber tenido un padre rico.
(Miguel D´Ors)
Siento decirlo en viernes y 13, pero todos vamos a morir. No necesariamente ahora, por el coronavirus, pero vamos a morir. Si algo bueno tiene una pandemia versión siglo XXI es que, aunque sea de forma liviana y efímera, nos coloca delante de nuestra condición mortal y de la condición mortal de los otros, particularmente la de aquellos que más queremos y que, como afirmaba Julián Marías, es la muerte que, en última instancia, no podemos soportar y la que nos abre de verdad a la pregunta radical por el sentido. Y lo hace, además, en un tiempo en el que la muerte queda proscrita, relegada a la asepsia cívica de un tanatorio, en los arrabales de nuestra existencia, cuanto más lejos mejor.
Tal vez por ese empeño en enviarla allende los lares, haya caído en desuso la fecunda tarea de hacer testamento, un pequeño testamento, no hace falta más, que nos posibilite atisbar la linde, el muro de la muerte y la puerta que lo traspasa. Un pequeño testamento al estilo Miguel D’ Ors que nos permita preferir las orquídeas, la siesta, los goles de Pelé o el Cántico Espiritual, y preterir, por necesarios que sean, los carros llenos, los estantes vacíos de Mecadona y los rollos de papel higiénico que, al fin y al cabo, nos remiten a la más pobre y procaz de las acepciones de la escatología.