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Un minuto de microondas

Escuché en una tertulia un comentario que me hizo sonreír. Se trataba de una reflexión sobre cómo la mayoría de nosotros somos incapaces de esperar a que el contador del microondas llegue a cero. Por muy rápido que sea el calentamiento, le damos siempre al botón de “stop” antes del tiempo programado. Me sentí muy identificada. Siempre se me hace demasiado largo y lo apago antes, con el riesgo, claro, de tener que volver a ponerlo porque la comida sigue estando fría…

Esta anécdota refleja cómo nos hemos acostumbrado a través de la tecnología a querer que todo suceda de forma cada vez más rápida e inmediata. Pensamos que somos dueños de los ritmos de nuestra vida. Vemos el tiempo como un elemento exterior a nosotros y no nos damos cuenta de que, en realidad, estamos envueltos en él. Este afán de planificarlo todo puede llevarnos a una profunda desesperación cuando no llega lo que esperamos: una relación, un trabajo, un hijo, una curación…También nos presiona el “ahora o nunca” de nuestra sociedad digital. Parece que lo que no suceda según nuestro calendario no puede volver a pasar nunca más. “Se te pasó el arroz” como se suele decir. ¿Y entonces ya está? ¿Estamos condenados a perder los trenes, uno tras otro, si no corremos lo suficiente?

Esta dictadura del control del tiempo nos pone un peso enorme encima, como si todo dependiese de nuestra eficiencia. La realidad es que, por lo visto, hay un tiempo para todo: un tiempo para reír, uno para llorar o uno para construir (Eclesiastés 3-1). En este sentido, hay épocas en las que parece que no sucede nada. Son en realidad las fundamentales, las de preparación. La propia ley natural, en las antípodas de la tecnología, nos enseña que hay que podar mucho un árbol para que dé fruto y por si esto no fuera poco, entremedias hay que esperar largos años… 

La universidad es una de esas épocas privilegiadas para descubrir los dones y pulir el carácter pero no es la única. Esos tiempos de espera dan ritmo a la vida y se unen a los inevitables cambios de planes. Lo cierto es que, muy a menudo,  lo “inesperado” se hace hueco en nuestra agenda o la trastorna del todo. Y acaba dando pleno sentido a esas 24 horas que tenemos al día. 

Mucho o poco, el tiempo que tenemos cada uno puede ser fecundo. El reto está en descubrir cómo emplearlo de la mejor forma. Puede que no consista tanto en buscar atajos sino más bien en confiar en que hay Caminos muy por encima de los nuestros. Así, hasta los que nos impacientamos con el microondas, podremos empezar a respirar hondo.

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