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La alegría de ser poca cosa

Santiago Huvelle

El Cardenal Merry del Val escribió unas letanías que siempre me dejan knock-out, me entran como un puñetazo, algo parecido a meter una bomba nuclear en la cabeza de alguien; encontramos peticiones –dirigidas Al manso y humilde de corazón – del tipo: del deseo de quedar bien,  ser estimado, o consultado… ¡líbrame Jesús!, o también ésta otra: del temor de ser calumniado, criticado, ridiculizado… ¡líbrame Jesús!

¿Puede alguien en su sano juicio pedir esto? Y no he enseñado todavía la carta bajo la manga: del deseo de ser amado, ¡líbrame Señor! Llamad a un psiquiatra, ¡Erich Fromm, venga usted que lo necesitamos! ¿Del deseo de ser amado? ¿No es ése un deseo elogiable, de esos que hacen la vida vivible?

Recuerdo un profesor que decía que las palabras de Hamlet no tenían que ver con elucubraciones de metafísica abstracta, sino con esto: ser amado o no ser amado, ésa es la cuestión. Soy –tengo ser– en la medida en que me miran, me aman, en la medida en que otro me afirma. Esta premisa existencial es la que me lleva al gimnasio cada día a poner firmes esos glúteos flácidos, a trabajar duramente en la oficina, a destacar en la conversación con mi pose cínica o con mis ingeniosísimas bromas, a desplegar mi irresistible encanto allá donde voy, a ligar, a tener novia o fabricar un mini-yo que educaré según mi intachable plan de vida. ¡Claro que el mundo se mueve por amor, ya lo decía Aristóteles! Ámame que se me va el ser en ello. Increméntame el ser, venga, deséame, mira todo lo que tengo, fíjate en mis bíceps, en mi biblioteca o en mi nómina o en esta jeta de “no me importa nada lo que pienses, soy auténtico”. 

Ámame que me caigo, que si no, me entra vértigo. Ámame, en definitiva, porque tengo lo que a ti te falta, o al menos porque a mí no me falta nada, soy un premio. Entonces llega Merry de Val y en nombre de Jesucristo te quiere reventar la piñata de todas esas patrañas que te cuentas para dormir tranquilo y justificar el oxígeno que consumes. ¿Y para qué? ¿Para proponer a cambio esa moral de esclavos que ya denunció Nietzsche? Ahí va el corrillo de los débiles, de los feos, de los pervertidos, de los fracasados, en definitiva, los indeseables que nadie quiere…corriendo a darse latigazos en la espalda. No han sabido jugar con sus talentos, con su empeño por ser alguien, ni han podido demostrar a los demás que ellos también valen algo, que merecen ser afirmados por el mundo de los hombres. Entonces, ¿en qué quedamos?

Igual no hemos entendido bien eso del amor. “Soy amado, luego existo” reza el título de un libro. Y es verdad: el ser ya lo tienes, no te lo tienes que ganar. Por eso Merry del Val puede decir locuras santas como esas, pincharte delante de Dios para recordarte que Él, que te ha hecho, te ha hecho por amor, que te ama y te dice: es bueno que tú existas*. Lo que hagas, no lo hagas para llenar tus arcas de ser, eso es cansarse en vano, luchar por lo que ya tienes. Ni siquiera te des latigazos para ganar el amor de tu Padre, lo tienes ya y lo tendrás siempre, un amor eterno e incondicional. Por eso puedes alegrarte sentado en un Ferrari o de pie haciendo equilibrio en el autobús, porque en ese amor y esta existencia cabe todo el  mundo… Vaya alivio, ¿no?

 
 

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