Se nota el cambio de ambiente en el campus: los rostros están más serios, las mochilas llenas de apuntes y en la biblioteca ya no cabe ni un alfiler. Así es cómo uno se da cuenta de que se acerca el periodo de exámenes en la UFV.
Seamos realistas: no es fácil vivir los exámenes con paz, por mucho que sea lo más deseable. Al sentir la cercanía de las fechas, los alumnos nos agobiamos al pensar que no llegamos, que cada examen nos queda grande y que de nuestro desempeño depende mucho más que un aprobado.
Tantas veces confundimos la nota del examen con nuestra valía. Y esto no nos pasa solo a nosotros; seguro que, a ti, profesor, técnico, padre, compañero, te preocupa hacer las cosas bien, ya sea porque de ello depende tu éxito o fracaso, porque las miradas ajenas pesan sobre ti, o porque sencillamente no sabes aceptar tu imperfección. Bien, pues identificar el motivo tras el cual nos cuesta tanto fallar es importante, porque es síntoma de algo más profundo.
En lo que respecta a nosotros, estudiantes, caemos muchas veces en la mirada de corto alcance, que no ve más allá de la convocatoria ordinaria, y que siente que en un mes se juega la vida. Esta perspectiva ahoga; pero ¿por qué lo vivimos así? ¿Es realista nuestra perspectiva de gravedad sobre los exámenes?
Sea cual sea tu respuesta, creo que merece la pena recordar que hay vida más allá de estos objetivos de corto plazo; vamos, creo yo que no es realista absolutizar estas pruebas de dos horas, sobre materias muy específicas, que vienen y van… lo que cabe es centrarse en cómo, al ponernos en camino, recibimos grandes enseñanzas de vida.
Al elevar la mirada de lo próximo de nuestra vida a su largo plazo, descubrimos cada cosa en su proporción y medida, aprendemos cómo respirar más fácilmente ante estos retos que nos ponen a prueba, y que los exámenes no son tanto una carga como una oportunidad.