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El superhéroe (del cine) en busca del sentido

Arturo Encinas

Los mitos, de una u otra manera, presentan una idea sobre qué es el heroísmo y quién es el héroe. Lo heroico es la propuesta de humanidad de cada cultura. En el caso del mito del superhéroe, el énfasis en lo heroico es claro desde su mismo enunciado. Ahora bien, ¿qué papel juega el sentido de la existencia en el humanismo superheroico del cine?

En primer lugar, tomemos en cuenta la ausencia de superhéroes que crean directamente en la trascendencia. Las únicas excepciones son Hellboy (Hellboy, Guillermo del Toro, 2004), Matt Murdock/Daredevil (Daredevil, Drew Goddard, 2015-) y Kurt Wagner/Rondador Nocturno (X-Men 2, Bryan Singer, 2003). Se trata de justicieros de aspecto demoníaco, especialmente vinculados a la oscuridad, las sombras y lo oculto. Esta relación entre la ausencia de luz y la fe, como bien señalan los primeros puntos de Lumen Fidei, es un constructo moderno de lo más típico. La mitología superheroica, rabiosamente moderna, no escapa de este prejuicio.

Los superhéroes del cine muestran creencias mucho más razonables. Por un lado, confían su anhelo de orden a la idea siempre mejorable de la democracia norteamericana. Por otro lado, el justiciero «no se hace líos» con eso de buscar el sentido de la vida. A él lo que se le da bien es resolver problemas, ya sea a través de la lógica, la fuerza bruta u otras manifestaciones de sus habilidades extraordinarias.

De esta forma, el cine de superhéroes no ofrece una reflexión verdaderamente abierta sobre la vida.  Su propuesta de humanismo está encerrada en las fronteras de lo pragmático. Este pragmatismo es de lo más razonable, pero genera (super)sujetos tristes, sin vínculos fuertes con los otros y malditos por sus dones que, paradójicamente, les mantienen alejados de la sociedad a la que protegen.

La imposibilidad de compartir la vida con otros es el verdadero impedimento para que el superhéroe busque un sentido último más allá de la causa despersonalizada de la democracia. Sin relaciones auténticas con los demás el superhéroe seguirá siendo un extraño para sí mismo e, incluso, un ser atormentado. La última imagen cinematográfica de Bruce Banner/Hulk (Vengadores: La era de Ultrón, Joss Whedon, 2015) es el paradigma de la soledad del superhéroe: tras la batalla final, el científico se alejan de «su mundo» en el interior de un artefacto volador. Desconocemos su destino, pero tenemos noticia de lo que abandona: la posibilidad de ser alguien-para-otro.

Como bien señala Eduardo Segura en su contribución al volumen colectivo El antifaz transparente. Antropología en el cine de superhéroes (Ediciones Encuentro, 2016) en el mundo del superhéroe el esquema ético (y toda la antropología) está encerrado en sí mismo y obedece a una moral de imperativos categóricos donde, o Dios no existe, o no está presente en el actuar de los hombres.

No todo el panorama superheroico del cine avanza por estos senderos. La opera prima de Josh Trank, Chronicle (2012), propone una alternativa de lo más sugerente. En el plano secuencia que cierra la cinta, Matt Garetty, el superhéroe de la historia, lleva a cabo una acción de lo más inusual en el subgénero. El joven, que ha recibido sus poderes «azarosamente» y que acaba de vivir una experiencia realmente dura, va a comenzar una búsqueda. Matt pretende que este camino le conduzca a las respuestas: por qué le ha pasado esto, cuál es el sentido. No se va a enfundar un uniforme de superhéroe. No va a perseguir a los maleantes urbanos. En su lugar, planta el trípode y la cámara en el Tíbet, manda un mensaje a su difunto primo (como si fuera Facebook) y sale volando del encuadre en busca del sentido. Punto. Tan sencillo como innovador en este tipo de películas.

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