Javier Galán
Dar cuenta del sentido de ser universitario en un escrito de corta extensión, tal y como es éste, no resulta sencillo. Cuando se han escrito innumerables volúmenes sobre una institución con 1000 años de historia, ¿qué más se puede aportar? Supongo que poco o casi nada… Aun así, espero que mis palabras puedan servir de pequeña chispa que incendie la curiosidad del lector que acaba de empezar su andadura en la universidad. Curiosidad por querer indagar más acerca de cuál es el sentido de la universidad, del ser universitario y, de esta manera, pueda vivir con toda la profundidad de la que se sea capaz uno años que, sin duda, marcarán de forma definitiva su ser.
Supongo que habría de empezar recalcando el valor de la tradición. La Universidad, tal y como decía en el párrafo anterior, posee 1000 años de antigüedad y ello supone que permaneciendo fiel a su esencia imperecedera ha ido sumando el carácter de todas las generaciones que han pasado por ella. Tuve la inmensa bendición de, al iniciar mi andadura por los estudios universitarios, encontrar verdaderos maestros que se afanaron por transmitirse la verdadera identidad de la universidad milenaria. Algunos de estos maestros los encontré dentro de las aulas (en el sentido más clásico de la palabra) y a otros fuera de ellas (aunque también en mi día a día universitario)… Búsqueda del saber, de la verdad; síntesis de saberes; formación integral; servicio a la sociedad… Todos estas ideas me fueron transmitidas al igual que los contenidos más convencionales de la carrera que me hallaba estudiando.
La universidad es el lugar donde aquellos que aman el saber desarrollan dicho amor como su vocación. Donde tales personas hacen de su ejercicio profesional el ejercicio intelectual. En su más íntima esencia, la universidad ha de estar dedicada a la búsqueda del saber; esto es, a la búsqueda de la verdad a través del desarrollo de las distintas ciencias: las especulativas y las humanas. No se puede ser verdadero universitario si no se ama el saber, si no se tiene curiosidad por entender el mundo en el que vivimos… Se podrá haber pasado por la universidad pero la universidad no habrá pasado por aquel que así haya afrontado su estancia en el campus.
Entender que en el mundo hay orden y que este orden es inteligible, comprender cómo se conforma la realidad… es una de las experiencias vitales más profundas que el ser humano puede experimentar. No significa, ni mucho menos, que sea la única. Tampoco que sea una experiencia a la que todo ser humano esté llamado. Pero me siento afortunado y privilegiado al poder decir que soy universitario y que de tal experiencia he podido hacer mi modo de vida. No es lo mismo decir que hay verdad en el mundo o que no nos es indiferente el hecho de que la haya y que podamos conocerla a afirmar todo lo contrario. El universitario posee una gran responsabilidad en este sentido. Quizás de las más graves a las que cualquier individuo de la sociedad pueda enfrentarse.
El amor por el saber no puede conocer de límites o fronteras. Bien es cierto que dentro de la vocación intelectual universitaria uno puede sentirse más inclinado al ejercicio de una u otra ciencia pero todo universitario ha de entender que la realidad es infinitamente más rica y compleja de lo que se pueda abarcar con una ciencia particular. La apertura a la totalidad de la realidad ha de ser el faro que guíe al universitario en todo momento. Y ello no se constituye en un mero ejercicio teórico sin ningún tipo de anclaje a la realidad de lo cotidiano. Basta con pensar en cualquiera de los mayores retos a los que se enfrenta hoy en día la sociedad (epidemias, cambio climático, distribución desigual de la riqueza, etc.) y darse cuenta de que no pueden ser abordados desde un único campo, desde una única ciencia. Por eso, el universitario no puede permanecer altivo desde la atalaya de su ciencia particular, menospreciando otras ciencias y forma de saber. En su vocación siempre deberá estar presente la curiosidad por todas aquellas caras en las que se constituye el poliedro de la realidad.
Por otro lado, el universitario no es un mero ser pensante. La persona (incluyendo al universitario) se constituye como ser a través de diversas dimensiones (la intelectiva, la volitiva, la afectiva) y todas ellas le conforman en todo momento. Ser universitario pretendiendo educar y formar mi intelecto sin atender a mi voluntad y mi querer significa limitar sus capacidades… y una gran irresponsabilidad. Un universitario llamado a afrontar grandes retos que requieren de su maestría pero que carece de sabiduría de vida no podrá aportar gran cosa a la sociedad y, es más, podrá, incluso, constituirse como problema más que como solución. Es por todo ello que la vida universitaria se impregna de momentos más allá de las aulas. El encuentro con los compañeros de la comunidad universitaria (maestros, otros alumnos…) debe ayudar a conformar al universitario en su persona entera. Las actividades de tipo cultural, deportivo… El mero encuentro para la animada charla en los tiempos de descanso… Todo ello debe estar presente en el día a día universitario.
Y todo ello, ¿por qué? Porque tal y como decíamos anteriormente, el universitario está llamado a afrontar los más grandes retos de la sociedad. No puede ser de otra manera. El saber, la apertura a la totalidad de la realidad busca el ser compartida y puesta al servicio de todos aquellos que lo necesiten. La comprensión profunda a la que todo universitario debe aspirar supone, además, capacitarse para contribuir al bien común, formando parte de la solución de la que hablaba antes a los grandes problemas. Sin el servicio a la sociedad, la universidad perdería una parte esencial de su ser.
Maestros con gran vocación me inculcaron estas ideas a lo largo de mis años de universidad (y aún hoy en día lo siguen haciendo) y, no me cabe la más mínima duda, de que ello contribuyó a que mi vida universitaria, primero, como estudiante y, segundo, como investigador y profesor, sea gozosa y llena de tantas alegrías y satisfacciones. Supongo que todas mis palabras podrían resumirse en la idea de que merece la pena vivir a fondo la universidad, buscar siempre la más profunda y auténtica de las experiencias universitarias… porque ésta siempre paga con creces. Ojalá que mis palabras sirvan para ayudar, aunque sea de manera mínima, a que algún lector, algún alumno, quiera vivir de aquella manera la institución de la que ahora forma parte. Si así fuera, podré decir que, de alguna manera, he contribuido a transmitir aquello que un día recibí y que con ello contribuí a la milenaria tradición universitaria de la que tan orgulloso me siento de poder formar parte.