¿Qué es la actualidad?
“Noticias”, “economía”, “última hora” son algunas de las expresiones que uno encuentra si busca dicha palabra en internet. En este sentido, actual es algo cuyo destino es dejar de serlo muy pronto. Mañana será otro día y podremos volver a preguntarnos qué hay de nuevo… Así, “actualidad” es el nombre que le damos a la renovación de la coyuntura entendida como suma de contingencias.
Sin embargo, me interesa mucho más otro sentido de la palabra actualidad. Éste no viene reñido con las “noticias”, la “economía” o la “última hora”. Más bien quiere sugerirnos la adopción de otro punto de vista desde dónde mirarlas.
En este otro sentido, actual es algo cuyo destino es que no pasará jamás. Mañana será otro día y podremos volver a preguntarnos… precisamente lo mismo que hoy, auspiciados por la riqueza de toda una tradición.
¿Dónde está el amor? ¿Por qué estamos solos? ¿Qué pasa cuando nos morimos? ¿Será efectivo el tratamiento? ¿Se acordará de mí? ¿Hay un sentido en el dolor? ¿Me habrá perdonado? ¿Qué significado tiene esta alegría? ¿Cuál es mi vocación?
La actualidad no es aquella que anuncian los diarios o los portales de noticias; tampoco la que brota de tantísimas cuentas de Twitter o perfiles de Instagram. La actualidad es otra cosa: menos evidente, pero infinitamente más cierta. La actualidad es la densidad del conjunto de exigencias, deseos y preguntas que configuran la tesitura de nuestro corazón. Ayer, hoy y siempre. Actual es la realidad en sí misma, en toda su gloria y majestad. Actual es la naturaleza de nuestra existencia enigmática, tensada entre dos extremos como el arco de una flecha orientada hacia delante.
La actualidad, lo verdaderamente actual, es que necesitamos imperiosamente que nos quieran. Que no nos hemos dado el ser a nosotros mismos. Y que esta vida donada la descubrimos habitada de deseos, siendo el último, el más fundamental de todos ellos, el que alguien se haga cargo de nosotros en nuestra indigencia.
No hay nada más humano que pedir ayuda; que reconocerse insuficiente. No hay nada más humano que mendigar algo –alguien– de cuidado: a fin de cuentas, de allí venimos, más o menos bien equipados, todos nosotros. En el principio -no sólo temporal, sino en cuanto fundamento- hubo quien que se ocupó de mí, dispensándome todo su cariño.
Aunque no aparezca en los titulares de ningún medio, ni vaya a repercutir viralmente en las redes sociales, es urgente afirmarlo: lo que yo necesito más que nada en el mundo es que alguien cuide de mí en mi indigencia. Que no se escandalice de mi miseria ni me imponga el peso de una carga insoportable. Que no busque sacar partido de mi vulnerabilidad. Que me reciba con los brazos abiertos y me confirme en la certeza de que es bueno que yo exista.
Después de todo, ese es el anhelo que subsiste en el corazón del hombre: saberse real, incondicionalmente, amado. Recibir una y otra vez el auxilio de una mano tendida que nos ayude a recobrar la pasión por nuestro destino. La vida es algo grande. ¡Cuánto más podríamos seguir descubriendo de ella si aprendiéramos a vivir en la conciencia de toda su gratuidad y belleza!
Detrás de las noticias, más allá de los acontecimientos sociales y políticos, en la raíz más íntima de nuestra cultura, lo que gravita, insobornable, siempre es una malherida petición de cariño.
El asunto es cosa seria. Aunque poco se hable de ello. Nos jugamos la vida en la búsqueda de la auténtica medida de nuestra existencia. Desdichado aquel que la persiga, desesperado, tras el último premio, novedad o retribución. Bienaventurado, en cambio, aquel que la reciba, asombrado, del semblante, las manos y la voz de otro capaz de mirarle con ternura y amor.
El camino pasa por salir al encuentro de los corazones heridos. Sin excluir a nadie. Hundiendo la raíz de nuestra vida en quien supo decirle una tarde a cierto bandido arrepentido: hoy estarás conmigo en el paraíso.
La actualidad es aquella promesa.