“Y me fui bien lejos,
pa mirar de cerca
lo que cerca hacía
que lejos lo viera”.
Estos versos de José Larralde describen sintéticamente una experiencia humana fundamental: somos seres configurados espacio-temporalmente, nuestra existencia es un acontecimiento mundano, vivimos en un régimen de proximidades y lejanías que surcan de sentido (y sentimiento) a los trabajos y los días.
Escribo esta columna desde la ciudad de Buenos Aires. Las primeras jornadas del 2023 empiezan a desfilar entre nosotros. Cada mes del año tiene su particularidad. Enero ha sido siempre para mí un mes estival. Desde que peregrino en España, en cambio, el primer mes del calendario asume un ropaje distinto: nos encuentra atravesando el corazón del invierno, mientras damos vuelta a la página del capítulo de nuestras vidas que escribimos cada año académico.
Irse “bien lejos” puede ser ocasión propicia, como nos sugiere el poeta, para agudizar la mirada respecto de aquello que cotidianamente tenemos cerca. A veces, con lo que la vida nos ofrece a diario nos pasa aquello que nos ocurre con nuestra nariz: la tenemos demasiado cerca como para poder verla. Nuestros afanes rutinarios se despliegan como ese paisaje que hemos transitado mil veces y que, de puro conocido, ya se difumina ante nosotros.
Pero el hombre es el ser capaz de contemplar lo que ha visto. Es decir, de tomar distancia de aquello que se le pone delante y, entonces, reasumirlo como un tema u objeto. Por eso, la lejanía de la que habla Larralde no ha de ser entendida únicamente como una distancia física o geográfica. Irse bien lejos puede ser el gesto genuinamente festivo de disponerse a morar en otra vivencia del tiempo. Y, así, entretanto, tal vez redescubrir lo que tenemos cerca y no siempre vemos.
¿Qué es aquello que, de tan cercano a nosotros, tal vez pueda ocultársenos a la mirada? ¿Qué es aquello que, en esta perspectiva que me ofrece mi ciudad natal, hoy quiero compartiros en relación con lo que a diario vivimos entre los espacios de nuestra querida Universidad?
Es muy simple y no supone un gran descubrimiento. Lo que a diario muchas veces podemos, sin quererlo, perder de vista es lo siguiente: que lo que hacemos, aquello en lo que estamos durante largas jornadas implicados, es una hermosa oportunidad. Somos artesanos de una obra digna, buena, que permea de esperanza los corazones de tantos. Y que no es una obra nuestra, a la vez que reclama necesariamente algo precioso de cada uno de nosotros.
Nos asomamos al segundo cuatrimestre de este curso 2022-2023. Atrás dejamos los primeros meses de clases, exámenes, tutorías, mentorías, actividades formativas complementarias, viajes y peregrinaciones. Algunas cosas se nos habrán dado mejor, otras seguramente hayan resultado de una forma más bien mejorable. En cualquier caso, ¿qué se nos ofrece ahora por delante?
Contra la tentación adánica de pensar que todo empieza de vuelta, bienvenido seas, nuevo año 2023. Eres el complemento necesario del curso que estamos transitando. Eres para todos nosotros la invitación a celebrar este regalo de la vida que tan a menudo se nos presenta bajo la forma de una segunda oportunidad. Ningún camino da todo lo que tiene para dar si no se lo recorre entero. Queda mucho por vivir. Hay tanto por hacer. Bendita sea esta suerte de dedicar nuestra vida a estudiar, enseñar, aprender, compartir y adentrarnos -de a poco, cada vez más- en el misterio insondable de ser compañeros, amigos, hijos, padres, hermanos. Miembros de una familia universitaria aprendiendo a caminar juntos a la luz de la belleza, del bien y de la verdad.