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Y tú, ¿qué ves en lo cotidiano?

Los niños son muy previsibles. Se quejan cuando tienen hambre, lloran si les quitas un juguete, se sienten seguros si les abrazas… Sin embargo, hay momentos -de gracia o desgracia- en los que salen del esquema esperado y rompen toda anticipación posible, bien para hacerse una brecha de 10 puntos, bien para darte las claves sobre cómo mirar la realidad.

Sí, esto último parece demasiado, lo sé. Pero sucede que, hace ya unos cuantos años, mi hija mediana me dio una lección magistral que me atrevo a compartir, sobre todo por si en la sala hay algún corto de vista, como me pasa a mí tan a menudo.

Isa tiene 4 años y mira fijamente la piel de una recién pelada mandarina. Sus ojos, grandes y negros, como dos cuevas misteriosas, escrutan la piel de mandarina en un inusitado silencio. Silencio, en casa, más bien poco. Alerta. Sobre la palma de la mano, la mandarina gira hacia la derecha, gira hacia la izquierda. Sonrisa y sorpresa (de la niña):

  • “Mamá, mira qué precioso” es un atardecer y los rayos se escapan de entre las nubes.

Sonrisa (incrédula) y sorpresa (de la madre). Me acerco a mirar y veo cómo de la peladura naranja se escapan varias líneas de fibras blancas y sí: ahí hay una puesta sol. Está claro.

Es difícil ser conscientes de que en todo lo que nos rodea hay belleza y de que las cosas más cotidianas pueden remitirnos a otras más bellas, incluso a la más Bella.

Supongo que para lograrlo hace falta la inocencia de un corazón abierto a la verdad. Porque la belleza, en palabras de Benedicto XVI, toca al hombre con toda la profundidad de la verdad.

Hay que ver lo imprevisibles que son los niños.

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