Sé que es una pregunta que quizá pueda ser extraña en el momento del año en el que estamos. A algunos de vosotros os gustará el invierno (nuevamente, hay gente para todo), pero a mí me encanta el verano.
Hoy, tras la ausencia de un alumno que no vino a mentoría, miré por la ventana para gestionar las emociones encontradas. Me llamó la atención que era un día soleado y demasiado cálido para el invierno en el que estamos inmersos. Sin poder remediarlo, me puse a pensar en el verano.
Imaginé los árboles verdes con hojas brillantes. Imaginé los pájaros cantando sobre ellos. Imaginé que los días eran largos y luminosos. Imaginé que ya había llegado el verano. Tras esto, vi que al menos faltan cuatro meses para ello y que tenía el abrigo colgado en el perchero del despacho.
Eran las seis y cuarto de la tarde, y el sol ya se escondía, iluminando con sus últimos rayos los andamios que ya están desmontando en la obra de la nueva capilla de la UFV. Anochece pronto… claramente no estamos en verano.
De alguna manera me gusta el invierno como preludio de la primavera. El contraste que hace que apreciemos más lo que hay después y que además sepamos que se acaba.
Ese verano también pasará, pero ahora solamente podemos anhelarlo, que es algo profundamente humano.
Y es que, en ese anhelo quizá encontremos también algo de lo que se espera. De alguna manera, anhelar algo es comenzar a gustarlo, a imaginarlo, a sentirlo.
Esperar, anhelar, es darnos cuenta de que estamos hechos para algo más. Y esto también les pasa a los que no les gusta el verano.