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Y la verdad os hará libres

El otro día, preparando unas palabras para la graduación de unos alumnos muy queridos, me volví a encontrar con la promesa que hicieron Julián Marías y su hermano Adolfo siendo niños. La primera vez que lo leí se me llenaron los ojos de lágrimas.

Lo narra Marías en sus memorias, publicadas bajo el título Una vida presente. Tenía seis años y estaba junto a su hermano, tres años mayor que él, detrás de la puerta del comedor. Allí, ambos prometieron “no mentir nunca”. Marías refiere que aquella promesa poseía una gravedad impropia para un chico de su edad: “La hice con una seriedad que no se creería posible a esa edad, y que había de condicionar el resto de mi vida”. Poco antes de morir, preguntado por aquello de lo que más orgulloso estaba, Marías afirmaba que de haber cumplido aquella promesa indefectiblemente.

Solo pensarlo es emocionante, por verdadero. Pero ¿quién puede cumplir una promesa así? Y, al mismo tiempo, ¿no desearíamos todos vivir siempre en verdad, de verdad? Es verdadero no solo por el cumplimiento final de la promesa, sino porque la mera narración del acto nos conmueve. Genera en nosotros hambre de una fidelidad hasta el final.

Hay muchas vocaciones. Pero me atrevo a decir que nuestra vocación transversal es la verdad. Una vida que merezca la pena ser vivida es una vida de verdad, de fidelidad a la verdad. Una vida verdadera. Y por eso la vida consiste en la lucha contra la mentira y contra la apariencia.

Una vida llena de agradecimiento, contra la mentira de que todo se nos debe. Una vida mendicante, un corazón que pide, frente a la falsedad de que nos bastamos a nosotros mismos. Una vida com-prometida y fiel, ante la apariencia de que todo decae y muere.

La vida se hace fecunda en el agradecimiento, la petición y la fidelidad.

“Y la verdad os hará libres».

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