INSTITUTO JOHN HENRY NEWMAN

¿Se puede escuchar la paz?

Has venido a pasar el día junto a tus padres y después de comer te han llevado a dormir la siesta con la esperanza de poder, también ellos, descansar lo más posible. ¡La siesta del domingo es un verdadero placer y yo me voy a mi habitación a disfrutarla! Te despiertas y el abuelo sale como un rayo a recogerte y traerte en silencio a nuestra cama.

Te quedas a mi lado quietecita y boca abajo. Con la carita en la colcha, las piernas dobladas y los ojos abiertos saboreando con fuerza tu chupete. Escucho tu respiración tranquila, tu olor a bebé, escucho tu paz. Pero ¿acaso la paz se puede escuchar? ¿se puede tocar? Yo diría que sí. Siempre sabemos reconocerla y tememos perderla. Sigues sin moverte y tengo miedo de hacer un ruido que rompa este momento. Deseo que dure siempre. Juntas, tranquilas. Tu presencia y mucha paz. Al mirarte pienso en tantos niños y jóvenes que crecen en medio de la violencia dentro de su propio hogar o incluso que la sufren en su cuerpo. ¿Podrán descansar con tu confianza?, ¿abrirán los ojos y con ellos los brazos para ser recogidos?, ¿serán capaces de pedir ayuda?, ¿sabrán que, al crecer, si somos bien acompañados las heridas de la vida nos pueden hacer mejores?, ¿encontrarán el amor y el cuidado que tanto necesitan?

Deseo extender la paz que escucho más allá de nuestra casa. Deseo encontrarla y crearla también en medio de las circunstancias de la vida cotidiana. La paz que nace de reconocer al otro como un bien. Porque solo con mirarte, encuentro la certeza de que estamos hechos para ella, para una Paz que habita en lo vulnerable, en lo pequeño y sencillo, que solo somos capaces de escuchar y ver, a través del otro.

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