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¿Quién piensa en mí?

Nunca he gozado de buena memoria. Tiendo al olvido. No os lo aconsejo porque trae más problemas de los que uno cree, como confidencias que te entregan y que luego no tienes en cuenta con esa persona, como si no te hubiera compartido nada, o hechos importantes, anécdotas del pasado… El lado bueno de todo esto es que olvido también las faenas, los comentarios desafortunados y las malicias. Bueno, no todas…

Pero hay hechos, rostros, conversaciones que están forjados a fuego. Curiosamente son aquellos que he verbalizado mucho, que he descubierto el sentido profundo que tienen para mi vida o que han marcado un antes y un después. Todo esto, lo que he descubierto que está atravesado por el logos, se queda conmigo. Es parte de mí. Me ha hecho. Son yo. Y, por tanto, mi afecto está presente ahí. La razón ha sellado esa experiencia afectiva. Podemos identificar qué ha sido y es importante en nuestra vida, generalmente, indagando en lo que ocupa nuestro corazón, nuestro pensamiento.

Todo este ejercicio de observación sobre qué recuerdo y qué no, surge porque el otro día, a las ocho de la tarde, después de haber dedicado el tiempo a tareas pendientes, ordenar, hacer la compra, cocinar y leer un rato, me di cuenta de que no había recibido ningún Whatsapp, ninguna llamada, ningún DM en IG, ningún like… Era como si ese día yo no hubiera existido para nadie. ¿Nadie había pensado en mí? El mundo, la vida de los que conozco, de los que quiero, había pasado sin que yo fuera necesario. ¡Qué vértigo! ¡Qué escalofrío!

En ese momento en el que un punto de tristeza asomaba a mi conciencia y que mi realidad finita, contingente, vencía el pulso a mi anhelo y prepotencia de eternidad, me di cuenta de que respiro. Existo. Soy pensado. Soy amado. Ahora.

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