¿Te atreves a llamarle «viejo» al Año Nuevo? Pero si no llevamos más que unos días… Un poco descarado, ¿no crees? La verdad es que sí, para qué negarlo. Algo parecido al descaro propio de Bugs Bunny, a quien le he robado la frase. Considero que el Año Nuevo se nos puede haber quedado viejo por varias razones: porque lo hemos empezado sin ganas, porque nos suena a más de lo mismo, porque no ha cambiado nada relevante, porque añoramos lo bueno vivido en el anterior… Recuerdo cuando en el cuaderno del colegio había que poner la fecha al inicio de los apuntes y me equivocaba de año durante varios días al volver a clase después de Reyes. ¿La inercia? Podía ser. El caso es que si uno se ata de forma nostálgica a lo ya pasado está renunciando a la condición futuriza propia del ser humano: además de que podemos mirar hacia lo alto, tenemos que mirar hacia delante.
El tiempo no tiene marcha atrás. ¡Y nosotros lo sabemos! Entonces ¿cómo transformar en novedoso un año nuevo que ha nacido viejo?
Julián Marías nos descubrió que el español es la única lengua que distingue entre hacerse ilusiones —algo negativo— y tener ilusión —energía de la esperanza—. Hagamos del año nuevo algo novedoso, tengamos ilusión por lo que emprendemos y por lo que se nos anuncia como horizonte posible y real para nuestra vida. Es la diferencia entre contar con un año más que carga nuestras espaldas o abrir ilusionados la portada de un libro encuadernado con hojas en blanco por escribir. Nos lo dice Dios en el Apocalipsis: «Todo lo hago nuevo». Se trata de ver el mundo siempre con ojos nuevos, los mismos ojos creativos de Quien no puede parar de crear bondad y belleza.