Uno de los argumentos del biólogo evolutivo Richard Dawkins en contra de la existencia de Dios es, que según la teoría de la Evolución el ser humano proviene del mono y por tanto no puede ser más que un animal sin distinción con respecto a aquel. ¿En qué momento comenzó a ser humano y por tanto cabe una consideración singular y radicalmente distinta hacia su ser?
Constatar la existencia de algo a veces resulta viable científicamente, pero encontrar su origen con frecuencia se adentra más en el reino de los misterios sin solución que en el de la ciencia con posibles respuestas. Hacer una lista de diferencias entre el ser humano y el resto de las especies resultaría abrumadora, sencilla y bastante evidente, pero ¿cuál sería ese primer claro signo de diferencia y dónde podríamos datarlo en el tiempo? El “Big Bang de la humanidad”. La frontera entre la nada y el existir de nuestro ser único y diferencial.
¿El primer bifaz tallado en sílex? El primero está datado hace un 1.900.000 años en África. Algunos animales también emplean utensilios en su vida. Esto hablaría solo de un “Homo habilis”, quizás todavía más cerca del mono que del ser humano.
¿El primer hueso sanado tras una rotura? Así lo defiende la antropóloga Margaret Mead puesto que implica que alguien cuidó de un semejante hasta poder sanar su lesión sin morir de inanición ni atacado por otro animal. Pero los cuidados entre animales también son habituales.
¿El uso del habla que permite la comunicación a un nivel superior? El protolenguaje está datado hace unos 100.000 años (interesante conocer cómo se puede tener ese dato), pero muchos animales también se comunican por sonidos.
¿La aparición de la escritura que separa la historia de la prehistoria? Según las actuales pruebas arqueológicas apareció en Mesopotamia y Egipto hacia el 3.500 A.C. Esto es singular pero demasiado cercano en el tiempo puesto que ya había arquitecturas sofisticadas en ese momento.
Probablemente el primer signo de humanidad y civilización diferencial lo supongan las pinturas rupestres. La más antigua es un jabalí encontrado en la cueva de Leang Tedongnge, en Indonesia datada hace 45.500 años. Las pinturas rupestres son el primer signo de conciencia de sí mismo en contraste con otras especies, voluntad de educación transmitiendo un mensaje, búsqueda de la belleza “aparentemente” inútil, necesidad de comprender y explicar la realidad, y lo que es más singular: conexión con la trascendencia, que se traduce en un interrogante por el origen de lo que nos acontece y la permanencia en la memoria. Refleja un manejo adecuado del fuego que permite la visión dentro de una cueva, la inteligencia para crear pigmentos y el manejo de conceptos abstractos más allá del “instinto animal”.
Pero incluso pudiendo datar este origen, o cualquier otro, como momento frontera ¿no es cierto que la ciencia siempre enmudece ante el verdadero origen y sentido de nuestra existencia? La ciencia no hace sino desvelar permanentemente un orden previo a ella. El orden y sentido de las cosas existe, pueda o no descubrirlo y datarlo la torpe y limitada ciencia.
Quien se maravilla y vanagloria de los “descubrimientos” de la ciencia, pero ignora la inteligencia que la supera y que se va dejando descubrir poco a poco, se pierde la parte más importante de la ecuación del saber.