María Parejo Cabello
Escribo por ser la única alternativa que encuentro a tu ausencia. Por ser el único modo de abarcar los nombres enterrados entre mis huesos. Escribo para enterrar y dejar que, en esta tierra, de lo que una vez fueron plantas marchitas renazcan otras nuevas.
Escribo, porque la plenitud de la vida se me escapa. De alguna manera traducir en letras mi existencia le otorga sentido y coherencia. Como si un día de un soplo todo fuera a estar demasiado lejos y la memoria tan solo me permita releer qué fui, qué fue, qué estuvo.
María Fornet, en su reflexión sobre el por qué escribimos, habla de sus dos motivos para escribir: por un lado, le permite tomar cierta perspectiva sobre lo vivido, necesario para aceptar lo indigerible de la presencia del momento, como tender la mano para caminar la angustia, una leve brisa en medio del verano.
Sin embargo, a la vez, exclama lo contrario: la escritura es como un dardo. Es poner nombre a lo que sucede, conectar con el aquí y ahora.
Escribir es arroparse entre las turbulencias de la vida con pluma y papel, con una sábana cubierta de nombres junto a las emociones tristes, alegres, amargas. Todas. Siempre teñidas con las palabras más sinceras emanadas de las entrañas.
Para decir con certeza frente al tiempo lo que fue nuestro lecho de vida, hasta la muerte. Porque cuando te fuiste así fue honrada tu memoria, una forma de luto y de integrar ese no estar en presente sin que duela.
Escribo, como Juan José Millás “porque no me encuentro bien”. O simplemente, porque no me encuentro si no es entre líneas.
Son las hojas en las que me vuelvo las que también me recuerdan cuando sí, cuando no. Para hacer memoria, para entender, compartir el vivir.
Escribo, pues son las letras la única medida que he encontrado a la altura de la vida, en cuyos renglones me mezclo, río y consuelo.
Este texto pertenece a la serie «Colaboraciones Newman». ¿Te gustaría escribir en nuestro blog? Aquí te indicamos cómo hacerlo.