Al entrar en el centro comercial hice un esfuerzo por adaptar la vista de la luz exterior a la interior y ahí estaban: tres figuras a lomos de camello guiadas por una estrella. Encima de ellos luces inconfundibles ya encendidas. El shock era tan grande que algunos nos parábamos frente a la puerta y (cómo no) hacíamos una foto de incredulidad.
“¿De verdad? Estamos a mediados de septiembre”, pensé. Siempre me ha gustado la Navidad, pero todavía tengo las chanclas y el bañador en la mochila; y en este hemisferio, estas prendas de ropa y los polvorones no encajan muy bien.
Dejando a estos personajes atrás, decidí no seguir en esos pensamientos. Opté por ver qué podría haber de bueno de adelantar (tanto) la Navidad y me acordé de Sartre:
«Si un dios se hubiese hecho hombre por mí le amaría excluyendo a todos los demás, habría entre Él y yo algo así como un lazo de sangre, y no tendría vida suficiente para demostrarle mi agradecimiento: no soy un ingrato. Pero, ¿qué Dios sería suficientemente loco para eso?»
Fragmento de Barioná, el hijo del trueno de Jean Paul Sartre