Si la muerte me llegara hoy, la verdad es que no la acogería con los brazos abiertos. Me encantaría poder decir que mi amor a Dios es tan fuerte que ya estoy preparada. La realidad es que creo que pediría con todas mis fuerzas que se me conceda más tiempo. Poco he hecho fructificar. Abandonaría a personas, sobre todo a cuatro pequeñas y otra grande, que espero que todavía algo me necesiten en sus vidas.
Me escandaliza la muerte porque lo que quiero es vivir para siempre. Soy consciente de que tampoco aquí está el sitio eterno porque aspiro a mucho más. Tengo tantos anhelos que esta vida no es capaz de satisfacer.
Pero a veces se presenta el final antes de lo esperado y no hay marcha atrás. En la Primera Guerra Mundial, oficiales franceses de Saint-Cyr, para no rendirse frente al ejercito alemán, ya no pudiendo humanamente hacer nada más, cargaron con el uniforme de gala, con espada y guantes blancos.
Sea cuando sea, quiero vivir mi muerte, sin planificarla, sea larga o no la agonía. Ojalá muera mirando de frente a la Enemiga. Temblando de miedo si hace falta, pero sacando la espada con guantes blancos para esta última pelea. Cuando llegue esta batalla, perderla, voy a perderla porque morir, voy a morirme.
Lo único que pido es seguir siempre cerca de mi Capitán. Sé que en mi último momento voy a ser derrotada, pero Él ya ha ganado la guerra por mí.