INSTITUTO JOHN HENRY NEWMAN

¿Cualificado?

Moisés, el gran predicador bíblico de los 10 mandamientos, que hizo frente tantas veces al Faraón y consiguió convencerle de liberar a todo un pueblo, era tartamudo.

Interpela en esta sociedad que nos presenta a menudo dos caminos extremos. Por un lado, lo que se llama comúnmente el síndrome del impostor. Básicamente es esta sensación de no estar a la altura de nuestras responsabilidades. Cuántas veces nos late la pregunta: “¿pero qué hago yo aquí?”. El otro camino, no menos resbaladizo, es el nuevo mandato del “querer es poder”. Nos empuja a plantearnos retos que sobrepasan nuestras capacidades, como si todo fuera solo cuestión de voluntad.

Quizás el realismo cristiano puede abrir un tercer camino. Cuando Moisés se negaba a ir a ver al Faraón, lo fácil hubiera sido para el Creador Todopoderoso borrar de un plumazo este problema de pronunciación y acabar así con la discusión. Pero no lo hizo, lo dejó con sus defectos, le volvió a confirmar en la misión y le adjuntó a su hermano Aarón que tenía don de palabra. Porque la llamada es personal, pero siempre se desarrolla con la ayuda de los demás.

También es interesante ver que Aarón por mucha labia que tuviese, no fue el elegido. Supuso después en el desierto una casi rebelión por su parte, creyendo poder adjudicarse la vocación de su hermano Moisés. Allí también está una de las manifestaciones del “querer es poder”: el arribismo, pisando a quien sea necesario para abrirse paso hasta las alturas. Tiene su raíz en un terreno materialista que no plantea la acción como una respuesta a una llamada que cualifica de forma única a cada persona.

En este sentido, nuestra identidad no depende de lo que los demás digan de nosotros, ni siquiera de lo que pensamos de nosotros mismos. Depende de lo que Dios dice de nosotros, aunque a veces nos parezca demasiado bueno para ser verdad. Dios es capaz de llamar “valiente guerrero” a un cobarde que se estaba escondiendo de sus enemigos de forma ridícula en un lagar. Este era Gedeón, que llegaría a ser el comandante jefe del ejército de Israel. Ganaría en una deslumbrante victoria con un grupo de sólo 300 soldados. En verdad, muchas veces hacemos mal los cálculos y, por eso, no nos cuadra lo que somos. Cuando contamos con la Gracia en nuestra ecuación vital, el resultado cambia por completo.

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