El mundo está mal hecho. Si existe algún tipo de sentido está aquí, en alguna parte, en esta orilla del mar de Galilea. En el viento que me azota la espalda. En las luces que titilan al otro lado del agua. Lo que hay ahí fuera no tiene sentido. Lo noto. Lo percibo. Está aquí. Ahora. En la luna que ilumina la arena y deslumbra las nubes de su alrededor. En lo que sospecho que son ranas que parecen querer adornar la oscuridad. Los pasos se alejan a mis espaldas y me quedo solo, pero está bien. Estoy aquí. Y es hermoso.
¿Existe el sentido? No sabría decíroslo. No depende de mí ni de lo que aquí leáis.
Hace ya días que volví del otro lado del Mediterráneo. Contemplo las montañas nevadas de la sierra de Madrid y vuelvo a preguntármelo. Solo. Detrás de mí los coches cruzan el asfalto. Me imagino a los que van en el interior y mi tristeza se proyecta en ellos. Solo quiero rodar por esta colina hasta llegar al pequeño valle que hay allí abajo y hacerme un ovillo.
No puedo deciros si existe un sentido. No depende de mí. Pero sí que sé que merece la pena buscarlo. También lo percibo. Y esa búsqueda agota toda mi vida. No lo abarcaré, pero sospecho que no hay mejor forma de vivir. Sea en estas tierras o en pequeños mares lejanos; algo hay. ¿El qué? No lo sé. Pero algo hay, aunque ahora no lo perciba. Y eso es hermoso.
