Icono del sitio INSTITUTO JOHN HENRY NEWMAN

Libre, vuela, abraza, ama

El verano pasado tuve ocasión de acudir al Aeropuerto Adolfo Suárez- Barajas a recoger a una de mis hijas, que volvía de una larga estancia fuera de España (cuatro semanas, qué exagerado 😉) y me llamó la atención el enorme número de personas que esperaban personas. Tuve tiempo (suelo ser puntual, y eso significa llegar con cierta antelación) de contemplar escenas de esas que salen en las películas, pero sin actores.

El escenario es como es, incómodo para los que esperan (todos de pie), multitudinario, ruidoso a veces, pero como tardaba en llegar Lucía me dio tiempo a descubrir algo escondido que merecía la pena ser observado.

Fijé la mirada en los que me rodeaban, esperando como yo… y encontré nervios en niños que no paran quietos, y corren y saltan, pues la espera siempre es mediata (incomprensible para los tiernos infantes) y de alguna manera hay que llevarla… ; ansia dibujada en rostros de quienes aguardan recibir al que hace tiempo que se marchó, o a quien llega por primera vez, pero tiene una especial ligazón con el que le espera. Hay detalles, cosas que significan a mi público: un globo rojo con forma de corazón, unas flores, el móvil en modo cámara dispuesto a robar ese momento único de la mirada que necesita ser compartida… ah, y por supuesto los profesionales de la bienvenida de hoteles, agencias y demás, que inmortalizan el nombre de los que necesitan saber cómo llegar a su destino, confiando en quien sabe más.

Evidentemente, este cruce de personas precisa de los que llegan, cansados pero felices de reencontrarse con sus seres queridos; la chica Erasmus que ya echaba de menos a sus hermanos (también a su padres, pero tiene tantas confidencias que contar…), el chico de intercambio al que reciben como si conociera de toda la vida su nueva familia, y que se deja tocar con cierta resignación;  la señora que llega con su perro (tembloroso animal) en una jaula enorme  y que busca ayuda desesperadamente con el equipaje… .

Y empecé a inventar historias (como a veces hago con los vecinos con los que no tengo trato) de todos ellos, etiquetados como llegadas (por la puerta) pero con una historia dentro cada uno de ellos. Alegría, soledad (los que nadie espera y muestran muesca de bueno, esta vez no me toca) e incluso miedo, vergüenza, envidia, y así casi todas las emociones de Inside out.

Rápidamente reparé en  la esencia de la escena, el momento del encuentro, y me tocó especialmente la idea de que algunas de estas personas llegaran por primera vez a España, gozando de una oportunidad largamente esperada y muy (pero muy) difícil de cumplir, imaginando las enormes dificultades que han debido sortear para poder embarcarse desde lejanas tierras y dar un salto en su vida de inimaginables proporciones. Un salto seguramente sin red, o tan solo con una fina cuerda tendida por quienes como ellos probaron suerte y consiguieron un puesto de trabajo, siquiera de los que los nativos (nosotros) ya no queremos ni en primera persona ni para nuestros allegados.

Vi abrazos cruzados de corazón a corazón, lágrimas de por fin, de vamos, de hay que intentarlo, noté que un soplo de libertad (al poder tomar esa oportunidad de salir de un lugar con más que amplio margen de mejora) puede cambiar la vida de una persona, de su familia. Que el verdadero control de entrada en España puede ser esa mano tendida, que la llave de la felicidad tiene brazos, manos, sonrisa, generosidad, búsqueda, sudor (sí, sudor) al pensar en el riesgo que puede haber en un cambio tan grande de vida, de entorno, y que puede frustrarse por innumerables circunstancias.

La vida es un regalo lleno de amor, del dulce y del que cuesta, de idas y vueltas, de ilusiones y desengaños, de seres libres que aciertan y se equivocan, de dones y defectos, de miradas planas y de metas soñadas.

Y sí, me fijé en ellos, en los que llegan y a veces parece que nos molestan ya que nos decimos que no son de los nuestros, y que nos privan de lo que tanto sudor (sí, sudor) nos ha costado tener en una sociedad que con frecuencia se aburre, al tenerlo todo. Ojalá encontremos en nuestro interior amor generoso para repartir, al que es sangre de mi sangre o al que tan solo veo pasar por delante, pero conozco su necesidad. Con ese regalo, habrá más libertad, más vuelo al otro, más abrazo de corazón, más AMOR del grande. Yo me lo creo… ¿y tú?

Salir de la versión móvil