Eduardo Navarro. Instituto Desarrollo y Persona UFV.
París, noche del noche del 24 al 25 de agosto de 1944. El general alemán Dietrich Von Choltitz recibe la orden directa de Hitler de destruir e inundar la ciudad para frenar el avance de las tropas aliadas, a punto de liberar la ciudad. Un diplomático sueco, Raoul Nordling, intenta convencerlo para que no lo haga. Despliega ante él todo tipo de razones militares, éticas, personales… Incluso le ofrece un salvoconducto para él y su familia, pero parece decidido a cumplir las órdenes.
La película, basada en una obra de teatro, recrea este encuentro ficticio entre el militar y el diplomático. En la escena vemos que tras todas estas razones solo queda apelar a la belleza mientras contemplan el amanecer parisino. No sabemos con certeza histórica lo que pasó realmente para que Von Choltitz desobedeciera, pero sabemos que la ciudad, sus puentes, monumentos y museos, siguen en pie. La belleza prevaleció.
Que “la belleza está en el interior” es algo matizable. Es verdad que en la persona brota del interior, pero no solo es interna, también es sensible, se deja ver. Para captar la belleza que está fuera tenemos que poder percibirla por dentro. Si nos fijamos bien, estamos rodeados de belleza. Si nos fijamos bien… porque hay que entrenar la sensibilidad. La belleza es un resplandor de la realidad que percibimos cuando somos conscientes de que es buena y verdadera. Por eso la belleza es contemplativa. En estos días que estamos más llamados a contemplar que a la acción tenemos una gran ocasión para entrenar nuestra mirada. Podemos aprender a mirar a quienes tengamos cerca con esta mirada asombrada. Son bellos, pero nos acostumbramos. Lo que más nos cuesta captar es lo que tenemos muy lejos o lo que tenemos muy cerca. A veces los tenemos tan cerca que nos acostumbramos. No demos por supuesta su presencia… ¡Es bueno que existan! Para quien sabe mirar, “hay belleza en todas las cosas” (decía J.H. Newman). Todas las cosas brillan.
“Son tres reinas la belleza, el bien y la verdad, y reinan en sus reinos. Pero alguna vez puede la reina belleza hablar de la verdad, no de sí misma, y lo hará bellamente, pues la ama, y al bien. Es que la verdad, cuando habla de sí misma, es muy árida para algunas personas y no la acaban de entender. Es que el bien, cuando habla de sí mismo, es muy exigente y se muestra tan duro su camino… A veces la belleza, que lo sabe hacer mejor, puede hablar del bien y de la verdad, aunque no sea su reino. Lo hará bien”. (Pedro Antonio Urbina, Filocalia o el amor a la belleza, Rialp, Madrid 1988)