INSTITUTO JOHN HENRY NEWMAN

La Navidad, algo para cada uno

María Hernández Martínez

Mi padre detesta los regalos de Navidad. Le parece una costumbre insípida y puramente comercial. Está convencido de que siempre se acaba por entregar objetos innecesarios, pero, por no faltar al detalle, cada diciembre me pregunta si me gustaría recibir algo en concreto y me recuerda tajantemente que él no.

El olfato genuino para encontrar un presente adecuado a la persona y al momento que está atravesando no figura entre las muchas virtudes de papá. Estoy acostumbrada a ello. Sin embargo, me incordia especialmente su torpeza para acoger un regalo. Tras retirar el envoltorio, siempre masculla que en realidad solo desea recibir “otro tipo de obsequios” (refiriéndose a los intangibles). Lo entiendo, pero nunca me ha convencido su postura. ¿Son los regalos una distracción de la verdadera esencia de la Navidad? ¿Pueden ayudarnos a poner el acento sobre lo importante?

Aunque no tenía muchos argumentos de peso para ofrecerle, tampoco parece que mi persistencia estuviera alimentada por seguir de manera autómata el atractivo de las luces, los tonos rojiblancos y el tintineo de las campanas. Había una sospecha y presentimiento que solo comprendí leyendo a Chesterton.

El filósofo inglés expuso en un artículo titulado “La teología de los regalos de Navidad” cómo esta nota aparentemente banal y pagana es reflejo de infinitud y trascendencia. Concretamente, aborda el tema a partir de una declaración de Mary Baker Eddy (fundadora de la Ciencia Cristiana). Chesterton afirma que su preferencia por no hacer regalos materiales sino meditar a cerca de la Verdad y la Pureza hasta que sus amigos se beneficiaran de ello es una actitud contraria al cristianismo. Cree que es opuesto porque la idea de personificar la benevolencia es la idea primordial de la Encarnación: “Un regalo de Dios que puede verse y tocarse es todo el centro del epigrama del credo. El propio Cristo es un regalo de Navidad”

Asimismo, el matiz material está presente desde el inicio con los Reyes Magos y la Estrella. Chesterton asegura que el cristianismo adopta la afición oriental por los colores vivos y “su gusto infantil por el lujo” porque comprende la inocencia que esconde esa simpatía por los objetos preciosos, los adornos, minerales y demás pigmentos exóticos.

Si toma todo esto es para iluminar la humildad y la sencillez, no para malgastarlo en halagar tiranías. Por otra parte, advierte que prescindir de ello podría acarrear la caída en el orgullo del estoicismo romano. La nota de lo sensual se manifiesta en el oro, el incienso y la mirra por su potente atractivo carnal pero “este lujo asiático solamente se admite al misterio cristiano para subordinarse a una simplicidad y una cordura más elevadas. Traen oro a un establo; los reyes buscan a un carpintero. Los sabios se ponen en camino, no para buscar sabiduría, sino más bien una ignorancia fuerte y sagrada”.


La otra cualidad, según Chesterton, que hace de los regalos algo cristiano es su particularismo. Frente a ciertas interpretaciones de María como símbolo de la maternidad y del Niño como abstracción de todos los demás, nuestro autor asegura que la universalidad de la Navidad es posible gracias a que se trata de un “relato literal” de una sola madre con su hijo. La popularidad reside en su carácter particular. Esto puede comprobarse en nuestro proceder diario pues buscamos lo concreto, no las conceptualizaciones.

“La Navidad está imbuida de esta idea personal de un secreto compartido entre Dios y el hombre”. Chesterton utiliza una metáfora bellísima para describir el escenario de esta relación. Habla del cosmos como una oficina de correos en la que el sistema postal es amplio y veloz. Sin embargo, todos los paquetes están precintados, tienen un destinatario y son inviolables. “El buzón es público simplemente para que las cartas sean privadas. Los regalos de Navidad son una defensa permanente de la costumbre de dar, diferente del mero compartir que ofrecen las moralidades modernas como algo equivalente o incluso mejor”.

Tal vez, la incapacidad de disfrutar de la Navidad y sus regalos radique en haberla ligado al mero regocijo, sin recordar que se trata de festejar algo que ha sucedido. Alegrarse sin entender el motivo resulta insostenible y frívolo. Precisamente por eso, los niños son expertos en disfrutar del roscón, el pudin o el panettone. Los más pequeños no muestran un ápice de frivolidad respecto a las guirnaldas, los magos o los dulces y en este sentido, son poseedores de la gran verdad: que la Navidad es un momento del año en el que pasan cosas de verdad, cosas que no pasan siempre.

Llegados a este punto, quizás las tradiciones paganas sean aliadas. Tal y como estamos necesitados de tangibles, puede que nos ayuden a comprender, a celebrar, a saber regalar, acoger y, en última instancia, a donarnos.

Si dudan sobre qué empaquetar (o si tienen parientes difíciles como mi padre) una buena apuesta siempre será algún ejemplar de este periodista. Como dijo Borges, la obra de Chesterton es vastísima y no encierra una sola página que no ofrezca una felicidad.

Este artículo ha sido publicado previamente en Democresia.es y reproducido aquí con permiso del autor.

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