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Fue la belleza

Escribe Daniel Cotta en su espléndido Alumbramiento un poema titulado Dios de lo pequeño que es una oración redonda para este mayo florido, electoral, lleno de exámenes finales y, sin embargo, hermoso: 

 

SEÑOR de las galaxias más remotas, 
las que no tienen nombre, 
las que apenas existen; 
Tú que gobiernas las Enanas Blancas 
y las Supergigantes; 
Tú que forjaste el asteroide oscuro 
capaz de destruirnos con un roce; 
Tú que detonas cada Supernova; 
Tú que amontonas Agujeros Negros 
en las pupilas ciegas de este Cosmos, 
¿por qué esta margarita? 

 

Por qué, no para qué. ¿Por qué ésta y no otra cualquiera? ¿Por qué una margarita irrelevante que a nosotros, consumidores consumidos, en el mejor de los casos nos pasa desapercibida? ¿Por qué leer a san Juan de la Cruz en tiempos de ChatGPT? ¿Por qué empeñarse en cuidadas propuestas de aroma lorquiano si ya sabemos que el televoto de Eurovisión le va a dar más puntos a cualquier parodia de Hitler en calzoncillos? ¿Por qué las promesas que me han hecho? ¿Por qué las que yo hago si –no hace falta ser cenizo para saber esto- no te puedo asegurar que vaya a despertar mañana? 

Porque ha de haber signos visibles de lo invisible. Porque ha de haber en nuestra vida preces y cántico, agradecimiento y perdón, promesa y anhelo. Porque hemos de ser apaciguados y saciados, y no hace falta haber estudiado Estética para  comprender que hay un abismo radical entre una puesta de sol y un rato de porno. Porque he de recordar, cuando vaya a examinarme, a poner un examen, o cuando vaya –tal vez- con la papeleta entre las manos a votar el próximo 28-M, que hay una vida (y vida en abundancia) que reclama porqués, que rebosa y excede nuestros estrechos planes académicos y políticos. Y porque sería una pasada poder terminar el mayo florido diciendo, como en el final de la película de King Kong, de Peter Jackson, que fue la belleza lo que mató a la bestia.

 

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